La goma de mascar de las marcas más populares se basa en un material sintético derivado del petróleo que se utiliza también para fabricar neumáticos. Es una fuente de grandes cantidades de polución plástica que apenas ha recibido atención, pero que no se recicla, ensucia las ciudades y contamina el medio ambiente.
Dice una leyenda urbana que un chicle tragado permanece durante siete años en el estómago. Es solo un bulo: el chicle transita por el tubo digestivo junto con los alimentos y se expulsa a su debido tiempo. Eso sí, entero, porque sí es cierto que su base de goma es tan indigerible como un neumático del mismo material.
Aunque esto no sea un problema para nosotros, sí lo es para el medio ambiente. Miles de toneladas de chicles desechados cada año no son una simple molestia; son una polución plástica indigesta para la naturaleza que no se recoge ni se recicla.
El chicle se extendió por el mundo cuando las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial lo llevaban como parte de sus raciones. Pero aunque se popularizase como un producto ligado a la cultura popular de EE UU, la costumbre de mascar alguna goma adhesiva es ancestral: ya se hacía en Europa hace al menos 5 700 años con la brea de corteza de abedul, probablemente con fines de higiene oral.
De hecho, originalmente el ‘chicle’ era la goma de savia de árbol que masticaban los aztecas y los mayas, y que en el siglo XIX el antiguo presidente mexicano Antonio López de Santa Anna trató de introducir en EE UU para la fabricación de ruedas. No tuvo éxito, pero su asistente en aquella aventura, el neoyorquino Thomas Adams, logró construir sobre el chicle un imperio de la goma de mascar, para el cual acuñó la marca Chiclets.
Chicle original en un fruto del árbol 'Manilkara zapota' (sapodilla), Panamá. / Dick Culbert / Wikimedia Commons
Curiosamente y aunque la industria del chicle creció gracias a la sustancia vegetal así llamada, las marcas mayoritarias en el mercado mundial terminaron sustituyendo este componente por otro más barato, el estireno-butadieno, un derivado sintético del petróleo cuyo uso principal es como goma para neumáticos. Los chicles contienen también polietileno —el plástico de bolsas y botellas—, acetato de polivinilo —la cola blanca de los muebles— y otros polímeros, además de saborizantes, endulzantes y demás ingredientes.
Por lo tanto y a pesar de sus orígenes naturales, hoy la goma de mascar de los principales fabricantes no es sino un plástico petroquímico, que comparte los problemas de estos materiales sintéticos y no biodegradables. El problema que recientemente concentra gran parte de la atención y de las investigaciones es el de los microplásticos, diminutos fragmentos que ya contaminan todos los rincones del planeta y el organismo de los seres vivos.
Si bien aún no se han confirmado efectos nocivos de los microplásticos para la salud, el caso del chicle puede resultar especialmente preocupante por tratarse de algo que se mastica. La relación entre chicle y microplásticos aún apenas se ha estudiado, pero los primeros datos preliminares, aún no publicados formalmente, indican que existe.
En la reunión de primavera de 2025 de la Sociedad Química Estadounidense, científicos de la Universidad de California en Los Ángeles presentaron resultados: al masticar chicle, cada gramo libera una media de 100 microplásticos a la saliva, aunque en algunos casos la cifra llega a los 600. Dado que cada pastilla de chicle pesa entre 2 y 6 gramos, una pieza grande puede producir en torno a 3 000 partículas. A lo largo de un año, alguien que consuma de 160 a 180 chicles puede tragar unos 30 000 microplásticos.
Después de probar cinco marcas de chicles de plástico sintético y otras tantas de goma natural, hubo un resultado en particular que sorprendió a los investigadores. “Nuestra hipótesis inicial era que las gomas sintéticas tendrían muchos más microplásticos porque la base es un tipo de plástico”, dice la coautora del trabajo Lisa Lowe. “Sorprendentemente, tanto las gomas sintéticas como las naturales liberan cantidades similares de microplásticos cuando las masticamos”. Además, los tipos de polímeros son también los mismos.
Ten conciencia medioambiental y no tires el chicle ni lo pegues a una pared
El director del estudio, Sanjay Mohanty, comenta que su propósito con esta investigación “no era alarmar a nadie”, recordando que aún no se sabe si los microplásticos son dañinos para nosotros. Pero subraya que “el plástico que se libera a la saliva es una pequeña fracción del plástico del chicle” y que, por lo tanto, es otra fuente de polución plástica. El consejo de Mohanty: “Ten conciencia medioambiental y no lo tires ni lo pegues a una pared”.
Sin embargo, el consejo del investigador se enfrenta al hecho de que prácticamente aún no existen alternativas para desechar los chicles de un modo ecológico. Por supuesto que arrojarlos al suelo es la peor de las opciones; no solo es muy molesto para quien se tope con ellos —y una posible fuente de contagios bacterianos—, sino que también se cobra un gran coste de limpieza para los servicios públicos. Algunas estimaciones coinciden en que eliminar un chicle del pavimento es más caro de lo que costó comprarlo.
Los chicles arrojados al suelo son una molestia y una carga para los servicios públicos de limpieza. / PickPik
Lamentablemente y pese a ser el segundo tipo de residuo más abundante en las calles después de las colillas de cigarrillos, no existe un equivalente a los ceniceros para los chicles. La opción más responsable es envolverlos en papel antes de desecharlos de forma adecuada. De este modo no serán una molestia para otras personas ni una carga para los servicios de limpieza. Dado que normalmente no se reciclan, siempre terminarán siendo basura.
Y basura en grandes cantidades: según una estimación, cada año se fabrican 1,74 billones de pastillas de chicle, lo que se traduce en más de 2,4 millones de toneladas, de las cuales unas 730 000 toneladas son goma sintética. Otra cifra que circula sitúa en 100 000 toneladas la cantidad anual de basura plástica debida a los chicles. Sea cual sea el volumen real, es inmenso. ¿Qué hacer para reducirlo?
Una solución son los chicles biodegradables. Hay marcas sin plásticos sintéticos basadas en productos vegetales, como las fórmulas tradicionales. Pero son pequeños fabricantes con difusión limitada y que deben competir con las grandes marcas más baratas. Según escribía en la revista Sustainability la experta en empresas Karen Paul, de la Universidad Internacional de Florida, “los valores de sostenibilidad pueden marcar una diferencia eficaz para consumibles como el chicle, pero solo si se alcanza suficiente visibilidad para los consumidores”.
Otra vía interesante es la abierta en 2011 por la diseñadora británica Anna Bullus y su empresa Gumdrop: recoger los chicles y reciclar el plástico que contienen. Bullus tuvo la idea de utilizar el material para confeccionar llamativos recipientes, con forma de globo y de color rosa, que se colocan en lugares públicos y donde se depositan los chicles usados. En los entornos donde se han situado, estos contenedores reducen en un 90 % los chicles arrojados al suelo.
Un contenedor de la empresa Gumdrop para reciclar chicles, fabricado con plástico de chicle reciclado. / Gumdrop
Los recipientes de Gumdrop son un ejemplo de economía circular: cada contenedor lleno con unos 500 chicles sirve a su vez para fabricar tres nuevos recipientes. Además este plástico reciclado, llamado Gum-tec, se está empleando para elaborar una gama creciente de productos que incluye vasos, lápices o suelas de zapatillas, entre otros.