Con las restricciones por la covid-19 de 2020 disminuyeron las hectáreas quemadas en el Mediterráneo. ¿Qué podemos aprender de la pandemia para mejorar su gestión? Esta es la pregunta que se hizo un equipo de científicos, que insiste en gestionar los combustibles y concienciar a la sociedad para disminuir el impacto del fuego.
La actividad humana ha alterado el régimen de los incendios y se ha convertido en responsable de la mayoría de ellos, a la vez que las alteraciones que provocamos en el paisaje conducen a situaciones de mayor riesgo.
Un estudio internacional liderado por la Universidad de Lleida ha hecho un seguimiento del impacto de los confinamientos por la pandemia en los incendios forestales de la región mediterránea. El riesgo en esta zona está muy ligado a los cambios y patrones socioeconómicos, por lo que la paralización del país influyó en el comportamiento económico y social, desencadenando efectos en cascada, como el descenso de la superficie forestal quemada en invierno y primavera.
“Este trabajo demuestra el importante impacto que el ser humano ejerce en el medio, al igual que ocurre con el descenso de contaminación atmosférica en las ciudades. Los incendios son un fenómeno complejo del que la ignición es tan solo una parte. Evidentemente el cese de actividad no es una solución ni deseable ni realista. En este sentido, el reto reside en la concienciación y desarrollo de nuestra actividad de manera más responsable”, dice a SINC Marcos Rodrigues, coautor de la investigación en la Universidad de Lleida.
Este trabajo demuestra el importante impacto que el ser humano ejerce en el medio, al igual que ocurre con el descenso de contaminación atmosférica en las ciudades
Para el estudio investigaron la evolución reciente del área quemada en Portugal, España, Francia, Italia y Grecia para determinar hasta qué punto la temporada de invierno a primavera de 2020 se vio afectada por la respuesta de la sanidad pública a la covid-19 (toques de queda y cierres).
Para los autores, el uso del fuego está intrínsecamente relacionado con los sistemas de gestión de la tierra pasados y actuales. “En el caso de los incendios, que ocurren en la temporada de invierno y primavera, se relacionan principalmente con su uso en labores agrícolas y de gestión del territorio. Generalmente es para la quema de residuos o la limpieza de los bordes de las parcelas, así como el mantenimiento de los pastos y la mejora del hábitat de las especies cinegéticas”, argumenta Rodrigues.
Cristina Vega García, de la misma universidad, añade a SINC: “Otro aspecto derivado de las limitaciones de movimientos durante meses ha sido un posterior aumento de la presión sobre los espacios naturales (turismo rural, caravaning), por lo que existe el riesgo de un efecto rebote al confinamiento parcial o territorial”.
También tuvieron en cuenta las condiciones meteorológicas para descartar que mediasen en la actividad incendiaria.
Otro aspecto derivado de las limitaciones de movimiento ha sido un posterior aumento de la presión sobre los espacios naturales, por lo que existe el riesgo de un efecto ‘rebote’
En este sentido, el efecto parece ser más notable en España que en los demás países analizados. Paulo Fernandes, de la Universidad de Trás-os-Montes e Alto Douro (Portugal) y coautor de la investigación, analizó el caso particular de Portugal. En este país los indicadores relacionados con el contenido de humedad del combustible apuntaban a una situación poco propicia para la ignición y propagación del fuego, por lo que resultó difícil asilar esta situación del impacto por confinamiento.
Avioneta de descarga de agua tras un incendio. / MITECO
Las actividades humanas proporcionan una fuente de ignición, una condición necesaria para que ocurra un incendio, pero no suficiente. Esto quiere decir que la situación del combustible, la estructura del paisaje y las circunstancias meteorológicas son las que van a determinan en última instancia el impacto del fuego.
“Por ejemplo, los incendios que ocurren en esta temporada suelen tener un tamaño claramente menor que los que ocurren en verano, ya que el contenido de humedad es relativamente alto. En estas situaciones la incidencia del viento es la que suele contribuir a que un conato vinculado a la presencia antrópica escape al control inicial”, argumenta Rodrigues.
Tanto la comunidad científica como los servicios de extinción abogan actualmente por una estrategia más proactiva, encaminada a coexistir con el fuego y desarrollar paisajes resilientes. “Sin perder nunca de vista que el objetivo no es que los incendios desaparezcan, sino recuperar su régimen natural y cultural mitigando sus impactos negativos”, continúa el científico.
Este tipo de política parecerá funcionar a corto plazo, al reducir el número de fuegos y la superficie quemada, pero a menudo creará las condiciones para que se produzcan grandes incendios. Es la llamada paradoja del fuego
Por su parte, Vega García apunta: “Las estrategias no han evolucionado con los cambios en la estructura del territorio, que sí se ha modificado con el éxodo rural y ha dado lugar a una sociedad más urbana”.
Esto ha llevado a una fuerte inversión en la preparación y la lucha contra los incendios, en lugar de centrarse en la raíz del problema, según los científicos. Es decir, los paisajes y los bosques —como proveedores de combustible para los incendios— y las personas que viven en ellos —como responsables de igniciones—.
“Este tipo de política parecerá funcionar a corto plazo, al reducir el número de fuegos y la superficie quemada, pero a menudo creará las condiciones para que se produzcan grandes incendios, de gran intensidad y gravedad. Estos se alimentan del combustible escatimado por la lucha contra los incendios y no eliminado por la actividad económica o las actividades de prevención de incendios. Es la llamada paradoja del fuego o trampa de la lucha contra los incendios”, dice a SINC Fernandes.
El refuerzo de las políticas de extinción fuera de temporada implica que los incendios se controlan más fácilmente al disponer de más recursos. “Esto es evidente en el caso de Portugal. Una consecuencia no deseada es que, con el tiempo, empeorará los incendios de verano. Los de invierno y primavera, comparativamente de baja intensidad, mantienen mosaicos de vegetación útiles para limitar la propagación de los de la temporada estival”, enfatiza.
La idea es llevar a cabo estrategias proactivas dirigidas principalmente a prevenir los eventos extremos mediante la gestión de los combustibles, la concienciación de la sociedad y la adaptación al cambio climático.
En esta dirección se están dirigiendo ya muchos esfuerzos, por ejemplo, vinculados a proyectos de investigación en el marco del programa H2020 o la reciente convocatoria del Green Deal de la Unión Europea. “Sin embargo, la magnitud de la extensión territorial a gestionar y la falta de programas políticos, económicos e inversiones en el medio rural perfilan un futuro muy incierto”, concluye Vega García.
Referencia:
Marcos Rodrigues et al. “Has COVID-19 halted winter-spring wildfires in the Mediterranean? Insights for wildfire science under a pandemic context”. Science of The Total Environment