Un equipo de científicos ha descubierto la relación entre parásito y huésped más arcaica conocida, la de un tipo de braquiópodos –muy parecidos a las almejas– que conservan en sus conchas unos tubos que robaban su comida. El hallazgo retrasa los orígenes de esta práctica en más de 25 millones de años.
Hace 515 millones de años, la Tierra tenía un clima tropical, con mares de poca profundidad repletos de nuevos animales complejos. Estaba en curso la explosión cámbrica, un período de diversificación vertiginosa de vida animal. Uno de los grupos que vivían en los océanos eran los braquiópodos: criaturas simples que se alimentan por filtración, con órganos blandos protegidos por dos conchas, muy parecidos a las almejas modernas.
Un equipo de científicos ha descubierto que estos seres fueron parasitados por unos organismos tubulares incrustados en sus conchas que probablemente desviaban la comida del braquiópodo hacia sí mismos practicando el cleptoparasitismo, es decir, robando alimentos de su huésped. Los fósiles de estas especies, hallados en Yunnan (China), representarían la relación entre parásito y huésped más antigua conocida.
“En nuestro estudio examinamos y medimos cientos de especímenes de braquiópodos con tubos y sin tubos en sus conchas. Pudimos demostrar que los primeros tienen un tamaño (biomasa) reducido en comparación con los que estaban libres de tubos”, dice a SINC Timothy Topper, coautor del estudio e investigador de la Northwest University de China. Los infectados por parásitos mostraron en promedio una disminución del 26 % en la biomasa. El estudio se publica hoy en la revista Nature Communications.
Los braquiópodos fueron muy comunes a lo largo de la historia de la Tierra (con más de 12.000 especies) y han sobrevivido durante más de 500 millones de años. Sin embargo, actualmente solo representan un pequeño porcentaje de los animales marinos, alrededor de 450 especies.
Los investigadores descubrieron cientos estos individuos de un mismo tipo, conservados en grandes cantidades en las rocas. Algunos tenían hasta 15 tubos incrustados y otros ninguno. “El braquiópodo de este estudio (Neobolus wulongqingensis) medía alrededor de entre 5 mm a 10 mm de longitud y vivía en el fondo marino. Su caparazón se abría a la columna de agua para atraer nutrientes con los que alimentarse”, apunta Topper.
La combinación de los datos de la biomasa de las criaturas y la orientación de crecimiento de los tubos incrustados en las conchas no dio lugar a duda de que la interacción fue parasitaria.
Neobolus wulongqingensis / Zhifei Zhang (Northwest University)
Los fósiles fueron descubiertos por Zhifei Zhang, profesor del departamento de Geología de la Northwest University, y su grupo de estudiantes en una cantera.
“Algunos braquiópodos tenían uno o dos tubos y otros hasta quince. Fue increíble. Pero nos sorprendió aún más cuando Zhifei nos dijo que teníamos cientos de especímenes. Había prados de braquiópodos en esa cantera. Nunca habíamos visto algo así antes, una relación tan única entre dos especies en un número tan grande”, dice Timothy Topper.
Zhang, coautor de la investigación, explica a SINC: “Con frecuencia en el registro fósil se menciona el parasitismo, sin embargo, la mayoría de los casos giran en torno a una sola o tal vez un puñado de muestras y si una criatura impacta negativamente en otra es especulativa. Pero aquí tenemos cientos de especímenes de braquiópodos con y sin tubos que nos han permitido demostrar estadísticamente, por primera vez en un ejemplo fósil del Cámbrico, que un huésped (braquiópodo) se ve afectado negativamente por un parásito (gusanos tubulares incrustantes)”.
Los organismos que habitan en los tubos se unieron a las conchas al principio y luego crecieron a la vez que sus huéspedes, robando parte de los alimentos de las corrientes de alimentación producidas por los braquiópodos.
“No podemos decir exactamente qué tipo de animal pudo haber sido el parásito, ya que solo conservamos los tubos, muy probablemente porque era de cuerpo blando. A veces, en algunas muestras, vemos lo que pueden ser los restos de un intestino, por lo que está claro que los tubos estaban ocupados, pero se desconoce el animal exacto. Pudo ser una criatura parecida a un gusano”, asegura Topper.
El parasitismo está en todas partes, pero cómo y cuándo evolucionó sigue siendo un misterio. Este hallazgo de braquiópodos con tubos parásitos incrustados en su caparazón revela el caso definitivo más antiguo, una nueva puerta para rastrear las interacciones parasitarias durante más de 500 millones de años.
Referencia:
Zhifei Zhang et al. "An encrusting kleptoparasite-host interaction from the early Cambrian". Nature Communications