Expertos advierten que el aumento del consumo de estos alimentos industriales eleva el riesgo de obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y renales, depresión y muerte prematura. Reclaman medidas urgentes para frenar esta tendencia.
Los ultraprocesados se han convertido en el “nuevo tabaquismo” para la salud pública, y España es uno de los países donde más ha crecido su consumo, llegando a triplicarse en las tres últimas tres décadas, según un análisis de la evidencia científica sobre el tema recogido en The Lancet.
La revista científica publica un especial dedicado a los ultraprocesados elaborado por 43 expertos durante los últimos dos años, entre ellos Renata Bertazzi, investigadora en la Universidad de Salamanca, y Maira Bes-Rastrollo, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Navarra.
Uno de los artículos analiza cuánto ha aumentado la ingesta de calorías procedentes de estos alimentos, y España se sitúa a la cabeza: el aporte diario ha pasado del 11 % al 32 % en las tres últimas décadas.
“El valor refleja la contribución porcentual de calorías per cápita adquiridas por los hogares según encuestas realizadas a la población. Estos sondeos se utilizan cuando un país no dispone de encuestas nacionales de consumo individual, bajo la premisa de que lo que se compra será consumido”, explica Bertazzi en una entrevista con EFE.
Los datos de España, matiza la investigadora, provienen de encuestas hechas en 1990, 2000 y 2010. “Con la tendencia de crecimiento observada, es posible que el consumo actual sea aún mayor”, indica.
Los ultraprocesados, detalla Bertazzi, “son formulaciones de sustancias derivadas de alimentos baratos y aditivos, diseñadas y comercializadas para reemplazar los alimentos integrales y las dietas basadas en comidas reales, con el fin de maximizar las ganancias de la industria alimentaria”.
“Una forma sencilla de identificarlos es revisar la lista de ingredientes y buscar dos marcadores típicos como los aditivos cosméticos, que no cumplen función de conservación, sino que modifican color, sabor, aroma, textura o apariencia: aromas artificiales, potenciadores del sabor, colorantes, emulsionantes, edulcorantes o espesantes”, relata.
Estos productos también se reconocen por su contenido en “sustancias de uso exclusivamente industrial, que no se encuentran en supermercados ni se utilizan en la cocina doméstica, como caseína, proteína de suero, jarabe de maíz de alta fructosa, azúcar invertido, maltodextrina, dextrosa, lactosa o aceites hidrogenados”.
“Básicamente la industria de los ultraprocesados reemplaza componentes perecederos de alimentos integrales por sustitutos más baratos y duraderos, manteniendo sabor y apariencia”, resume.
La evidencia científica confirma que el consumo creciente aumenta el riesgo de múltiples enfermedades como obesidad, diabetes, patologías cardiovasculares o renales, depresión y muerte prematura.
Los investigadores apelan a los gobiernos para regular y reducir la producción, la comercialización y el consumo de ultraprocesados, con el objetivo de salvaguardar la salud pública frente “a la poderosa industria de fabricación de ultraprocesados”.
Entre sus recomendaciones: un etiquetado “más parecido al de una cajetilla de tabaco”, que informe claramente de sus aditivos y del riesgo que suponen para la salud de forma visible en la parte frontal del producto.
Plantean retirar estos productos de comedores escolares y hospitales, limitar su presencia en supermercados, restringir su publicidad y aplicar impuestos cuya recaudación se destine a que frutas, verduras y alimentos frescos lleguen a los hogares con menos recursos.
Comprar alimentos ultraprocesados nocivos para la salud no puede ser tan barato. “Hay que ponerles impuestos más altos y destinar ese dinero a que sea más fácil acceder a la comida saludable”, subrayó en una rueda de prensa organizada por The Lancet Camila Corvalán, directora del Centro de Prevención de Enfermedades Crónicas Asociadas a la Nutrición (CIAPEC) de Chile.
Los investigadores sostienen que son las empresas globales, y no las elecciones individuales, las que impulsan el auge de los ultraprocesados, y concluyen que “es urgente y factible” una respuesta sanitaria global a este desafío.
Este sector es el más rentable de la industria alimentaria, con ventas anuales globales de miles de millones de euros, que le permiten ampliar producción, invertir en técnicas de mercadotecnia agresivas, influencia política y diseños atractivos para impulsar el consumo.
El artículo revela también cómo las empresas de ultraprocesados emplean sofisticadas tácticas políticas para proteger sus beneficios: bloquean regulaciones, influyen en debates científicos y en la opinión pública.