Según el Parlamento Europeo, la exposición a campos electromagnéticos ha aumentado un billón de veces desde 1950 con el creciente uso de los teléfonos móviles, sistemas wifi y wimax, y otros aparatos electrónicos sin cables que se usan muy cerca del cuerpo humano. Estas ondas forman parte de nuestra vida cotidiana, pero ¿cómo nos preocupa la exposición continua a este tipo de radiaciones?
El creciente uso de la telefonía móvil ha suscitado numerosos estudios y normativas para medir el impacto medioambiental y sanitario que este tipo de tecnologías pueden tener. En 2002, Antonio Pérez Yuste, director de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica de Telecomunicación de la Universidad Politécnica de Madrid, publicaba un estudio titulado La percepción social de los campos electromagnéticos, animado por la falta de iniciativa de las administraciones públicas y el riesgo de movilización social que se estaba produciendo ante la ausencia de respuesta oficial y el aluvión de especulaciones que circulaban sobre las emisiones electromagnéticas.
“A partir de ese año las administraciones adoptaron una actitud responsable y cada año se realiza una auditoría y un informe público sobre la exposición a las emisiones radioeléctricas, incluidas las de telefonía móvil, con especial atención a lugares como colegios, hospitales y parques”, afirma el investigador.
La conclusión que se desprende de los datos auditados en dichos informes es que los niveles de exposición a las emisiones electromagnéticas, de todo tipo, cumplen con un amplio margen los niveles de referencia establecidos en la normativa europea, y que están tomados de estudios científicos.
Según Pérez Yuste, “la tendencia actual, motivada por la enorme densidad de usuarios de telefonía móvil, es hacer células móviles cada vez más pequeñas, lo que reduce a su vez la potencia de emisión de las estaciones base”. De ese modo, la introducción de los nuevos sistemas de telefonía móvil mejorará las garantías de seguridad de la actual normativa.
Para Pedro Belmont, miembro de la Comisión de Campos Electromagnéticos de Ecologistas en Acción, “la legislación sobre telecomunicaciones y espacio radioeléctrico no ha dado solución a esta proliferacion caótica en el medio urbano ni a los impactos sociales, ambientales y de prevención de la salud publica” y añade, “es necesaria una reforma en profundidad de la normativa estatal siguiendo los criterios de la reciente Resolución del Parlamento Europeo sobre condiciones sanitarias y campos electromagnéticos de abril de 2009”
Belmont propone reducir los niveles de exposición al igual que lo han hecho varios países europeos y poner en conocimiento de la población “una adecuada valoración del riesgo, para que los consumidores dispongan de información sobre las emisiones de los teléfonos móviles, en términos de densidad de potencia irradiada, y que exista un compromiso de los fabricantes en el uso de las mejores tecnologías disponibles bajo el principio alata (la mínima emisión técnicamente posible)”.
Preocupación con base científica
Este año Claudio Gómez-Perretta, del Centro Investigación Hospital Universitario La Fe de Valencia y miembro activo de la Sociedad Europea de Bioelectromagnetismo, (EBEA por sus siglas en inglés), publicó un estudio en la revista Bioelectromagnetics sobre la percepción del riesgo de estas infraestructuras. En su investigación concluye que “la mayoría de las personas no se preocupan por las consecuencias para su salud de utilizar o estar bajo la acción de los sistemas inalámbricos de comunicación, pero una pequeña minoría manifiesta estar muy preocupada por estas radiaciones electromagnéticas”. De esta minoría, un 88 % lo están por la “falta de conocimiento sobre las consecuencias para su salud”.
Gómez-Perretta manifiesta su preocupación y como investigador en esta área afirma tener “serias dudas sobre la inocuidad de estas instalaciones e infraestructuras, que solo un mayor recurso de iniciativas de promoción de la investigación podría resolver en el futuro”.
El físico Enrique A. Navarro, del Departamento de Física Aplicada y Electromagnetismo de la Universidad de Valencia, publicó hace seis años en la revista Electromagnetic Biology and Medicine una investigación sobre población de La Ñora (Murcia) donde señalaba que “la existencia de una casuística, con datos estadísticamente significativos que relacionan la densidad de potencia de radiación con el llamado "síndrome de microondas" o "enfermedad de las microondas" (microwave syndrome or microwave sickness, en la literatura científica).
En el estudio Navarro relacionó el síndrome de microondas con los niveles de radiación medidos en los dormitorios de las viviendas. “El síndrome consiste en un conjunto de alteraciones del sistema nervioso que incluyen dificultad en la concentración, dolores de cabeza, somnolencia, dificultad para conciliar el sueño, y alteraciones del carácter, entre otros. Esta degradación del estado de bienestar suele desaparecer cuando los residentes se van a vivir a otra zona libre de radiación.”, escribió el científico.
Asimismo, el investigador asegura que la radiación electromagnética cuando incide sobre los seres vivos, no sólo “transporta energía a los tejidos”, sino que también “envía información a las membranas celulares y a las proteínas que intervienen en todos los procesos, alterando parte de su funcionamiento”.
Hasta la fecha, existen diez estudios epidemiológicos publicados sobre los efectos de las estaciones base (antenas) de telefonía móvil en la salud de las personas. Estos trabajos se encuentran disponibles en la base de datos de la OMS (http://www.who.html) o en la del PUBMED. Ocho de los diez estudios publicados en revistas científicas con comités de revisión indican efectos sobre la salud y hacen referencia al síndrome de microondas y al incremento de riesgo de cáncer. Solamente dos de los diez estudios publicados (Siegrist, 2005; Schuz, 2006) indican resultados negativos.