El hallazgo muestra que las tensiones físicas generadas en las bacterias durante la filamentación quedan registradas en su estructura celular, lo que condiciona futuras divisiones y abre nuevas vías para combatir infecciones resistentes.
En el sudeste europeo estos animales extintos no eran estrictamente herbívoros, sino que modificaron sus dietas según el entorno en el que vivían. Esta estrategia los hizo más vulnerables a los cambios climáticos y ambientales del Pleistoceno superior.
Un nuevo estudio, liderado por José Manuel Maíllo Fernández, profesor de Prehistoria y Arqueología de la UNED, demuestra que su movilidad y territorio social eran mucho más amplios de lo que se pensaba.