Los rostros de las personas son muy diferentes entre sí, mucho más que los de de la mayoría de los animales. Esta diversidad es el resultado de la presión evolutiva para que cada individuo sea fácilmente reconocible dentro de un grupo complejo y evitar así el caos social, según un estudio de la Universidad de California en Berkeley (EE UU).
La gran variedad de los rostros humanos no tiene comparación en el reino animal. Que la cara de cada persona sea única e irrepetible es el resultado de presiones evolutivas que han conseguido evitar el caos en la identidad dentro de grupos sociales complejos, según un nuevo estudio publicado en la revista Nature Communications.
Un equipo de científicos, liderado por la Universidad de California en Berkeley (EE UU), midió los rasgos faciales y corporales humanos para mostrar que los rostros de las personas son mucho más variables en su forma y diseño que en otros animales.
Además, examinaron una gran base de datos genética de personas de ascendencia africana y europea para encontrar pruebas de una mayor variación en las regiones asociadas con las características faciales.
“Se analizaron los datos genéticos de poblaciones de África, Europa y Asia del proyecto 1.000 Genomas para buscar firmas de la selección natural en las regiones del genoma asociadas con la variación en la morfología facial humana”, explica a Sinc Michael Joseph Sheehan, autor principal del trabajo e investigador de la Universidad de California.
Los científicos se preguntaron si los humanos tienen caras inusualmente únicas –en comparación con otros animales– porque la selección ha propiciado que sean fácilmente reconocibles. “Si este fuera el caso –añade el experto– las zonas del genoma asociadas con patrones faciales tendrían niveles elevados de diversidad genética dentro de las poblaciones. El resultado es que esa es la realidad”.
Los investigadores encontraron que los rasgos faciales son mucho más variables que los corporales, tales como la longitud de la mano. Las personas con brazos más largos, por ejemplo, suelen tener las piernas más largas, mientras que los humanos con narices más anchas o de ojos muy separados no tienen por qué lucir narices largas.
Asimismo, el hallazgo supone que las presiones evolutivas han intervenido para mantener altos niveles de diversidad en los rostros.
“Muchas otras especies utilizan las caras para el reconocimiento individual. Este tipo de identificación está presente en muchos primates e incluso se ha demostrado su papel en algunas avispas. Otras especies sin variaciones en sus caras pueden utilizar otros rasgos tales como vocalizaciones o marcas olfativas para el reconocimiento. Sin embargo, no hay evidencias de que este tipo de rasgos también sean seleccionados para ser más diferentes entre sí”, apunta el investigador.
Este es el primer estudio en animales que ha proporcionado pruebas de selección de señales de identidad mediante el análisis de la variación genética.
"Está claro que reconocemos a la gente por muchos rasgos –por ejemplo, su altura o su modo de andar– pero nuestros hallazgos sostienen que pero las facciones de la cara son las más determinantes", concluye Sheehan.
Caras diferentes antes de ser humanos modernos
Las similitudes en estas regiones específicas del genoma, en comparación con las secuencias de los neandertales, también indican que esta variación puede incluso preceder al origen de los humanos modernos.
“Al comparar la variación genética que se encuentra en los humanos modernos con las secuencias del genoma de los neandertales y los homínidos de Denisova (otro homínido arcaico) encontramos que las secuencias de los individuos antiguos se encuentran dentro de la diversidad humana moderna. Esto significa que la variación que vemos en los humanos modernos debe haberse originado antes de la división entre los linajes humanos y neandertales”, asegura el científico.
Referencia bibliográfica:
Michael J. Sheehan y Michael W. Nachman. “Morphological and population genomic evidence that human faces have evolved to signal individual identity”, Nature Communications, 16 de septiembre de 2014. DOI: 10.1038/ncomms5800