Un estudio con participación española demuestra que los agricultores de esta región africana han diversificado sus cultivos frente a la variabilidad climática y elevación de las temperaturas durante el último siglo. Sus conocimientos pueden ser muy útiles para elaborar políticas agrarias de adaptación al calentamiento global.
Las comunidades agricultoras del Sahel africano han adaptado sus cultivos a las grandes variaciones estacionales y el aumento de las temperaturas provocado por el cambio climático en el último siglo. Así lo corrobora un estudio del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientales de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) que pone de manifiesto la importancia del conocimiento ambiental de las comunidades rurales e indígenas en la adaptación al cambio climático.
El estudio documenta las observaciones de los agricultores Sereer sobre los cambios medioambientales en la región de Fatick (Senegal) y analiza cómo utilizan la diversidad de cultivos para adaptarse a esos cambios. Estas poblaciones rurales del Sahel tienen una gran dependencia de la agricultura de secano, lo que las hace muy vulnerables a la variabilidad climática, que amenaza su principal fuente de alimentos e ingresos.
Según la investigación, realizada por las investigadoras del ICTA-UAB Anna Porcuna-Ferrer y Victoria Reyes-García junto a Faustine Ruggieri del CIRAD (Francia), durante el último siglo, los agricultores Sereer han tenido que hacer frente a cuatro periodos climáticos distintos —con variaciones en las precipitaciones, temperatura y vientos— en los que fueron modificando la variedad de cultivos para dar respuesta al cambio climático, así como a los cambios socioeconómicos y culturales del momento.
Los resultados muestran que, durante los períodos de sequía, los agricultores introducen las variedades agrícolas de ciclo corto, que necesitan menos tiempo para madurar. De este modo no les afecta tanto si la época de lluvias empieza más tarde y acaba antes. Se abandonan así los cultivos de variedades de ciclo largo, que se reintroducen en períodos en los que la lluvia es más abundante.
Alternan así variedades de ciclo corto y largo de sorgo (Sorghum bicolor), mijo perla (Pennisetum glaucum), cacahuete (Arachis hypogaea) y frijoles (Vigna unguiculate).
Los agricultores Sereer identifican cuatro períodos climáticos distintos desde 1900.
El primero, hasta 1960, estuvo marcado por una temporada de lluvias larga (de mayo a noviembre) con precipitaciones fuertes y abundantes, temperaturas altas en los meses previos a las lluvias y frías en los posteriores.
A principios de 1970 comenzó un período de intensa sequía —llamada ofein en la lengua local— que durante una década se caracterizó por lluvias escasas (de julio a principios de septiembre), temperaturas cálidas durante todo el año y ausencia de épocas de frío.
La falta de lluvias durante la época de floración de los cultivos, en septiembre y octubre, provocó malas cosechas y hambrunas, ausencia de pastos, reducción de los rebaños, y desaparición de muchos animales salvajes por la desecación y la pérdida del hábitat forestal.
Durante este período, y para lograr mantener la producción durante períodos de sequía, los agricultores introdujeron la mayoría de variedades de ciclo corto que mantienen hoy en día.
El período que siguió a la sequía, de 1980 hasta finales de 1990, recuperó gradualmente los niveles de lluvia, aunque con períodos más cortos. Las temperaturas dejaron de ser estacionales y el frío tras la temporada de lluvias no regresó.
El último periodo descrito por los encuestados comenzó en el 2000 y está todavía en curso. Según los encuestados, las precipitaciones se han recuperado a niveles equivalentes a los previos a la sequía. La temporada sigue siendo corta, pero la lluvia es abundante y se distribuye uniformemente en el tiempo.
Los agricultores coinciden en que, en comparación con la década de 1960, las temperaturas son ahora más cálidas y hay más viento, lo que relacionan con la falta de la barrera natural que ofrecían los árboles. Los agricultores se han adaptado a la menor duración de la temporada de lluvias utilizando herramientas accionadas por animales que les permiten cultivar superficies más grandes con mayor rapidez, lo que aumenta las posibilidades de obtener una buena cosecha.
El tamaño de los rebaños no ha aumentado porque todos los pastos accesibles están ahora cultivados, y los árboles no se regeneran porque el uso de herramientas de tracción animal, como sembradoras, acaba con los brotes jóvenes.
Con la recuperación de las lluvias los agricultores han recuperado variedades de ciclo largo, que hoy en día conviven en sus campos con las variedades de ciclo corto.
“Entender cómo los agricultores Sereer utilizan la diversidad de cultivos para adaptarse a las variaciones climáticas puede ser la base de las políticas de adaptación al cambio climático que abordan las necesidades y limitaciones locales”, explica Anna Porcuna-Ferrer, coautora del estudio y miembro del grupo de investigación LICCI, liderado por la antropóloga del ICTA-UAB Victoria Reyes-García.
Los resultados, publicados recientemente en la revista Journal of Ethnobiology, destacan el importante papel que desempeña la gestión de la agrobiodiversidad en la adaptación al cambio climático, y recomiendan incluir el conocimiento local —y por tanto, a los agricultores— tanto en la elaboración como en la implementación de políticas de adaptación al cambio climático.
Referencia:
Ruggieri, Porcuna-Ferrer, et al."Crop diversity management as smallholders’ response to climatic variability. Insights from the Sereer in Senegal". Journal of Ethnobiology, 2021