El llamativo color blanco de Tyto alba podría ser una adaptación que las hace más difíciles de ver para sus presas cuando vuelan contra el cielo nocturno. Esta afirmación en apariencia paradójica es la conclusión de un estudio interdisciplinar liderado por la Estación Biológica de Doñana.
Investigadoras españolas han demostrado que la presencia de un único depredador, la lechuza, en una cueva sudafricana, indica que los cambios en el registro fósil de micromamíferos a lo largo de dos millones de años estarían producidos por variaciones ambientales. Estos resultados añaden fiabilidad a futuros estudios paleoecológicos y paleoclimáticos que se hagan en el lugar.
Según el programa Noctua, de la organización conservacionista SEO/BirdLife, la población de lechuzas ha descendido un 13% desde 2005. El trabajo, realizado por 450 voluntarios, revela que en la mayoría del territorio español, exceptuando Castellón y Cataluña, el número de estas rapaces ha disminuido. Además, han estudiado a otras especies asociadas, como grillos y grillotopos que son la base de la dieta de estas aves, y han observado también un descenso de estos insectos en el país.