La salud y la enfermedad dependen de factores biológicos y de tratamientos médicos, pero tienen también una dimensión social innegable. Esta investigadora nos cuenta cómo la visión sociológica y de género de la salud aporta claves esenciales, ya que tradicionalmente la medicina ha ignorado la especificidad de las mujeres, excepto para lo puramente reproductivo.
A comienzos de la década de 1990, la Organización Mundial de la Salud calificó como ineludible la visión de la salud desde la sociología, por la importancia de los factores condicionantes más allá de los puramente biológicos. Pero para Ana González Ramos, científica titular del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), este planteamiento no termina de convencer a todas las disciplinas y las corrientes de investigación, por lo que aún no ha calado lo suficiente.
Sin embargo, en estos tiempos es más fácil que nunca entender la relevancia de este enfoque sociológico: “Podemos tener la vacuna contra una enfermedad, pero si no convencemos a las personas de que deben tomarla, no servirá de nada”, cuenta González Ramos a SINC. La investigadora explica que es la dimensión social la que, por ejemplo, ha transformado la consideración de la discapacidad, antes un elemento de enfermedad, hoy de integración.
Una parte esencial de esa dimensión social de la salud es la cuestión de género y sexo. Además de las trabas a la carrera profesional de las mujeres, González Ramos comenta que tradicionalmente la medicina ha ignorado la especificidad de ellas, excepto para lo puramente reproductivo.
El punto de vista masculino inventó enfermedades como la histeria, que se diagnosticaba a las mujeres hasta el siglo XIX. Patologías actuales como la anorexia, mayoritariamente femenina, tienen un peso social evidente. “Ahora las mujeres tenemos una voz propia y un discurso sobre nuestra salud, pero aún hay muchos déficits”, resume la socióloga.
En los estudios a veces no se diferencia a hombres y mujeres, y esto lleva a que a ellas se las subdiagnostique o lo contrario, y se les dé un tratamiento inadecuado
¿Es la anorexia, como lo fue la histeria, una enfermedad generada por la sociedad?
Si las personas actuaran de manera diferente respecto a los valores que se inculcan, sobre todo a las chicas, acerca de la belleza, la alimentación, la autoexigencia, la perfección y el éxito, ese problema probablemente acabaría de un plumazo sin necesidad de ningún otro aspecto más fisiológico o de intervenciones más duras, igual que ocurrió con la histeria. Esta ‘enfermedad’ era una etiqueta que desapareció no gracias a la medicina, sino a la sociedad. Mi convencimiento es que pasará lo mismo con la anorexia. Es difícil deshacernos de ella, pero no tiene más causas que la sociológica. Por eso de poco sirve aislar a la persona y darle tratamiento psicológico para que luego vuelva al mismo contexto social que le ha llevado a ello.
La medicina antigua no consideraba a la mujer como una paciente distinta del hombre. ¿Se ha corregido?
Antiguamente se hacían modelos en cera para estudiar el cuerpo humano, pero mientras que los de los hombres eran detallados, los de las mujeres eran estatuas con poses artísticas, tumbadas, con el vientre abierto para que se viera el niño alojado dentro de su cuerpo, y poco más. Ni siquiera se representaba fielmente el aparato reproductivo femenino en los libros de texto. Todavía tenemos muchas carencias. En las guías prácticas clínicas aún se tratan muy precariamente el sexo y el género cuando no se trata de cuestiones específicas de las mujeres. Por ejemplo, la gota es mayoritaria en los hombres, pero a partir de la menopausia las mujeres pueden padecerla. En los estudios a veces no se diferencia a hombres y mujeres, y esto lleva a que a ellas se las subdiagnostique o lo contrario, y se les dé un tratamiento inadecuado. Ocurre incluso en los experimentos con animales.
Antiguamente se hacían modelos en cera para estudiar el cuerpo humano, pero mientras que los de los hombres eran detallados, los de las mujeres eran estatuas con poses artísticas, y poco más
¿También en los ensayos clínicos? Supuestamente las instituciones ahora insisten en la necesidad de incluir la diversidad.
Sí, pero la verdad es que se queda en la fase de recomendaciones y de deseabilidad, más que en hacerlo. Es importante que lo tengamos en cuenta en las políticas. Quizás lo que solíamos tener de políticas públicas universales deberíamos considerarlo desde un punto de vista más específico y con atención a la interseccionalidad. No pueden generarse medidas para toda una población que beneficien a una parte pero perjudiquen a otra. Por ejemplo, el teletrabajo. Es bueno para muchas personas, pero empeora la calidad de vida y la salud mental de las mujeres que, además de teletrabajar, tienen la obligación de llevar el cuidado de la casa.
