Hace más de cien años que la luz artificial iluminó una calle por primera vez y las ciudades emprendieron una carrera para ser las primeras en iluminación nocturna. Hoy, astrónomos y biólogos denuncian las altas tasas de contaminación lumínica en España. Solo La Palma goza de una bóveda limpia, gracias a los más de 20 años de su Ley del Cielo, establecida poco después de que la isla albergara el Observatorio del Roque de Los Muchachos. Las demás regiones apenas cumplen la legislación, obviando las consecuencias biológicas, económicas y sanitarias que acarrea.
Cuando llega la medianoche, como si de un cuento de hadas se tratase, las calles de los núcleos urbanos de la pequeña isla canaria de La Palma se tiñen de color anaranjado. En ese momento, los letreros y la iluminación decorativa dejan de funcionar y la oscuridad va dominando por completo la noche. Solo así los vecinos pueden disfrutar de su más preciado patrimonio: el cielo estrellado.
“En la Península debes buscar lugares altos, con pocas lluvias, laderas suaves y vientos laminados por el mar o el océano para poder ver cielos oscuros”, explica a SINC Francisco Javier Díaz Castro, jefe de departamento de la Oficina Técnica para la Protección de la Calidad del Cielo, del Instituto de Astrofísica de Canarias (OTPC-IAC). La contaminación lumínica se ha convertido en el peor enemigo de astrónomos aficionados y de cualquier ciudadano, que apenas distingue estrellas entre las farolas y los edificios de las ciudades en las que habita.
Pero este tipo de residuos luminosos no solo dificultan las observaciones astronómicas. El derroche energético que abunda en las grandes ciudades priva a los vecinos del derecho a una noche oscura, lo que influye en su estado de salud. También produce desequilibrios biológicos en algunos animales que durante la noche realizan sus acciones vitales: la luz se lo impide.
Enjambre normativo
Esta contaminación, de la que apenas se tiene conciencia —tal y como denuncian los expertos— hace referencia al resplandor luminoso nocturno producido por la difusión de la luz en los gases, aerosoles y partículas en suspensión en la atmósfera. Este altera las condiciones naturales de las horas nocturnas y dificulta las observaciones astronómicas de los objetos celestes, tal y como se recoge en la Ley de calidad del aire y protección de la atmósfera (34/2007).
Las administraciones locales y autonómicas han desarrollado normas para conservar cielos limpios pero su aplicación resulta muy desigual. “Existe una variedad de normas sobre la misma problemática que debería ser atajada con una estatal para evitar que en unas comunidades se consienta contaminar más que en otras”, declara a SINC Josep María Ollé, técnico municipal de alumbrado público de Reus y delegado del Comité Español de Iluminación en Cataluña.
Las provincias catalanas, junto a Baleares, Navarra, Comunidad de Madrid, Cantabria, Andalucía, Extremadura y Castilla y León se rigen por normas propias. Pero, a pesar de los esfuerzos que están haciendo, sus cielos no son necesariamente los más oscuros del país. “Los más limpios no lo son gracias a ninguna normativa autonómica o local sino a que pertenecen a zonas que no han sido urbanizadas y están bastante lejos de núcleos urbanos”, añade Ollé. De este modo, puntos de Castilla La Mancha, Extremadura, la cornisa cantábrica y los Pirineos seguirían a La Palma en el ranking de mejores bóvedas celestes del país.
Lo que diferencia la pequeña isla canaria de las demás es que, además de su privilegiada ubicación y orografía –en pleno océano Atlántico y con un característico ‘mar de nubes’ que actúa como aislante entre los centros urbanos y los puntos más altos de la isla– tiene una Ley del Cielo con más de 20 años de antigüedad.
“Sirve para garantizar la calidad del cielo para su uso científico”, indica Díaz Castro. La ley se creó en 1988, tres años después de la inauguración en la isla del Observatorio del Roque de los Muchachos. Este centro, dependiente del Instituto de Astrofísica de Canarias, tiene la mayor concentración de telescopios del hemisferio norte del planeta y alberga el mayor telescopio óptico del mundo, el Gran Telescopio Canarias.
Con el paso de los años se ha comprobado cómo, además de proteger el cielo, la norma servía para ahorrar energía, “lo que ha animado a gobierno y autonomías a legislar con esta base”, añade el investigador del OTPC-IAC.
Apagar luces
Sin embargo, los logros de la última década se han visto frenados por el contexto de crisis económica y financiera. Aunque es cierto que el parón económico ha disminuido el consumo –y con ello la producción y el gasto energético– las administraciones no están llevando a cabo medidas que les suponga un desembolso.
“Si hay coste económico, sencillamente no se hace nada”, reconoce Ollé. “Los técnicos municipales solo estamos siguiendo instrucciones de apagar las luces que no sean estrictamente necesarias, lo que reduce la contaminación lumínica”, asegura el técnico de Reus.
Contra la sobreiluminación, los expertos recomiendan que el alumbrado no tenga una proyección horizontal sino vertical y siempre dirija la luz de arriba abajo. Únicamente deben alumbrarse las vías –no los edificios– y con la intensidad necesaria, sustituyendo la luz blanca por la anaranjada. De hecho, las extendidas luces blancas LED con componentes azulados no son recomendables porque producen mayor resplandor en el cielo. Lo ideal es su sustitución por focos más cálidos, como luces de sodio de baja y alta presión, y diodos LED ámbar.
