Jucaraseps grandipes es el nombre del nuevo género y especie de lagarto cretácico que ha publicado recientemente la revista Palaeontology. Se trata de un lagarto extinto diminuto, de unos 27 milímetros de longitud (sin contar la cola) y menos de un gramo de masa, cuyo esqueleto fósil articulado se encontró en el yacimiento de Las Hoyas, en Cuenca. El trabajo lo firman el investigador del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont (ICP) Arnau Bolet y la investigadora de la University College London (UCL) Susan E. Evans.
Metatarsiano encontrado, que corresponde al dedo pulgar del pie izquierdo de un adulto neandertal. Imagen: Jesús F. Jordá Pardo.
Un grupo de investigadores españoles ha descubierto el primer resto óseo de Homo neanderthalensis del yacimiento de Jarama VI (Guadalajara). El fragmento corresponde al dedo pulgar del pie izquierdo de un adulto neandertal y presenta una mordedura de un pequeño animal, posiblemente de un zorro.
Durante el Mesozoico (hace entre 250 y 65 millones de años), las tortugas eran más diversas en Europa, y en concreto en la Península Ibérica. Investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) analizan la singularidad del registro de tortugas mesozoicas españolas, en el que han identificado varios géneros y especies nuevas.
Fósiles de una pulga gigante hembra (izquierda) y macho (derecha) hallados en China.
Ilustración de cómo se cree que fue el ‘Cocodrilo Escudo’
La pequeña musaraña Juramaia proporciona la primera evidencia fósil conocida de los euterios. Imagen: Mark A. Klingler
Los saurópodos, los mayores dinosaurios terrestres, tenían una temperatura corporal de entre 36 ºC y 38 ºC, cifras semejantes a las que registran los mamíferos modernos. El análisis de isótopos de los dientes fósiles de estos animales plantea si los saurópodos podrían haber sido de sangre caliente.
Especie de anomalocarídido del Cámbrico, conocida como Laggania. Es el modelo más parecido a los nuevos ejemplares hallados. Foto: Esben Horn.
Un estudio internacional revela que los cerebros de los primeros mamíferos evolucionaron para tener unos sentidos del olfato y del tacto más sofisticados. Los investigadores analizaron los fósiles de dos especies con más de 190 millones de años y observaron que las áreas del cerebro que controlan estos sentidos experimentaron un crecimiento más avanzado que el resto de zonas.