Para Ana González Ramos, la visión sociológica y de género de la salud aporta claves esenciales. / SINC
¿Ha mejorado la situación de la carrera profesional de las mujeres? En la ciencia, ha existido el cliché de que las propias mujeres se han autolimitado por la dedicación a la familia.
Si eso fuera así, las mujeres investigadoras que no tenemos hijos progresaríamos del mismo modo que los hombres, pero no es así. Vamos tan lentas como las mujeres que sí los tienen. En la conciliación laboral y personal o familiar es donde más políticas de género se han desarrollado, pero no se trata solo del horario de trabajo, sino de que haya buenos recursos de guardería, de centros para cuidar a las personas mayores… Pero el modelo que tenemos de competitividad y de éxito, que es difícil de desarraigar, no es saludable ni para nosotras ni para los hombres. En las organizaciones hay que trabajar más, porque sigue habiendo múltiples micromachismos. No debemos centrarnos únicamente en el tema de los cuidados, porque existen problemas más allá de la propia actitud de las mujeres, es una cuestión estructural y cultural que debemos ir cambiando.
El teletrabajo es bueno para muchas personas, pero empeora la calidad de vida y la salud mental de las mujeres que tienen también la obligación de llevar el cuidado de la casa
Es decir, que sigue primando la discriminación pura y dura, la clásica.
Estamos logrando pasos importantes. Hace unos años al colegio de médicos le preocupó el aumento de las mujeres colegiadas, porque esto se asociaba a un desprestigio de la profesión, cuando es justamente lo contrario. Un caso opuesto son los premios nacionales, que han cambiado las normas para proponer candidatos y candidatas en cada una de las categorías. Con políticas efectivas, se consigue. No así en los Nobel, donde el número de mujeres sigue siendo muy pequeño. ¿Hay una selección tendenciosa hacia los hombres que tienen mejores laboratorios, mejores salarios, mayor reconocimiento…? Para llegar a un premio hay que tener buenos laboratorios, ideas y equipo, pero también una buena visibilidad. En la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT) a la que pertenezco estamos continuamente reivindicando este hecho; cuando no llaman a las mujeres para los comités de congresos y eventos internacionales más prestigiosos, son solo los hombres quienes deciden.
Un antiguo responsable de los Nobel, Göran Hansson, decía que es injusto que haya tan pocas mujeres galardonadas, pero se exculpaba diciendo que los premios solo reflejan la injusticia de la sociedad.
Claro, pero eso es una explicación circular. Yo no premio a las mujeres porque la sociedad no me lo permite y no arreglo la sociedad porque la culpable es la sociedad. ¿Quién es la sociedad sino nosotros mismos? Desde que empecé mi carrera científica allá por los años 90, me están diciendo que esto se corregirá con el tiempo, pero el tiempo no corrige. Si las personas no toman partido, continuará la misma inercia.
En el tema de salud hay una corriente de femtech, tecnología dirigida a lo femenino, pero la mayor parte se concentra en lo reproductivo
¿Están colaborando las nuevas tecnologías en ese cambio, o están perpetuando lo que ya teníamos antes?
Aquí hay dos aspectos, uno es sobre el diseño de las tecnologías, en el que todavía hay mucho diseño androcéntrico. Por ejemplo, eliges música de cantantes femeninas en Spotify y el algoritmo sigue insistiendo en ponerte intérpretes masculinos. En el tema de salud hay una corriente de femtech, tecnología dirigida a lo femenino, pero la mayor parte se concentra en lo reproductivo. Cuando preguntaba a las alumnas de máster sobre las aplicaciones de control de la menstruación, resultaba que compartían esa app con su pareja. Si es bueno o no, dependerá de la relación de la pareja, pero esas apps están diseñadas de cara a sentimientos obligados en los días del ciclo, lo cual sigue reproduciendo y machacando estereotipos. Por ejemplo, no a todo el mundo le sienta igual la menopausia. Hay quienes la vivimos como una liberación, y otras a quienes les afectan los problemas de salud o la connotación de pérdida.
Por lo tanto, hay guiones de género. Y esto tiene que ver con la segunda parte a la que me quería referir, que es cómo nos deshacemos de esas actitudes. Aquí la respuesta es más compleja, porque es necesario deshacerse de ciertos códigos y rehacerlos de manera diferente. No obstante, se sigue repitiendo lo mismo, por ejemplo, en las mujeres la salud se liga a la belleza, y en los hombres a la fuerza física. Hay un juego de cambio social que está por encima de las propias tecnologías.