Estas medidas son obligatorias en las nuevas instalaciones de alumbrado exterior, ya sean públicas o privadas, puesto que deben cumplir un reglamento de eficiencia energética, aprobado en 2008 y promovido por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. La norma limita así el resplandor luminoso pero, como ocurre con las demás reglas, no se está cumpliendo al 100%. “Depende de las personas responsables –políticos, técnicos, funcionarios– controlar el cumplimiento de las normativas urbanísticas en cada municipio”, señala Ollé.
Derecho a un cielo puro
Diferentes organismos internacionales llevan décadas prestando atención a este problema. La UNESCO, en su Declaración Universal de los Derechos de las Generaciones Futuras de 1997, califica de ‘derecho’ la oscuridad que estamos perdiendo. “Las personas de las generaciones futuras tienen derecho a una Tierra indemne y no contaminada, incluyendo el derecho a un cielo puro”, indica. La UNESCO califica de ‘derecho’ la oscuridad que estamos perdiendo
En esta línea, la agencia de las Naciones Unidas creaba, en 2003, la Iniciativa Temática sobre Astronomía y Patrimonio Mundial. Su objetivo es relacionar ciencia y cultura al reconocer, de forma expresa, aquellos lugares desde donde se realizan observaciones astronómicas.
De forma independiente a la iniciativa de la UNESCO, un grupo de expertos internacionales fundaba el programa Starlight para defender los valores del cielo nocturno como patrimonio de la Humanidad. La Rioja y La Palma han conseguido sendas certificaciones del sello internacional, lo que acredita la buena calidad astronómica de sus cielos.
Pero si hablamos de cielos, hay un país que destaca con diferencia sobre los demás: Chile. Algunas zonas, como el cerro Armazones, en Antofagasta, al norte del país, cuentan con más de 320 noches despejadas al año. Eso, unido a la estabilidad atmosférica, lo convierten en el escenario ideal para ubicar a la mayor ‘competencia’ del Gran Telescopio Canarias: el Telescopio Europeo Extremadamente Grande (E-ELT). Será el mayor telescopio óptico del mundo y su presencia, junto con dos nuevos aparatos, convertirá al país en la capital mundial de la astronomía, al poseer en su superficie el 60% de los instrumentos del globo terráqueo. Hay que alejarse 200 kilómetros de las grandes ciudades para poder contemplar un cielo estrellado más o menos limpio
Desapego con el entorno
“Hemos logrado cambios masivos de luminarias en la gran mayoría de las poblaciones del norte de Chile gracias a la existencia de la norma lumínica (el Decreto Supremo Nº 686/98)”, afirma a SINC Pedro Sanhueza, director de la Oficina de Protección de la Calidad del Cielo del Norte de Chile (OPCC). “Han colaborado las grandes empresas mineras y los vecinos, que han mostrado una disposición muy favorable porque valoran mucho la astronomía”, subraya.
Mientras tanto, aquí tenemos que alejarnos unos 200 kilómetros de las grandes ciudades para poder contemplar un cielo estrellado más o menos limpio o conformarnos con aplicaciones de smartphones que nos explican lo que no vemos. “En Madrid o Santiago de Chile nos perdemos un paisaje que nos ha acompañado desde los albores de la humanidad y que ha sido fuente de inspiración en muchos ámbitos, lo que provoca un mayor desapego con la naturaleza”, se lamenta Sanhueza.
Además del derroche energético, la contaminación lumínica afecta negativamente a nuestro organismo. La clave está en la melatonina, una sustancia química que sirve para que los relojes biológicos de los organismos ‘estén en hora’. Esta hormona, que se segrega durante la noche, deja de producirse cuando el ser vivo se expone a una luz artificial brillante –como las extendidas luces blancas LED– lo que genera y agrava problemas de salud.
“Se trata de enfermedades asociadas a la alteración de los ritmos biológicos y, en particular, al ritmo de sueño-vigilia. Hablamos de insomnio, depresión, envejecimiento acelerado, reducción de la fertilidad, obesidad, diabetes, trastornos cognitivos y algún tipo de cáncer”, detalla a SINC Juan Antonio Madrid, director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.
Sin embargo, esta última relación no está demostrada. No existen estudios que vinculen la falta de melatonina con la aparición de tumores en seres humanos. “A nivel experimental, sobre todo en estudios in vitro, con líneas celulares derivadas de tumores mamarios humanos, se ha demostrado que la melatonina inhibe la proliferación de estas células y su capacidad para metastatizar –propagar el tumor–, pero no hay ningún estudio que demuestre este papel en humanos”, recalca Emilio J. Sánchez-Barceló, responsable del grupo de investigación sobre melatonina y cáncer mamario de la Universidad de Cantabria.
Este equipo demostró, en un estudio publicado en Cancer Letters, que, en ratas, el crecimiento de tumores mamarios inducidos era mayor cuando los animales se exponían a contaminación lumínica durante la noche que si permanecían en un ciclo ‘normal’ de oscuridad.
En este caso, y en el de otros artículos científicos, la contaminación lumínica se asocia a la actividad laboral nocturna, al agruparse todo bajo el acrónimo LAN (luz nocturna, según las siglas en inglés). Atendiendo a estos trabajos del turno de noche, tanto la Asociación Médica Americana (AMA) como laAgencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) han publicado sendos informes advirtiendo de los riesgos que esta contaminación tiene para la salud. “Hay evidencias a favor de que la exposición a luz de una cierta intensidad durante la noche pueda considerarse un riesgo para la salud”, asegura Sánchez-Barceló.
A pesar de estas advertencias, los residuos luminosos nocturnos apenas preocupan a la sociedad. “La labor que tenemos por delante es larga y difícil ya que, a diferencia de la contaminación del agua, o del aire, casi nadie piensa que la luz nocturna sea un problema”, admite Madrid.