Si hay una novela sobre neurociencia que ha hecho pensar y llorar a millones de personas es Flores para Algernon, de Daniel Keyes. Ahora, el relato breve del que nació este best seller cumple 55 años. En él, un joven con discapacidad cognitiva, y su amigo, un ratón de laboratorio, multiplican su cociente intelectual gracias a una prometedora terapia. Hace más de medio siglo, el autor ya planteó las implicaciones éticas que conllevan algunos de los avances actuales en neurociencia.
A cualquier editor le sangrarían los ojos con solo leer los primeros párrafos del relato de Charlie Gordon: “Toda mi vida e sentido deseos de ser listo en bez de tonto [sic]”, suspira.
Hace 55 años que se escribieron esas líneas. Quien las firmaba era un panadero de 32 años con discapacidad intelectual que se sometería a una cirugía para aumentar su inteligencia. Pero en realidad, Charlie no existió; es el protagonista de Flores para Algernon, una novela considerada por la crítica como una de las mejores obras de ciencia ficción.
La extraordinaria ternura de Charlie y su relación con Algernon, el ratón de laboratorio que antes ha pasado por la misma operación, convierte a esta obra en una de las más conmovedoras de su género.
En abril de 1959, la revista The Magazine of Fantasy & Science Fiction publicó un relato corto de Daniel Keyes (Nueva York, 1927) que dio origen a la novela. Hoy el libro se sigue recomendando como lectura escolar y de él han surgido un musical, adaptaciones para televisión, radio y danza; e incluso una película. Hollywood llevó la historia a la gran pantalla y el actor Cliff Roberston ganó un Oscar por la interpretación de Charlie.
El deseo de “ser listo” de Charlie es el mismo que un alumno con problemas cognitivos le confesó a Keyes cuando era profesor de inglés.
“Aquello fue muy fuerte para mí. Nunca había conocido a una persona con discapacidad que fuera consciente de ella y quisiera superarla”, explica a Sinc Daniel Keyes, que ahora trabaja en dos nuevas novelas.
El autor declara que la historia también nace de otras experiencias: “Yo fui el primero de mi familia en ir a la universidad y eso marcó una diferencia respecto a la gente a la que quería”.
Portada de la revista en la que se publicó el relato corto que originó la novela.
“Charlie Gordon no está basado en ninguna persona concreta. Seguramente esté compuesto por numerosas personas que conozco, incluso un pedacito de mí mismo”, dice Keyes por correo electrónico. Él cree que muchos lectores encuentran algo de sí mismos en su historia porque “se identifican con las esperanzas y los miedos de Charlie”.
Unos años más tarde, en 1966, Keyes publicó otra versión más extensa. Su obra recibió los premios Hugo y Nebula, los más prestigiosos de la narrativa de ciencia ficción.
Nancy Fula, finalista a estas dos menciones y miembro de la asociación SFWA de escritores de este género en los Estados Unidos, cuenta a Sinc: “Me conmovió la situación trágica de ese hombre al que habían convertido en genio”.
“¡Flores para Algernon! Uno de los mejores libros de ciencia ficción que he leído jamás. Muy emocionante”, exclama en un ataque de melancolía Ricard Solé, investigador ICREA en sistemas complejos de la Universitat Pompeu Fabra. “Este género es un sistema de predicción que a veces acierta”, opina Solé. “A menudo, cuando discutimos sobre la investigación que hacemos, nos damos cuenta de que parecía ciencia ficción… ¡y ya no lo es!”.
Drogarse con inteligencia
Pero la neurociencia actual aún está lejos de aumentar la capacidad mental de los seres humanos a través de una intervención quirúrgica.
En el libro, Charlie, con una fenilcetonuria que le ha provocado un retraso mental, se somete a una cirugía experimental que duplicará sus 68 puntos de cociente intelectual. Como sucedería en el mundo real, el tratamiento ha sido probado antes en un modelo animal. Los resultados en el ratón de laboratorio Algernon, que se convierte en un prodigio de la resolución de laberintos, son tan prometedores que el psicólogo Harold Nemur jura convertir al joven en “el pimer ser humano que poseera una in teligentsia acrezentada por la cirugia”, redacta Charlie antes de la operación.
Al cabo de pocas páginas, los errores ortográficos desaparecen de sus informes de progresos, donde escribe por petición del psiquiatra y neurocirujano Jay Strauss.
Sus avances son espectaculares: “Hablo veinte lenguas vivas y muertas; soy un genio matemático y estoy componiendo un concierto para piano que la gente recordará mucho después de que yo haya muerto”, documenta Charlie en el diario que sirve a Keyes para contar la historia en primera persona “después de haber intentado numerosos arranques”.
Pero como en la vida misma, cualquier intervención tiene efectos secundarios y en el apogeo de su inteligencia, Algernon empieza a comportarse de manera extraña y torpe. Está perdiendo facultades. ¿Le pasará lo mismo a Charlie?
