De todas las regiones de la fachada atlántica, solo en Galicia y norte de Portugal los fuegos son un problema muy grave que irá a más. En los últimos días se ha hablado de incendiarios, terrorismo ambiental y cambio climático; pero esas explicaciones pueden resultar simplistas. Biólogos que llevan décadas estudiando los incendios del norte peninsular identifican las verdaderas razones de esta oleada.
El domingo 15 de octubre prendía en Galicia un fuego que no será fácil de olvidar. Cientos de personas salían a la calle para ayudar en las tareas de extinción, las llamas llegaban a las casas y alcanzaban el centro de la ciudad de Vigo. Llevaba días ardiendo por la zona de Ourense, la provincia más castigada por esta lacra, pero nadie se esperaba tal magnitud simultánea.
El fuego es un viejo conocido en Galicia, Asturias y el norte de Portugal. En la década de los noventa ya se hablaba de miles de hectáreas quemadas por la ‘cultura’ del fuego, heredada de su uso como una herramienta agrícola y ganadera. Pero en la península ibérica pasa algo atípico: de todas las regiones de la fachada atlántica europea, las únicas zonas donde los incendios forestales son un problema perpetuo son el norte de Portugal y Galicia.
Serafín González Prieto, doctor en biología, director de la Sociedade Galega de Historia Natural y científico titular del CSIC, lleva años estudiando este fenómeno: “El uso del fuego ha sido común en la historia de la humanidad; sin embargo, en otras zonas ha dejado de utilizarse y aquí continúa. A esto hay que sumarle que de todas las regiones de la fachada atlántica europea, Galicia y norte de Portugal tienen los peores indicadores demográficos. Hay un despoblamiento muy acusado y un envejecimiento muy fuerte del medio rural. La utilización histórica del fuego junto con ese crack demográfico y económico ha desmadrado el problema”.
Según los informes de incendios de los agentes forestales, cerca del 99% de los que se registran en Galicia tienen causas humanas y el 75% son intencionados. El resto son accidentes o negligencias. Los intencionados están ocasionados por incendiarios, es decir, personas que los causan deliberadamente, de los cuales muy pocos son pirómanos –con un trastorno psiquiátrico muy específico–.
“Se suele usar el término pirómano de forma confusa, lo que conduce a que se sobrevalore el papel de estas personas en los fuegos. Según las estadísticas, en Galicia provocan un 6,5% de los incendios, cifra que podría estar incluso sobreestimada por la falta de comprensión de este término incluso entre los agentes forestales”, explica María Calviño Cancela, bióloga e investigadora de la Universidad de Vigo.
La científica gallega acaba de publicar un estudio en la revista Forest Ecology and Management sobre la interacción de las causas humanas, naturales y climáticas de los incendios, y en particular del riesgo en las zonas próximas a casas y poblaciones. Calvino colabora desde hace años con Julia Touza Montero, de la Universidad de York (Reino Unido), con la que ha publicado varios artículos relacionados con los fuegos asociados a la vegetación y a los cambios en las políticas forestales. “Estamos pendientes de publicar un estudio sobre el efecto disuasorio de los arrestos, con resultados positivos”, dice Touza.
Determinar las motivaciones de los incendiarios es muy difícil mientras no se les descubra e interrogue. Las estadísticas parten sobre todo de suposiciones realizadas por los agentes de incendios en sus informes.
“Existe una intencionalidad, sin duda, y las bases sociológicas son complicadas por múltiples factores, pero todos ellos se relacionan con un envejecimiento de la población. La pregunta que me hago es: si Galicia desde el año 90 cada vez gasta más dinero en extinción –debe de ser la región de Europa con mayor gasto, con unos 175 millones de euros anuales en los dos últimos años–, ¿por qué 37 años después el problema sigue siendo igual de grave?”, plantea González Prieto.
Asturias registró el lunes hasta 32 incendios forestales. En la imagen, un bombero realiza un cortafuegos en las inmediaciones de la Reserva de la Biosfera de Muniellos. EFE/José Luis Cereijido
Los datos de las últimas cuatro décadas proporcionados por el Plan de prevención e defensa contra os incendios forestais de Galicia muestran un descenso de la superficie quemada del 35 al 25% por década, a pesar de que el número de incendios ha aumentado de 1976 a 2005 –solo se ha producido un descenso en la última década–. Esto sugiere que las medidas de extinción han mejorado en efectividad, pero el número de incendios es elevadísimo, con un promedio anual de 0,13 fuegos por km2, solo superado por Portugal, según los últimos datos de la Comisión Europea.
“Imaginemos que en vez de gastar el dinero en extinción se hubiera invertido en prevención y en el desarrollo sostenible de las zonas que tradicionalmente se queman. En darle un futuro económico, ambiental y demográfico a esas áreas. Cada vez se gasta más, pero no se gasta bien. Es una economía del fuego que sigue creciendo”, indica el investigador del CSIC.
Para Calviño Cancela, estar preparado para algo tan excepcional como lo vivido en los últimos días supondría unos costes muy difíciles de asumir para cualquier sociedad. “No tenemos un problema con la eficacia de extinción de incendios, a la que se dedican muchos recursos, pero sí con el número de ellos que se producen”.
