Hace más de 500 años, cuando llegaron los conquistadores españoles, la Península de Yucatán (México) no era un lugar muy distinto al que conocemos ahora. Allí donde 194 países se reunieron en la Cumbre del Clima, la civilización maya alcanzó la gloria, y la perdición. A dos años de cumplirse la profecía maya, y de culminar el Protocolo de Kioto en 2012, el cambio climático parece la señal de nuestro propio declive.
Deforestación, agotamiento de recursos naturales, búsqueda desmesurada de poder, consumo excesivo, incendios, agricultura... No hablamos de la sociedad actual, sino de la civilización maya, que desgastó su tierra con un consumo desmedido. La historia maya es la mejor analogía de la sociedad actual. ¿Se actuará para frenar los excesos? ¿Y para frenar el cambio climático? Por ahora, el camino es similar.
“Estamos repitiendo la historia”, asegura a SINC Richard Hansen, arqueólogo en la Universidad Estatal de Idaho (EE UU), y presidente de la Fundación para la Investigación Antropológica y Estudios Medioambientales (FARES, por sus siglas en inglés).
Los acontecimientos climatológicos extremos, la propagación de enfermedades, el aumento de la pobreza y la sequía, el derretimiento de glaciares, las inundaciones, y la contaminación no son más que la señal del alcance del cambio climático que el ser humano está acelerando.
“Son los productos de nuestra propia locura”, afirma John Kermond, antiguo director del programa de comunicación de la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional (NOAA, en sus siglas en inglés) de EE UU.
La deforestación pasada, presente y futura
La civilización maya abandonó sus tierras desgastadas hacia otros lugares. La producción de cal para sus pirámides y la deforestación les obligó a migrar. “Fue un consumo conspicuo de cal. Sólo para cubrir la pirámide de Tigre, por ejemplo, se requirió una deforestación total de 1.630 hectáreas de bosque verde (necesarias para mantener a 900ºC la conversión de la piedra caliza a cal)”, informa el arqueólogo que lleva 30 años estudiando los templos mayas.
Al deforestar el bosque, el barro natural se sedimentó en los subsuelos y arruinó la capacidad agrícola de los mayas, que consumieron su propia existencia. No les quedó nada, “desnudaron sus bosques”. Pero “no desaparecieron, lo hizo el apogeo de su civilización”, dice Hansen.
Los “viajeros en el tiempo”, como también se llama a los mayas, provocaron un cambio ambiental regional, pero “el nuestro es global, y afectará a 6.000 millones de personas. ¿Dónde iremos? No nos queda más territorio”, alerta Vida Amor de Paz, presidenta de la Fundación guatemalteca del Bosque Tropical y de la Tropical Rain Forest Foundation de Florida (EE UU).
Curiosamente el territorio que conoció la gloria maya, con sus conocimientos y ciencia, desde México hasta Honduras, sigue siendo una de las zonas más vulnerables al cambio climático. Según Kermond, la fuerte dependencia de la agricultura, sobre todo para la producción de alimentos, el aumento o la ausencia de las lluvias, y la situación geográfica (entre los dos océanos) hacen de Centroamérica y el Caribe zonas vulnerables al cambio climático por el aumento del nivel del mar, los huracanes y otros acontecimientos climáticos.
“Los países con carreteras pobres, una generación de electricidad limitada y un abastecimiento mínimo de agua sufrirán también, sobre todo si las naciones industrializadas siguen arrojando las mega toneladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera”, advierte el investigador de la NOAA.
Guatemala, donde yace la cuna de la civilización maya en los templos de El Mirador, es el país más vulnerable del continente americano, y se encuentra entre los diez más vulnerables del planeta. Cada año más de 73.000 hectáreas son deforestadas, y sólo 11.000 son repostadas. “La situación es gravísima”, recalca de Paz.
Año 2012: el final de una era
Según el Chilam-Batam, libro de profecías mayas, en diciembre de 2012 será el gran fin del ciclo Baktun (un período medido en días en el calendario maya), pero también “el principio de uno nuevo”, asegura Hansen. Ese mismo año, también en diciembre, el Protocolo de Kioto vivirá sus últimos días. ¿Coincidencia?
