El lobo gigante y la problemática de la desextinción

Pocas realidades del avance científico han excitado tanto nuestras novelescas mentes como la posibilidad de desextinguir especies. La opción de volver a traer a nuestro ‘aquí y ahora’ la grandeza y espectacularidad de animales, que solo con contemplar sus impresionantes fósiles en los museos ya nos ponen la carne de gallina, ha sido un sueño que muchos hemos tenido desde pequeños.

dos lobo huargo
Fotografía cedida por la empresa Colossal Biosciences donde aparecen los dos lobo huargo, Rómulo y Remo a los seis meses de edad. EFE/Colossal Biosciences

Escritores han explotado la idea de desextinguir especies desde hace décadas. Posteriormente, el cine se ha encargado de meterlos en guiones que, aunque algo infantiles, con una buena dosis de fabulación y provistos de rentable dramatismo, han conseguido que nos quedemos con las narices pegadas a la pantalla contemplando la espectacularidad de los colosos vueltos a la vida.

Pero ¿realmente es factible hacer esto? Y lo que es más importante, ¿debemos hacer todo lo que podríamos hacer?

Los problemas de la desextinción los podríamos articular en tres niveles: el laboratorio, la naturaleza y nuestras conciencias.

Los problemas de la desextinción empiezan en el laboratorio

Aunque los protocolos biotecnológicos nos permiten hacer cosas bastantes espectaculares en ingeniería genética, el punto de partida sigue siendo un problema difícilmente superable.

Si bien es cierto que se puede extraer ADN conservado en restos óseos de animales extintos sin demasiados problemas, es muy difícil encontrar los genomas completos. Esto implica que no disponemos de toda la información de cómo fabricar biológicamente ese animal: al “libro de instrucciones” le suelen faltar muchas páginas, cuando no capítulos enteros.

Las consecuencias de su existencia no las podremos establecer a priori, puesto que no es ni el extinto ni el vivo, sino otro nuevo

La solución más fácil es “rellenar los huecos” con ADN de animales vivos de los que sí disponemos de información genética íntegra. Es evidente, pues, que estamos haciendo trampas. El nuevo animal no es el que era: es un sucedáneo. Las consecuencias de su existencia no las podremos establecer a priori, puesto que no es ni el extinto ni el vivo, sino otro nuevo.

Otra opción es la que ha realizado recientemente Colossal Biosciences. Con un despliegue mediático fastuoso, ha “resucitado”, presuntamente, al lobo gigante (Aenocyon dirus), extinto hace unos 10 000 años de las tierras americanas. Pero esta afirmación no es cierta. En realidad, no se ha partido del ADN del lobo terrible (como también se conoce a esta especie que inspiró el lobo huargo de la Casa Stark de Juego de Tronos). Lo que se ha hecho es editar el ADN de un actual lobo gris (Canis lupus) con el sistema CRISPR-Cas9.

Esta asombrosa técnica permite modificar secuencias concretas de ADN de manera específica, a voluntad y como si de un texto de Word se tratase

Esta asombrosa técnica permite modificar secuencias concretas de ADN de manera específica, a voluntad y como si de un texto de Word se tratase. El sistema, que les valió a las científicas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna el Premio Nobel de Química de 2020, diseña un ARN-guía que localiza y se pega a una zona concreta de ADN que nos interesan por cualquier razón. De este modo se marca el lugar por donde la proteína Cas9 (una especie de tijera molecular) ha de cortar ambas hebras de ADN. Cuando la célula activa su propio sistema de reparación del ADN “roto”, aprovechamos para introducir el “texto nuevo” con las modificaciones genéticas que nos convengan.

Así, las “letras” y “palabras” genéticas del lobo gris se alteran voluntariamente permitiendo hacer cosas tan espectaculares como, donde ponía “dientes grandes”, escribir ahora “dientes enormes”. De esta misma forma se han modificado la forma del cráneo, el tamaño y el pelaje, entre otros caracteres.

Pero ¡ojo!, el resultado no son lobos gigantes. Los tres preciosos cachorros son, en realidad, lobos grises “tuneados”. No obstante, el resultado no deja de ser espectacular y la técnica, asombrosa.

Podemos desextinguir especies pero no los entornos

Excepcionalmente, es factible acceder al genoma completo de una especie extinta. Esto es posible cuando las bajas temperaturas han preservado los tejidos (esqueléticos y blandos) de algunas especies desaparecidas. De hecho, en el permafrost siberiano se han encontrado ejemplares de mamut lanudo de hace 52 000 años tan “frescos” como las chuletas de su congelador.

¿Qué pasa con el nicho ecológico que ocupaba esta especie? ¿Existe en la actualidad? 

En este caso, su intacto ADN nuclear se podría suplantar por el del núcleo de un cigoto de elefante (algo parecido a lo que hacemos los biólogos en los laboratorios de fecundación asistida) e implantar el embrión temprano en un útero de elefanta. Salvando el hecho de que habría que inmunodeprimir a la elefanta para que no rechazase al embrión por problemas de histocompatibilidad, la gestación podría llevarse a término. No obstante, sería necesario un cierto número mínimo de individuos para que la población superara los problemas de depresión endogámica, tuviese capacidad de adaptación y fuese viable como especie biológica.

Pero, por otra parte, ¿qué pasa con el nicho ecológico que ocupaba esta especie? ¿Existe en la actualidad? Consideremos que, muchas veces, la causa de una extinción está, precisamente, en el cambio de las condiciones ambientales donde estas especies extintas se desenvolvían.

Si resucitamos una especie, la condenaríamos a vivir en una urna que recrease sus condiciones naturales perdidas. Peor incluso sería que su nicho estuviese ocupado por otra especie y creásemos una artificial e innecesaria pugna donde podría darse la paradoja de desextinguir el pasado para extinguir el presente. O todavía más grave, que las consecuencias de la interacción con otras especies de su nuevo entorno provocaran un desajuste del ecosistema de imprevisibles consecuencias. Incluso podría ser más apocalíptico si la especie resucitada actuase como reservorio de viabilidad de nuevas especies de virus que pudiesen generar enfermedades desconocidas para la humanidad.

¿Debemos hacer todo lo que podemos hacer?

Está claro que la desextinción no es solo un problema técnico. Tampoco es solo un problema ecológico. Ni tan siquiera un problemón legal, que a ver cómo se regulan las responsabilidades biológicas, ecológicas, civiles y penales de una especie biológica no natural… El verdadero problema, a mi entender, es de naturaleza fundamentalmente ética.

Si bien hay unanimidad en aceptar que la ciencia pura debe estar exenta de cualquier restricción, no ocurre lo mismo con la ciencia aplicada y la biotecnología

Si bien hay unanimidad en aceptar que la ciencia pura debe estar exenta de cualquier restricción, no ocurre lo mismo con la ciencia aplicada y la biotecnología. El desarrollo práctico de los avances científicos no debería responder –o al menos, no solamente– a criterios de rentabilidad económica, ni mucho menos a caprichos circenses más o menos espectaculares. El conocimiento estricto de las consecuencias de los avances biológicos, unido a un sentido ético profundo del desarrollo experimental, deben estar por encima de los intereses particulares y empresariales.

Desde esta perspectiva, me temo que desextinguir especies no sería la mejor opción. Mucho más interesante que crear Parques Jurásicos sería aplicar todo este conocimiento a evitar la extinción de especies que, estando vivas en la actualidad, requieren de una rápida intervención si las queremos mantener en el planeta.

A. Victoria de Andrés Fernández, profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

Fuente: The Conversation
Derechos: Creative Commons.
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