Todos los rasgos de exclusividad que el ser humano se atribuía a sí mismo han ido cayendo: el uso de herramientas, la empatía, la autoconciencia… En su último libro, ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?, Frans de Waal descubre al lector un abanico de conductas animales que empujan a concluir que, quizás, la cognición humana tampoco sea única.
Elefantes que reconocen el género, la edad y la tribu a la que pertenecen las voces humanas que oyen en la sabana. Un loro que suma números. Urracas y moluscos usuarios de herramientas. Delfines que se reconocen en el espejo. Machos chimpancés que, cual políticos modernos, hoy buscan aliados y besan bebés para ganar un conflicto que van a provocar mañana.
A lo largo de su último libro, el primatólogo Frans de Waal apabulla al lector con las observaciones y experimentos que durante los últimos veinte años han ido debilitando la pared que separaba la cognición humana de la del resto de animales hasta dejarla, según el autor, ‘como un queso gruyer lleno de agujeros’.
A la pregunta que encabeza su nueva obra, ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? (Tusquets editores), el propio De Waal contesta: “Sí, pero nadie lo diría”.
“Siempre estamos buscando la GRAN diferencia”, expone De Waal. Quizás desde antes, pero como mínimo llevamos haciéndolo desde que Platón propuso que el ser humano era la única criatura desnuda que caminaba sobre dos piernas y Diógenes rebatió su idea soltando un pollo desplumado en un aula, y sentenció: “He aquí el hombre de Platón”.
Aquello que nos hace únicos y que nos distancia del resto de especies del planeta ha ido cambiando en función de lo que conocíamos del reino animal. La piedra angular de la humanidad ha adquirido muchas formas diferentes, desde pulgares oponibles hasta altruismo, lenguaje o tecnología. Una a una, estas exclusividades las hemos descubierto compartidas. De Waal desmonta la última afirmación de unicidad que nos quedaba, la cognición humana, y la reduce a un grado más de la continuidad que existe en el reino animal. “La diferencia es de escala, no de clase”, afirma en su libro.
Para ver primero hay que creer
Hasta finales del siglo pasado, ciencia y sociedad se mostraban cautas y agresivamente escépticas a la hora de contemplar la inteligencia animal. Los resultados de experimentos y observaciones en aves y primates que De Waal y sus colegas atribuían a la cognición, sus rivales conductistas los reducían a un mero aprendizaje. El conductismo hegemónico de principios del siglo XX veía a los animales como un conjunto de engranajes que respondían mecánicamente a los estímulos del laboratorio y la naturaleza.
Por ello, el autor no quiere olvidar el camino tortuoso que él y sus colegas han recorrido hasta llegar al punto en el que hoy juntamos los términos ‘cognición’ y ‘animal’ con facilidad y normalidad. “Por eso he dedicado tanto espacio a la historia de nuestro campo”, afirma en su obra plagada de citas, reconocimiento a otros autores y detalles de la batalla intelectual entre estas dos corrientes de pensamiento.
A lo largo de su carrera De Waal asegura haber sido tachado de ingenuo, romántico, blandengue, acientífico, antropomórfico, anecdótico o, simplemente, poco riguroso. Ya lo cantaba Willy Wonka en el musical de Broadway ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, para ver primero hay que creer, y con el tiempo este científico y etólogos del mundo entero han encontrado evidencias suficientes como para que se tambaleen los prejuicios basados en que solo el ser humano utiliza herramientas, es consciente de sí mismo y tiene concepto de pasado, presente y futuro.
El tamaño importa
Una de las afirmaciones más extendidas y no comprobadas de la cognición es que la conciencia surge del número y la complejidad de las conexiones neuronales. En su libro, De Waal no solo recuerda que aún no sabemos definir la propia conciencia, sino que cuestiona qué sucede con la de aquellos animales que tienen un cerebro mayor que el nuestro, como el delfín (1,5 kg), el elefante (4 kg), el cachalote (8 kg) o el del elefante, que contiene el triple de neuronas que el nuestro.
Porque el tamaño importa, en los estudios sobre cognición animal no hay una especie que pueda servir de modelo para el resto. Por ejemplo, aunque las palomas sean muy listas, tienen un cerebro minúsculo, 200 veces más pequeño que un antropoide. A este hándicap se le suma el principal obstáculo que se ha encontrado esta rama del conocimiento: no se han hecho los experimentos adecuados.
De Waal denuncia que durante mucho tiempo se han medido “las capacidades animales según los estándares humanos, ignorando la inmensa variación en las maneras de percibir el mundo”. Y también denuncia el modo: “¿Acaso alguien pondría a prueba la memoria de los niños humanos arrojándolos a una piscina para ver si recuerdan por dónde salir?”, se pregunta. El test de Morris, una prueba de memoria estándar que se utiliza con ratas de laboratorio, se basa en ello.
Selfis para mañana
Una vez que la comunidad científica y la sociedad ha aceptado algo que ya intuyó el filósofo David Hume, a quien le parecía una verdad apabullante el hecho que los animales estuvieran dotados de pensamiento y razón, De Waal siente curiosidad por acercarse a nuevas fronteras, por ejemplo, “explorar si a los animales les importa la imagen suya que ven en el espejo”. De momento hay documentado un caso de una orangutana a la que le encantaba adornarse delante del espejo. “¿Habrá alguna especie aparte de la nuestra proclive a hacerse selfis?”, se pregunta el autor.
Este primatólogo también postula que el futuro inmediato del estudio de la cognición animal pasa por la neurología. La tecnología puntera que utiliza esta ciencia puede concretar dónde ocurren las cosas en el cerebro y “cuanta más evidencia haya de mecanismos neuronales compartidos, más respaldo tiene el concepto de continuidad de la conciencia en todo el reino animal”, expone.
El estudio del comportamiento animal es una de las empresas humanas más antiguas. “Ya nuestros ancestros cazadores-recolectores necesitaban un conocimiento íntimo de la fauna y la flora”, recuerda De Waal. Con la agricultura los sometimos a nuestra fuerza y voluntad, actitud que aún se puede reconocer en muchos experimentos sobre cognición animal.
De cara al futuro, el primatólogo aboga por la empatía como medio para entender a otras especies. “En vez de convertir a la humanidad en la medida de todas las cosas, tenemos que evaluar a las otras especies por lo que son ellas mismas”, subraya De Waals.