Investigadores del Grupo de Cronobiología de la Universidad de Valladolid han estudiado la variabilidad y el ritmo de ingresos por fractura de cadera de la población de Castilla y León. En total, han analizado 15.000 fracturas, un volumen de casos que permite obtener información muy creíble ya que es, prácticamente, “como estudiar la población real”, apunta el catedrático de Julio Ardura, responsable del grupo.
En concreto, el equipo de científicos ha analizado el ritmo de ingreso anual, semanal o diario durante cinco años, y otras variables como las diferencias entre géneros, lo que sucede en distintos tramos de edad (con cortes por ejemplo a los 60, 65, 75, 80 años y por encima de esa edad, o en menores de 15 años, muy poco frecuente), las diferencias existentes entre los que viven en el medio rural y los que se encuentran en el medio urbano, la causa de la fractura (si es consecuencia de un accidente de tráfico o de otro tipo de percance), así como la comorbilidad o la existencia de otras patologías, con el fin de conocer si tienen alguna influencia.
En primer lugar, realizaron un examen epidemiológico y multivariante con regresión logística (herramienta estadística para el análisis de datos en investigación), para observar si existían variables indicadoras de mayor incidencia en personas con características determinadas y el ritmo.
Respecto a los resultados, los investigadores han comprobado que se producen más roturas en otoño, frente a la creencia de que son más frecuentes las fracturas de cadera en época invernal. “Siempre se ha dicho que la cadera se rompe más en invierno y no es cierto, rompemos con esa información, ya que se acumulan más casos en la etapa que va desde finales de septiembre a primeros de octubre, en otoño”, asegura. No obstante, se ha puesto de manifiesto que las que más fracturas sufren en invierno son las mujeres, mientras que los hombres sufren más roturas en agosto. Otro de los resultados obtenidos se centra en la causa de la fractura. Las que se producen por un accidente de tráfico son “muy poco significativas” frente a las que tienen su origen en el ámbito doméstico.
Por otro lado, se ha realizado un estudio de las fracturas de cadera en mayores de 90 años, los denominados oldest old (los ancianos más ancianos). Como detalla el experto, en este sentido “se han obtenido resultados muy claros tanto en mortalidad como en morbilidad que diferencia claramente a unos y otros, los mayores de 90 y los menores”. En este sentido, al realizar una gráfica sobre la edad de los pacientes aparece una curva exponencial desde los 70 para delante donde se manifiesta que a partir de esta edad “la cadera se rompe mucho más”. En la misma línea, Ardura precisa que los datos obtenidos en Castilla y León, dadas las características de la comunidad, “son extrapolables a cualquier país continental centroeuropeo”.
Aplicación de los datos
Además de la simple curiosidad científica, los datos obtenidos en el estudio son muy valiosos. “Tratamos de aplicarlos a la disponibilidad de los recursos sanitarios, que incluye desde las camas al personal o los materiales”, señala el experto, quien recuerda que las personas que sufren estos percances llegan a los hospitales de urgencia y debe haber disponibles los recursos necesarios. Por ejemplo, si se determina que se producen más fracturas en verano, cuando hay vacaciones, el centro hospitalario “debe estar preparado con un determinado utillaje o una reserva de prótesis”.
El Grupo de Cronobiología de la Universidad de Valladolid ha investigado en los últimos años los ritmos y la variabilidad de las fracturas de extremidad superior entera (húmero, cúbito, radio y muñeca) y de la extremidad inferior (caderas, tibia, peroné) en todos los hospitales de Castilla y León. Estos estudios, que incluyen cerca de 57.000 fracturas), centran la tesis doctoral de Francisco Ardura.