El ser humano se ha convertido en la primera amenaza de algunos animales, que son perseguidos, torturados y aniquilados. Aunque muchas de estas masacres ya han sido denunciadas, otras, como la matanza de delfines en un pueblo pesquero japonés, a primera vista amante de estos mamíferos marinos, no se conocían hasta ahora. El thriller documental The Cove recoge las escalofriantes imágenes que muestran al mundo de lo que es capaz el humano: teñir el mar de rojo, de sangre de delfín, el animal que siempre sonríe.
La Comisión Ballenera Internacional prohíbe desde 1986 la pesca y captura de grandes cetáceos. A pesar de la moratoria, Japón, Noruega y Rusia han desafiado la decisión y han continuado con esta práctica ilegal. Con los años Japón ha reconocido la prohibición de la caza comercial de ballenas y se ha atenido a la caza por fines científicos sacrificando a unas 400 cada año.
Curiosamente, a pesar de matar a grandes cetáceos en nombre de la ciencia, la carne de ballena se sigue vendiendo en Japón. Según el documental The Cove dirigido por el antiguo fotógrafo de Nacional Geographic, Louie Psihoyos, y que se estrena hoy en España, la carne de ballena vendida es en muchos casos la de delfín. Pero los análisis químicos demuestran que la carne de delfín supera los niveles de mercurio permitidos por la Organización Mundial de la Salud.
“La carne puede ser tóxica para seres humanos, porque estamos hablando de depredadores superiores que probablemente estén muy cargados en metales pesados como el mercurio”, afirma a SINC Renaud De Stephanis, biólogo marino, fundador y presidente de la asociación española Conservación, Información & Estudios sobre los Cetáceos (CIRCE).
Mandy-Rae Cruickshank, Campeona Mundial de Apnea que también participa en la película, con una ballena jorobada en la República Dominicana.
Pero también es el caso de peces como el pez espada o el atún rojo, “y sin embargo nos alimentamos de ellos”, explica De Stephanis. El científico relaciona este consumo a una “costumbre arraigada culturalmente” que es antepuesta “al posible peligro que podría tener el que sean tóxicos”. No obstante, si bien en España somos conscientes del consumo de atún, en Japón, la población niega el consumo de carne de delfín.
Las imágenes difundidas en todo el mundo, salvo en Japón que esta semana ha prohibido el estreno, retiene todas las miradas en un pequeño pueblo pesquero: Taiji. Después de rodear a los delfines con embarcaciones y redes y retenerlos en una cala, los pescadores japoneses venden algunos ejemplares destinados a acuarios, y sacrifican al resto clavándoles punzones indiscriminadamente. Mueren, hembras, machos, y crías. En total unos 23.000 delfines al año, en el secreto más absoluto y la ignorancia de la población japonesa.
Hasta 1996, en Perú ocurría una matanza similar de estos seres inteligentes y que, como los seres humanos, tienen conciencia de sí mismos. “En el pasado comían carne de delfín pero el gobierno ya ha prohibido su captura”, señala Rebeca Greenberg, bióloga científica marina de la organización Oceana.
La tragedia de los delfines en Japón es comparada también a la de las Islas Feroe (en el Atlántico norte, entre Escocia, Islandia e Irlanda), cuyos habitantes cazan calderones comunes (Globicephala melena) desde 1584. Tampoco está regulada por la Comisión Ballenera Internacional.
“Lo que pasa en estas islas es considerado una fiesta muy tradicional, mientras que lo de Japón es mucho más reciente, aunque digan que es una actividad tradicional con mucha historia, no lo es. Además está relacionada con la moratoria de las ballenas. Al reducir la captura de estos cetáceos, los japoneses han empezado con la matanza de delfines cuya carne es vendida como carne de ballena”, advierte Greenberg.
Salvar a los delfines
En el mundo existen unas 50 especies de delfines, cada una con un estatus de conservación diferente. “Lo que está claro es que prácticamente todos están o han estado recientemente en peligro de extinción, y por tanto están protegidos”, afirma De Stephanis. A pesar de la relativa protección, “los intereses económicos y la falta de recursos para hacer aplicar las herramientas de gestión para protegerlos son el principal problema”, añade el biólogo de CIRCE. Es el caso de la matanza de Taiji.
La caza de 23.000 delfines al año en Japón repercute “negativamente en las poblaciones”, declara De Stephanis. En Europa existen acuerdos regionales y legislaciones para proteger a pequeños cetáceos como los delfines en el Mediterráneo, el Mar Negro o el Mar Báltico pero “en Japón no se aplica ninguno de estos convenios”, revela Greenberg.
La Directiva de Hábitat en la Unión Europea obliga también a los países a adoptar medidas para proteger a los cetáceos. Pero Japón se queda fuera de la legislación regional e internacional. “Lo que tendría que pasar es que la Comisión Ballenera Internacional baje su legislación al nivel de los pequeños cetáceos. Este podría ser un primer paso”, asegura la bióloga de Oceana.
El comercio de delfines, una actividad rentable
Sin embargo, la amenaza de los delfines no se detiene ahí. La captura de ejemplares salvajes destinados a acuarios roza la ilegalidad. De los miles de delfines que son apresados por estos pescadores japoneses, un porcentaje se venden a los centros de ocio para hacer negocios con espectáculos. La historia de Flipper se repite cada año.
Richard O’Barry, actual activista en contra de la captura de delfines, contribuyó al éxito de la serie en los años ’60, y fue quien capturó a las cuatro hembras que interpretaron el papel del amistoso Flipper. Sin embargo, O’Barry es capaz de arriesgar su vida, como muestra la película, para salvar a los delfines, cuya sonrisa, dice, “es el mayor engaño de la naturaleza”.
En los acuarios, estos pequeños cetáceos sufren estrés por la falta de comunicación entre ellos y por problemas de espacio. “Las piscinas son muy pequeñas, y por tanto no pueden esparcirse. Además, necesitan una gran cantidad de enriquecimiento ambiental, como actividades, juegos que les saquen de la monotonía, ya que sino se volverían locos”, atestigua De Stephanis.
Según el convenio de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, en sus siglas en inglés) el comercio con este tipo de especies es totalmente ilegal, sólo se justifica con fines de conservación e investigación. “En el caso de Europa sólo pueden llegar animales que sean de segunda generación, o G2, que son animales que son hijos de individuos que han nacido en cautividad, por lo que traerlos a Europa sería totalmente ilegal”, certifica el biólogo.
No obstante, a pesar de la legislación europea en la que se prohíbe la captura de cetáceos para su uso en acuarios, hay fallos. “Lo que no prohíbe es que otro país los capture y los exporte a la Unión Europea. En Europa puede entonces haber casos de acuarios con delfines salvajes”, denuncia Greenberg.
El documental de Psihoyos, ganador de más de 20 premios internacionales, entre ellos el Oscar al mejor documental, ha levantado la alarma en el mundo sobre la situación en Japón, en contra de muchas iniciativas conservacionistas. Las actuaciones en contra de la matanza y captura de estos mamíferos marinos se han diversificado y extendido con un único objetivo: que Flipper nade libre y que su “sonrisa” sea real. Sin embargo, la situación del delfín su suma a la del atún rojo, tiburones, ballenas, y focas (entre otros) cuya principal amenaza es el ser humano. Pero puede también ser su salvación.
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