“El mensaje de los mayas es que hay que cuidar el planeta. Si no hacemos nada llegaremos al declive”, declara la experta guatemalteca. El mismo mensaje es el que ha lanzado participantes y organizaciones sociales durante las dos semanas de la XVI Conferencia de las Partes de Naciones Unidas para el Cambio Climático en Cancún.
“Está en nuestras manos cambiar el destino de la Tierra”. Así lo pensaban los mayas. “No podemos caer en la misma trampa”, explica Hansen. Como en la profecía maya, la nueva era –el nuevo acuerdo- permitirá empezar de nuevo.
Sin embargo, 2012 también coincide con el deshielo en meses de verano del Polo Norte. Fue una de las principales conclusiones de los diez científicos de la expedición TARA, que partieron en 2007 para estudiar durante dos años los efectos del cambio climático.
“El derretimiento de los polos afectará a todo el planeta. Sólo el deshielo de Groenlandia podría provocar el paro en la circulación termodinámica del planeta”, especifica Amor de Paz. La Cumbre del Clima ha tenido la oportunidad de revertirlo.
Otro modelo de cumbre
Según Kermond, la cumbre ya no es un mecanismo de acción efectivo para tratar temas urgentes: “Se requieren otros mecanismos, con una influencia económica y política real. El encuentro de Cancún debería haber admitido que tiene “que haber discusiones sobre las opciones, y luego avanzar y centrarse en un aspecto del cambio climático que permita su éxito”.
Y estudiar la historia es la “mejor forma de no repetirla”. La arqueología ayuda a conocer el pasado para entender el presente, y proyectar el futuro. A pocos kilómetros de donde, una vez más, los países han buscado el mayor consenso para luchar contra el cambio climático, la población maya de la ciudad de Tulum ya lo dejó claro: “El camino en el mar se abrirá en algún momento, y el mundo cambiará”. Quedan dos años.
El arqueólogo británico Thomas Athol Joyce (1878-1942) fue uno de los investigadores occidentales pioneros en el estudio de la cultura maya y de su legado científico. Entre 1925 y 1931 se encargó de las expediciones del Museo Británico a las ruinas mayas. En diciembre de 1927, Joyce llegaba a Madrid invitado por el Comité Hispano-Inglés para dar una charla sobre el arte y la cultura maya en la Residencia de Estudiantes, que hasta el 24 de abril de 2011 expone parte de su trabajo en la muestra Viajeros por el Conocimiento.
De todas las aportaciones científicas que realizó el pueblo maya, destacan tres campos:
Calendario: La civilización maya estableció un ciclo solar de 365 días, y otro lunar, de 295 días. Su calendario fue el primero de la Historia en ser exacto. Su precisión se basa en una serie de días continuos que parten de una fecha inicial precisa (día cero): el 12 de agosto de 3.113 a.C.
Matemáticas: El aporte clave de los mayas fue el número 0 (representado por una concha marina), que les colocó en la vanguardia intelectual del mundo prehispánico. Los números de sus calendarios iban hasta el 19 y se representaban por puntos o círculos para los números del 1 al 4; y barras, que representaban períodos de 5 días. Su sistema numérico era vigesimal, y no decimal como el actual.
Astronomía: Los mayas tenían técnicas de observación celeste a simple vista. Venus, por ejemplo, fue uno de los astros más importantes, porque en función de la posición de este planeta se desarrollaron guerras y sacrificios del período Posclásico. Los mayas también veneraron la Vía Láctea, conocida por ellos como el Árbol del Mundo, y representada por un gran árbol floreciente –la Ceiba-, del cual provenía toda la manifestación de vida. El Sol fue su centro de atención, y representaron su recorrido en el arte maya. Durante la puesta solar de los equinoccios de primavera y otoño, una “serpiente de luz” sube al templo de Chichén Itzá (México) por la escalera de la pirámide. La proyección solar marca siete triángulos de luz invertidos, como resultado de la sombra de las nueve plataformas del edificio.