De la misma opinión es Mercedes Casal, directora del grupo de investigación Ecología del Fuego en la Universidad de Santiago de Compostela (USC), que lleva más de cuarenta años estudiando los incendios en esta comunidad: “Hay situaciones en las que los medios están desbordados al concentrarse muchos incendios en pocos días y con factores meteorológicos desfavorables. Lo que se debe hacer es potenciar las medidas preventivas”.
“He vivido incendios forestales de cerca –añade González Prieto–, he asistido a pequeñas quemas autorizadas, pero cuando las condiciones se ponen complicadas, si hay una oleada de esa magnitud es inmanejable. La gente tiene que descansar, no puedes mandar a personas agotadas a jugarse la vida para apagar un incendio. Lo que hay que evitar es que haya tantos fuegos”.
Tanto Casal como González Prieto son muy críticos con la gestión del territorio en Galicia y en gran parte de España. “Se ha mezclado la edificación con el monte –dice la científica de la USC–, con lo cual aumenta el riesgo para la población humana, sus viviendas y propiedades, y además la técnica de extinción ya no corresponde a criterios estrictamente forestales”.
El drama es mayor porque en Galicia y en Portugal en los últimos años los incendios ocurren muy cerca de zonas habitadas. La Ley de Incendios Forestales de Galicia establece la normativa para la protección en estas zonas. “Es necesario cumplir lo establecido en la Ley, e incluso mantener mayores perímetros de protección de las zonas urbanas o industriales", enfatiza Casal.
González Prieto lamenta: “Si Galicia se caracteriza por algo, desgraciadamente, es por la carencia de ordenación y gestión del territorio. Esto, unido al abandono dramático del medio rural, es el caldo de cultivo idóneo para esta situación”.
En total, han fallecido cuatro personas en los incendios de Galicia y 41 en Portugal, pero la tragedia no acaba cuando se apagan las llamas. Los fuegos tienen consecuencias sobre la salud humana, el medioambiente y la erosión de los suelos.
“El humo altera a la atmósfera gravemente, se producen efectos ambientales, pérdidas materiales de viviendas, de animales. Más tarde, vendrán las pérdidas de suelo por lluvias intensas y erosivas que deterioran los ecosistemas forestales, los ríos y las rías. Los problemas no terminan cuando se apaga el fuego, sino que empiezan otros”, afirma González Prieto.
“El año que viene volveremos a hablar de esto y a lo peor la superficie quemada es más grande y hay más muertos”, subraya el investigador del CSIC.
La proliferación de plantaciones forestales de especies muy inflamables, como pinos y eucaliptos, sin duda favorece la rápida expansión de los incendios, sobre todo cuando se encuentran semiabandonadas y acumulan mucha cantidad de biomasa.
“Un problema importante es que no se dan los incentivos adecuados para que un propietario evite el riesgo que supone utilizar especies con alto riesgo. El dueño de la parcela recibe los beneficios derivados de la alta productividad de estos árboles, pero no asume el enorme coste que causan los incendios”, explica Calviño Cancela.
Un bombero intenta extinguir un incendio en la zona de Zamanes, en Vigo, el 15 de octubre de 2017. EFE / Salvador Sas
En diversos estudios de su grupo han comprobado cómo los bosques caducifolios nativos típicos de esta zona, dominados por robles, tienen un riesgo de incendio mucho menor que estas plantaciones, por lo que constituyen una defensa natural y barata frente a los incendios. “Se vuelven a cometer los mismos errores: primar las plantaciones de especies productivas y muy combustibles, no intercalar áreas cortafuegos ni bosques refugios de biodiversidad, no proteger carreteras ni casas de la cercanía del fuego futuro”, reprocha Casal.
En cuanto al clima, las condiciones de muy baja humedad del aire, altas temperaturas y vientos muy fuertes, unidas a una vegetación muy seca después de meses prácticamente sin precipitaciones, han favorecido una rápida expansión.
“Lo esperable, con la evolución actual, es que las condiciones climáticas vayan a peor. Es decir, nos vamos a enfrentar a temporadas más largas de incendios forestales y en peores condiciones, con temperaturas más altas y sequías más intensas”, declara José María Fernández Alonso, investigador del Centro de Investigación Forestal Lourizán de la Xunta de Galicia. El científico acaba de publicar un artículo en el European Journal of Forest Research que analiza la interacción de factores como el viento para localizar las zonas más sensibles a la propagación de fuegos en Galicia.
Fernández Alonso tampoco ve que la solución sea aumentar las dotaciones, sino reorientarlas. “Tanto en su formación como posiblemente en su flexibilidad temporal, y apoyarse más si cabe en el conocimiento científico, porque si nos vamos enfrentar a nuevos escenarios de cambio climático, la acumulación de medios no será la respuesta”.
“Con todos estos puntos en contexto –enfatiza González Prieto– queda claro que si hay una oleada de incendios es muy difícil poder atajarlos, a no ser que tengamos un coche de bomberos por cada pueblo. Hay que ayudar a conservar los parques naturales que se han quemado, las zonas de la Red Natura 2000 que han ardido y las especies amenazadas que han muerto calcinadas. Necesitamos cambiar el enfoque totalmente”.