Antes de emprender sus vacaciones en países de Asia, África y Latinoamérica, turistas de todo el mundo se informan sobre el dengue, el paludismo, la leishmaniasis o la enfermedad de Chagas, transmitidas por insectos. Pero son las comunidades indígenas las principales víctimas de estas dolencias potencialmete mortales. Investigadores en ecosalud, que han participado en la conferencia EcoHealth 2014 de Montreal (Canadá), explican a Sinc cómo trabajan con estas poblaciones en proyectos que pueden salvarles la vida.
En verano, el contacto entre insectos y humanos se multiplica. Entran en las casas, resultan molestos para conciliar el sueño y agreden a las personas. Además, cada año, viajeros de todo el mundo visitan destinos turísticos de Asia, África y Latinoamérica, que están considerados puntos calientes de enfermedades emergentes transmitidas por insectos. Con frecuencia, estas regiones luchan con una urbanización rápida y no planificada, con la deforestación y la sobreexplotación de recursos naturales y de su vida silvestre.
Una de las consecuencias de estas actividades es el contagio en humanos de dolencias potencialmente mortales propagadas por insectos. Algunos de los más conocidos son Aedes aegypti, que transmite el dengue; Anopheles, la malaria; Lutzomyia, la leishmaniasis y Triatomino, la enfermedad de Chagas.
Prevenir y responder a dichas enfermedades infecciosas de forma efectiva, sobre el terreno y de manera sostenible, es el trabajo de múltiples grupos de investigación que trabajan en ecosalud –salud humana, animal y ecología– por todo el mundo, una disciplina en la que la participación social es fundamental.
Un ejemplo pionero se encuentra en Colombia, donde un equipo de científicos ha diseñado una estrategia para involucrar a la comunidad indígena en el reconocimiento, búsqueda y recolección de insectos que transmiten malaria, Chagas y leishmaniasis.
“Hemos creado un folleto y un kit entomológico para cada población. Además, somos pioneros en organizar y desarrollar una logística para trasladar los insectos. Nuestra idea es que el Gobierno implemente el sistema de recogida en comunidades que viven en áreas muy remotas”, declara a Sinc Catalina González-Uribe, investigadora de la Fundación Santa Fe de Bogotá en Colombia, que ha presentado el proyecto en EcoHealth 2014 en Montreal (Canadá).
Insectarios para saber reconocerlos
Esta experiencia piloto se ha desarrollado con indígenas de las comunidades de los Barí de Karikachaboquira, y los Wayúu en Marbacella y El Horno. Estos últimos sufrieron en 2010 una epidemia de malaria.
“Habíamos pensado en trabajar con una tercera comunidad, pero está por desgracia en una zona en conflicto muy complicada de Colombia y acceder a ella ponía en riesgo la vida de las personas del equipo. No pudimos llegar a una negociación”, apunta González-Uribe.
Cada participante recibió un kit para llevar a cabo la vigilancia de los insectos. Además, la comunidad barí desarrolló un insectario para el reconocimiento de las especies, que posteriormente trasladaron a través de una ruta al laboratorio del centro de salud pública de su región, a 213 kilómetros.
“Con nuestras intervenciones la gente vive mejor y se siente bien. En Guatemala decimos que una sola golondrina no hace verano. Mi obligación es la investigación, pero si no se aplica y se colabora con las comunidades, para qué sirve”, explica a Sinc María Carlota Monroy Escobar, que ha participado también en EcoHealth 2014 en Montreal como experta en la enfermedad de Chagas y primera mujer guatemalteca en ganar la Medalla Nacional de Ciencia y Tecnología de su país.
Un modelo matemático que detecta el riesgo de transmisión
El Chagas es una enfermedad tropical producida por un protozoo que se transmite a los humanos y otros animales a través de un insecto, la vinchuca. La mayoría de la población afectada vive en comunidades pobres que tienen casas mal acondicionadas. Se calcula que cerca de ocho millones de personas en el mundo están infectadas por esta dolencia, que es endémica de América Latina. “No se puede erradicar –enfatiza la científica–, tenemos que aprender a convivir con el parásito”.
