La iniciativa Biosmart busca desarrollar una nueva generación de envases que permitan conservar la comida en buen estado durante más tiempo. Serán biodegradables, compostables y reciclables, con sensores de gases y paredes con efecto barrera. El objetivo es reducir el desperdicio y las emisiones de dióxido de carbono.
Noventa kilogramos por persona al año es la cantidad de comida que se desperdicia en Europa, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, conocida como FAO.
En un estudio publicado por la institución en 2011, se calcula que en el mundo un tercio de los alimentos producidos acaba en un contenedor de basura. Esto, además de generar un importante impacto social, tiene como consecuencia un elevado nivel de emisiones de CO2 y, por tanto, efectos negativos sobre el medio ambiente.
Para mitigar este problema, el centro tecnológico vasco IK4-TEKNIKER coordina Biosmart, una iniciativa para desarrollar una nueva generación de envases inteligentes que optimicen la conservación de la calidad de los alimentos y prolonguen su vida útil, lo que reducirá su desperdicio y las emisiones de dióxido de carbono.
Los envases estarán fabricados a partir de materias primas orgánicas naturales, lo que dará lugar a envases biodegradables y compostables que puedan transformarse en biomasa, CO2 y agua tras su uso; o bien en envases reciclables para simplificar su posterior tratamiento y reutilización.
“Serán ‘inteligentes’, es decir, tendrán funcionalidades que permitirán monitorizar los gases presentes y alargar la vida media de los alimentos que contengan”, explica a Sinc Amaya Igartua, Coordinadora de la Acción Europea en Materiales de IK4-TEKNIKER.
Una de estas utilidades se basará en sensores que informarán del estado de conservación del interior basándose en los gases de los envases mantenidos en atmósfera controlada. “De esta manera será más fácil garantizar una correcta conservación de los alimentos”, añade Amaya Igartua.
Los envases contarán también con buenas propiedades de efecto barrera para controlar la permeabilidad al agua, oxígeno y CO2, así como para bloquear las radiaciones ultravioleta responsables de la oxidación de las grasas, pérdida de vitaminas y color, y efectos adversos en el sabor de algunos tipos de alimentos.
“Se evitará la adhesión y proliferación de microorganismos como bacterias, hongos y levaduras con el fin de alargar el buen estado de los alimentos”, apunta Igartua. “Y, por último, el coste de producción será competitivo respecto a los envases actuales para facilitar su penetración en el mercado”, concluye.
Imagen de microscopía electrónica en la que se muestran nanoagujas (altura de 2.2 micras y diámetro de la base 300 nanómetros) fabricadas en silicio mediante un proceso de fabricación de grabado sin máscara. / IK4-TEKNIKER