El efecto Algernon-Gordon
“Es una metáfora de la vida”, resume Miquel Barceló, doctor en Informática de la Universitat Politècnica de Catalunya y experto en divulgación a través de la ciencia ficción: “Cuando uno llega a su máximo potencial, entre los 30 y los 40 años, se da cuenta de que todo irá decayendo”, lee entre líneas. La escritora estadounidense Nancy Fula coincide con el mensaje de la novela: “Me parece un enunciado de la condición humana”.
Según Keyes, cada lector hace una interpretación diferente de la historia. “No deja de sorprenderme la cantidad de correos electrónicos y cartas que aún recibo de personas. Cada una parece encontrar un mensaje diferente, que resuena en su propia experiencia. El mensaje del libro depende de cada lector y siento que ninguna de las conclusiones es una mala respuesta”.
Charlie Gordon piensa, como cualquier persona a quien se le diagnostica una enfermedad neurodegenerativa de forma precoz, que su cerebro irá degenerando poco a poco. A Ricard Solé le vienen a la cabeza otras obras con “lecciones morales” parecidas, como Despertares, del neurólogo y escritor Oliver Sacks: “Las modificaciones sobre nuestra mente pueden tener consecuencias indeseables”, reflexiona Solé sobre esta historia que le deja “un regusto de tristeza”.
“El libro muestra cómo un gran poder cerebral puede asociarse con una debilidad –opina Joan L. Slonczewski, escritora de ciencia ficción y profesora de biología en Kenyon College (EE UU)–. Por ahora, el aumento de la capacidad intelectual es transitorio, como ocurre con los fármacos que aumentan el rendimiento del cerebro”.
Los primos modernos de Algernon
La neurociencia moderna, más que aumentar la inteligencia, busca fármacos y otras terapias que preserven las capacidades. En el Laboratorio de Cognición Molecular de la Universidad del País Vasco, la científica de origen israelí Shira Knafo investiga tratamientos para revertir los déficits cognitivos de los ‘primos’ de Algernon. Según sus resultados publicados en PLoS Biology, las conexiones sinápticas entre las neuronas de los roedores mejoraron por la inyección en el cerebro de un péptido de laboratorio.
Los avances de este tipo ofrecen nuevas dianas terapéuticas para recuperar las deficiencias cognitivas en pacientes de alzhéimer y el autismo. Incluso las personas sanas podrían sacar partido de estos hallazgos para intensificar su capacidad intelectual.
La ética dispara conexiones neuronales
Ante la posibilidad de aplicar neuromejoras en individuos que no las necesitan, la pregunta que surge es evidente: ¿Nos parece aceptable el uso de fármacos para mejorar el cerebro y amplificar el rendimiento cognitivo?
En tal contexto, la Comisión Europea ha creado el proyecto NERRI para debatir en sociedad las implicaciones éticas de este tipo de descubrimientos. “Queremos elaborar un manual de buenas prácticas para potenciar la investigación responsable”, explica Rosario Martínez, del Observatorio de la Comunicación Científica, la institución coordinadora de la iniciativa.
Por ejemplo, ¿estaría bien que cualquiera pudiera inyectarse el péptido sintético del estudio de Knafo, que hace más plásticas las conexiones entre neuronas de ratas? La investigadora, miembro del comité español de NERRI, tiene claro que una persona sana no debería usar este tipo de fármacos porque se desconocen sus efectos secundarios. “Sin embargo, un enfermo de alzhéimer que no recuerde ni el nombre de sus hijos tiene poco que perder”, argumenta.
Charlie y Algernon.
En paralelo a esta discusión ética, los científicos continúan investigando y algunos escritores de ficción siguen adelantándose a sus hallazgos. “Creo que esta es una especulación muy útil y no es extraño que muchos científicos seamos aficionados al género”, dice Solé.
Fula considera que el género que ella misma cultiva “lleva a cabo un excelente trabajo en la visualización de las posibilidades de futuro, aunque no en los mecanismos concretos”. En cambio, Barceló es más taxativo, ya que considera que “la ciencia ficción predice el futuro como lo hace el tarot: acierta una de cada mil veces”.
Por su parte, Keyes cuenta que a día de hoy todavía recibe mensajes de científicos e investigadores de todo el mundo sobre el debate ético que plantea su libro: “Supongo que aún tiene relevancia”, comenta con humildad sobre su vigencia. Respecto a las consecuencias éticas del uso de fármacos para mejorar la cognición de personas sanas, no se moja: “Soy escritor, no neurólogo. Les dejo esa pregunta a los científicos, con esperanza en el futuro”, se le escapa.
En la investigación sobre la neuromejora del aprendizaje y la memoria, los resultados prometen, pero aún son muy incipientes. Knafo admite que desconocen el tipo de capacidades que potencian en sus ratas y cuál sería su efecto en humanos.
Pero algo siempre se aprende. Y Charlie lo sabe: “Creo que soi la primera persona tonta en el mundo que a encontrado algo inportante para siencia. E echo algo pero no recuerdo que”.