El equipo de Monroy, que cuenta con personal investigador de la Universidad de Granada (España), ha desarrollado proyectos de mejora de viviendas con materiales locales –cenizas volcánicas, cal y arena– en poblaciones indígenas de Latinoamérica. Como consecuencia, se ha reducido drásticamente esta y otras enfermedades. En la actualidad trabaja en la creación de un modelo matemático de la trasmisión de Chagas en diferentes contextos ecológicos.
“El objetivo es entender cómo influyen los componentes ambientales, entomológicos y sociales para que se dé la enfermedad. Por poner un ejemplo, solo una docena de los insectos triatominos transmiten esta dolencia, pero como la deforestación continúa y se derriban las barreras naturales, hay nuevas especies potencialmente peligrosas. Para saber cuáles serán aplicamos el modelo, y podemos advertir qué insectos van a ser mejor que otros para transmitir el parásito del Chagas”, añade la científica.
Más agua, más mosquitos
Otros de los aspectos de riesgo para la aparición de insectos y transmisión de enfermedades es la modificación de los suelos para uso agrícola o ganadero.
En Kenia (África), científicos del Instituto Internacional de Investigaciones Agropecuarias (ILRI, por sus siglas en inglés) han hecho un estudio para comparar el peligro de infecciones transmitidas por mosquitos a humanos en lugares donde se ha implantado el regadío.
Johanna Linddahl, investigadora de este centro, explica: “Investigamos una zona semiárida de este país donde se introdujo el sistema de riego, para determinar los efectos de estos cambios en la incidencia de infecciones como la malaria, el chikungunya, el virus del Nilo Occidental, la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo y la fiebre del Valle del Rift”.
Los científicos recolectaron datos socioeconómicos de las zonas donde se había implantado dicho sistema y en las que no, lo que hizo que tanto hombres como mujeres participan en actividades agrícolas. Además, recogieron muestras de sangre de sujetos seleccionados al azar.
“Nuestros resultados mostraron que las zonas de regadío tuvieron una prevalencia ligeramente mayor de malaria que las zonas de secano. En la actualidad la sangre está siendo examinada para saber la prevalencia de otras enfermedades, pero parece que las infecciones por mosquitos son mayores en las áreas irrigadas. Hay, por tanto, una necesidad de incorporar medidas de control de enfermedades en estos lugares”, expresa Linddahl.
Otras de las áreas de acción de las intervenciones de ecosalud son las regiones turísticas. No en vano, muchos de estos destinos vacaciones recomiendan la vacunación o prevención ante este tipo de dolencias.
En la ciudad de Fortaleza (Brasil) y la de Girardot (Colombia) –que tienen como una de sus principales fuentes de ingresos este sector–, existe un alto riesgo de contagio por Aedes aegypti, el insecto que transmite el dengue.
Investigadores de la Universidad Estatal de Ceará en Brasil y del Centro de Estudios e Investigación en Salud de la Fundación Santa Fe de Bogotá respectivamente, han implicado a la población y a las empresas locales para la mejora de sus instalaciones en la lucha contra la enfermedad.
En la ciudad brasileña se formaron diez grupos de trabajo que colaboraron en la limpieza de patios traseros, revestimiento de recipientes de agua de gran tamaño, colocación de contenedores elevados en los techos de las viviendas y la eliminación de basura dentro de las casas.
Se intervinieron un total de 2411 lugares (2.353 hogares y 58 espacios públicos). Los principales resultados muestran la efectividad de esta intervención basada en la participación comunitaria.
En el caso de Girardot, también se puso en práctica la implicación de la población local. En el proyecto participaron diez costureras para elaborar cortinas para ventanas y puertas, y las empresas locales se ocuparon de los marcos de aluminio para fabricar tapas en los contenedores de agua.
“Llevamos a cabo talleres para crear varios diseños para las cubiertas de los recipientes de agua y seleccionamos empresas locales para la elaboración de las medidas”, comenta Tatiana García-Betancourt, de la Fundación Santa Fe de Bogotá que formó parte de la investigación.