Si usted tiene un perro seguramente estará familiarizado con la leishmaniasis, una enfermedad parasitaria que hasta hace poco era mortal para los canes. Pero es posible que no conozca que cada treinta segundos una persona es infectada por esta dolencia, que se puede manifestar con úlceras leves en la piel, pero también con una inflamación fatal del hígado o el bazo. Hoy día cualquiera puede proteger a su mascota, mientras que doce millones de personas de países en vías de desarrollo sufren la ‘enfermedad de los pobres’.
La leishmaniasis es la tercera enfermedad transmitida por vectores con más incidencia en el mundo, después de la malaria y la filariosis. La OMS calcula que unas 60.000 personas mueren al año a causa de una dolencia cuyos casos se concentran en un 90 % en 15 países, la mayoría en vías de desarrollo.
Cada año se producen dos millones de nuevos casos, de los que 1,5 millones corresponden a formas cutáneas, como laceraciones en la piel, y el resto a formas viscerales, que pueden provocar la muerte a través de la inflamación de órganos internos.
Se transmite por la picadura de la hembra de la llamada mosca de la arena, que alberga los protozoos parásitos del género Leishmania. Hasta el momento no se ve en el horizonte el control de la enfermedad y más lejos aún queda su erradicación. La complejidad del patógeno y la dificultad para inducir respuestas inmunes específicas celulares son las principales complicaciones a la hora de desarrollar una vacuna eficaz.
A esto se añade el hecho de que la dolencia está englobada en el grupo de enfermedades tropicales olvidadas y “prácticamente ninguna compañía pone dinero para un ensayo clínico en humanos”, explica Lucas Sánchez, investigador que trabaja en el desarrollo de vacunas de leishmaniasis en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB). “Son muy caros”. Además, como la mayoría de los casos se localizan en países empobrecidos como la India, Bangladesh, Nepal, Sudán y Etiopía, “nadie va a pagar la vacuna”, subraya el investigador del CNB.
Farmacéuticas, organizaciones no gubernamentales, gobiernos y empresas son buenos candidatos para llevar a cabo un ensayo, desarrollar la vacuna y optimizarla, pero “si ven que no va a haber negocio porque es el tercer mundo, no suelen pagarlo”, apunta Sánchez. “Sin mecenazgo puro y duro muchas vacunas se quedan en los congeladores”, agrega.
Los perros, por delante
Donde las cuentas sí han salido es en el desarrollo de la vacuna para animales de compañía, cuyos dueños –ciudadanos de países industrializados– están dispuestos a pagar para protegerlos. “Esa vacuna va a dar mucho dinero”, asegura Sánchez.
La vacuna a la que se refiere el investigador del CNB es la CaniLeish, que salió al mercado a principios de 2012 para proteger a los perros en España, pero ya se comercializaba en Francia y Portugal desde 2011. En Brasil, donde la leishmaniasis también hace estragos entre los canes, ya se vendían dos vacunas (Leishmune y LeishTec) desde hace al menos tres años. Sin embargo, algunos expertos dudan de la protección que confieren a los animales.
“El negocio es el negocio”, comenta Jorge Alvar, jefe del Programa de Control de la leishmaniasis en el departamento de Enfermedades Tropicales Desatendidas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Ginebra, y recientemente galardonado con el Premio Carlos IV de la Real Academia Nacional de Medicina. “Parece que la vacuna retrasa pero no protege. Faltan estudios”.
Sin embargo, si estos fármacos han visto la luz es porque ofrecen una defensa suficiente “para que una farmacéutica pague por desarrollarlas”, señala Sánchez, que recalca que todo lo que hay es “muy optimizable” y por ello se sigue trabajando.
En el caso de los perros, como se detecta más tarde, el parásito –una vez introducido en el can a través de la picadura– se multiplica y desarrolla aún más en su interior y afecta a más tejidos y órganos. La enfermedad se vuelve entonces grave y difícil de tratar.
Nada nuevo en 15 años
“En los seres humanos los síntomas se detectan antes, la infección está más localizada y la respuesta al tratamiento es buena. En muchas personas el parásito solo se detecta en piel, donde causa lesiones cutáneas que en su mayoría son autocurativas”, apunta Javier Moreno, director de la Unidad de Leishmaniasis y Enfermedad de Chagas del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) en Majadahonda (Madrid).
En la actualidad tan solo unas pocas compañías están desarrollando una vacuna para leishmaniasis humana y la mayor parte de estos proyectos están en fase preclínica. “Faltan años para llegar al mercado”, asegura Moreno.
