Hace algo menos de 100 años, los sapos guturales fueron introducidos desde el continente africano en las islas de Mauricio y La Reunión, en el océano Índico. En ese tiempo el tamaño de estos anfibios isleños, protagonistas del #Cienciaalobestia, se ha reducido hasta en un tercio en comparación con sus homólogos sudafricanos.
El estudio de los extremos de los cromosomas (telómeros) y la enzima capaz de regenerarlos (telomerasa) es una línea de investigación puntera para saber más sobre el envejecimiento humano. Un equipo de científicos ha documentado el acortamiento de los telómeros con la edad en otro grupo de vertebrados: los anfibios.
Un equipo internacional liderado por un investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales ha demostrado que los sapos son capaces de detectar vibraciones de baja frecuencia. El estudio pone de manifiesto que los sapos tienen órganos especiales en el oído interno que les ayudan a saber cuándo pueden salir de sus refugios.
Un grupo de ecologistas australianos ha entrenado a un marsupial en grave peligro de extinción, el quoll norteño (Dasyurus hallucatus), a rechazar y no comerse a los sapos de caña, que son tóxicos para ellos. Los resultados, que se publican hoy en el Journal of Applied Ecology, podrían ofrecer a los conservacionistas una nueva herramienta en la lucha contra las especies invasoras.
El sapo Duttaphrynus malanosticus tiene un fenotipo de expansión óptimo.