El proyecto más avanzado es el del Infectious Disease Research Institute (IDRI) en EE UU, con soporte de la Fundación Gates, que consiste en una poliproteína recombinante. Ya se han hecho ensayos clínicos en fases I y II y se va a realizar un próximo ensayo de eficacia en la India.
Hasta que las pruebas avancen, las personas infectadas seguirán recibiendo terapia combinada con tratamientos y solo existen cuatro medicamentos eficaces para evitar la aparición de resistencias. “En los próximos 15 años tampoco esperamos nada nuevo”, lamentaba Alvar en el reciente acto de entrega de su premio.
Paradójicamente, el mayor avance para la protección de las personas lo ha supuesto la vacuna canina, que puede favorecer de manera indirecta a los humanos. Los perros también son un reservorio del parásito y pueden contagiarnos. “Si se controla al hospedador intermediario de la Leishmania habrá menos peligro potencial para las personas”, añade Sánchez.
Liebres madrileñas, reservorios silvestres
A los perros se unen otras especies animales salvajes como reservorios del parásito, como el caso de las liebres y los conejos que abundan en España. Aquí, como en otros países mediterráneos, la enfermedad es endémica aunque normalmente no se daban más de una decena de casos al año en humanos. Pero desde julio de 2009, un brote de leishmaniasis ya ha afectado a más de 300 personas en la Comunidad de Madrid.
En Fuenlabrada la proliferación de las liebres ha aumentado a la vez que el número de vectores y por tanto la transmisión del parásito a las personas, según el último Boletín Epidemiológico de la Comunidad.
“Estos brotes no son nada comunes en España ni en el sur de Europa, pero sí se han reportado episodios de leishmaniasis que han sido consecuencia de cambios ambientales, como la construcción de presas o sistemas de riego o la colonización de zonas silvestres por parte del hombre, que hacen que se incremente mucho el vector y el reservorio, o que se ponga en contacto al parásito con la población humana”, alerta Javier Moreno. Ha sido el caso de las liebres en las zonas cercanas a Fuenlabrada.
En el laboratorio del ISCIII, el equipo de Moreno ha confirmado que alrededor del 19% de las liebres examinadas eran portadoras del parásito y también que estos animales infectados eran capaces de infectar flebótomos –vectores del parásito–. En condiciones normales, los parásitos de las liebres no deberían tener un impacto directo en los seres humanos porque no hay mucho contacto de forma natural.
En este caso “es muy probable que el aumento sin control de la población de liebres, junto a condiciones ambientales favorables, haya hecho que aumente la población de vectores en una zona muy cercana a la población humana. Todo ello ha producido un aumento excepcional de la transmisión en la población más cercana”, indica el experto.
Desde inicios de 2012, el número de afectados ha ido in crescendo y podría seguir aumentando a pesar de las medidas de control. “Eso no quiere decir que las medidas no funcionen. No sabemos si la infección fue esta temporada o la pasada, en verano de 2011”, señala el investigador.
Con el tiempo, las medidas de control de población de liebres y vectores harán efecto y se prevé que el número de casos descienda. Asimismo, a pesar del inusual número de casos, la virulencia clínica de las cepas del parásito no es especialmente alta y la mayoría de los casos clínicos son de leishmaniasis cutánea, la forma más leve de la enfermedad.
Un tercio, con VIH
El brote de Fuenlabrada, aunque raro, no es único. Según un estudio publicado en noviembre de 2011 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene, investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) de Madrid registraron 2.028 casos de leishmaniasis visceral de 1997 a 2008 en los hospitales españoles. La incidencia de hospitalizaciones fue más alta en Madrid y la costa mediterránea.
Un tercio de estos pacientes estaba también infectado de VIH. “En pacientes con VIH, la susceptibilidad a la Leishmania es mayor”, subraya Sánchez. Además, la enfermedad aumenta la carga vírica en los pacientes que ya son VIH+ “lo que hace que desarrollen los síntomas de SIDA de una forma más rápida”, recalca Moreno. En la población pediátrica, todos los casos de leishmaniasis ocurrieron en niños sin VIH.
Aunque la enfermedad no es un problema especialmente grave en humanos en nuestro país, la denominada “enfermedad de la pobreza” supuso en los doce años de estudio de la URJC una inversión de unos 15 millones de euros, una carga económica nada desdeñable.
A la espera de una vacuna humana, 350 millones de personas en todo el mundo seguirán corriendo el riesgo de infectarse de esta enfermedad parasitaria, según la OMS. Una cifra que tampoco es despreciable.