Coronavirus, inmunidad, covid-19 y SARS-CoV-2. Probablemente estas sean cuatro de las palabras más usadas desde 2020, aunque no siempre lo hayamos hecho bien. Fernando Navarro, médico de formación y traductor de esta disciplina desde hace más de treinta años, analiza las principales dudas que han surgido al comunicarnos sobre la pandemia.
Desde el 11 de marzo de 2020, fecha en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó oficialmente la pandemia de covid-19, llevamos ya un año en que todos –médicos y sanitarios, desde luego, pero también periodistas e incluso la población general– prácticamente no hablamos, leemos ni escribimos de otra cosa.
Como nadie puede convertirse de la noche a la mañana en viróloga, intensivista, epidemiólogo, higienista, vacunóloga, economista, biólogo molecular, lingüista y farmacóloga, es normal que surjan dudas sobre el modo más acertado de emplear los términos y conceptos que en estos pandémicos meses nos han llegado a raudales.
Así, entre los cientos de dudas terminológicas registradas en relación con el nuevo coronavirus venido hace un año de China, estas son algunas de las más frecuentes:
El 11 de febrero de 2020 se reunieron por separado dos comités de nomenclatura: por un lado, la OMS bautizó coronavirus disease 2019 (en forma abreviada, COVID-19) la nueva enfermedad respiratoria descrita en Wuhan; por otro, el Comité Internacional de Taxonomía de los Virus decidió llamar severe acute respiratory syndrome coronavirus 2 (en forma abreviada, SARSCoV‑2) a su coronavirus causal.
En el ámbito de la infectología es muy frecuente –incluso entre médicos– confundir las enfermedades infecciosas con sus microbios causales. Lo vemos en frases como “las autoridades sanitarias investigan un brote de salmonela en un hotel turístico” (más bien de salmonelosis, ¿no?) y “en el material de hemotransfusión es preciso descartar la presencia de virus que se transmiten por la sangre, como el VIH o la hepatitis C” (la hepatitis C no es ningún virus).
Como era de prever, también en esta pandemia he encontrado este tipo de confusión con más frecuencia de la deseada: “crece el número de personas infectadas por covid-19” (uso incorrecto del nombre de la enfermedad para referirse a su virus causal) o “está ingresado en la UCI por coronavirus” (uso incorrecto del nombre del virus para referirse a la enfermedad causada por él).
En primer lugar, quizá deberíamos plantearnos por qué no nos atrevimos a acuñar el neologismo abreviado directamente en español: ecov-2019 (a partir de ‘enfermedad coronavírica de 2019’) o covi 2019 (a partir de ‘coronavirosis de 2019’), que son abreviaciones de mayor valor nemotécnico para nosotros y que habrían podido integrarse sin dificultad en el sistema lingüístico.
Dando por asentada entre nosotros, en fin, la forma abreviada inglesa, son muchos los que escriben COVID‑19 todo en mayúsculas, como en inglés. Personalmente, recomiendo la forma lexicalizada covid‑19, en minúsculas, considerada asimismo válida por la Real Academia Española (RAE), y que muy probablemente se impondrá a la larga en el uso.
Tenemos un precedente claro en el síndrome de la inmunodeficiencia humana, descrito a principios de los años ochenta. En inglés lo abreviaron AIDS, término que todavía hoy sigue siendo la forma habitual en dicha lengua. En español, en cambio, inicialmente escribimos SIDA todo en mayúsculas, como en inglés, pero el término se lexicalizó con rapidez, pasó al lenguaje general, y ya en 1992 entró en el diccionario de la RAE como ‘sida’, sustantivo común en minúscula.
Yo pronuncio ‘covid’ como voz aguda: /kobíd/ (esto es, la hago rimar con David), pero oigo a otros –cada vez más– pronunciarla a la inglesa: /kóbid/, voz llana. Dado que se trata de un acrónimo extranjero, ambas pronunciaciones son justificables; pero quienes la pronuncien llana deberían escribir ‘cóvid’ con tilde (lo cual en el momento actual es rarísimo y no veo que nadie lo haga así).
Probablemente coronavirus sea una de las palabras más usadas en el último año. / UNED
Como forma abreviada de ‘coronavirosis de 2019’, para mí es evidente que su género gramatical en español solo puede ser femenino: la covid-19. Oigo a muchos, no obstante, decir “el covid-19”; tal vez por considerarlo un anglicismo; el inglés es una lengua que carece de género gramatical, si bien la mayor parte de los anglicismos crudos terminados en consonante entran en español con género masculino.
Pero, más probablemente, porque están confundiendo la enfermedad con su coronavirus causal, el SARS-CoV-2: “yo digo el covid, en masculino, porque se trata de un virus”. Lo cual es un error conceptual grave y muy peligroso en el ámbito de la divulgación científica.
Cualquiera medianamente familiarizado con la lectura de textos científicos en inglés habrá observado que el sufijo al se usa mucho más en inglés que en español para formar adjetivos especializados. En el campo de las enfermedades infecciosas, por ejemplo, el inglés recurre al adjetivo microbial para expresar relación con los microbios en general, mientras que nosotros decimos ‘microbiano’.
Si el microbio causal es una bacteria, en tal caso los anglohablantes dicen bacterial; nosotros, ‘bacteriano’. Si es un hongo, el adjetivo inglés será fungal; en español, ‘fúngico’. Si es un protozoo, el adjetivo inglés será protozoal; en español, ‘protozoario’ o ‘protozoico’. Y, de forma parecida, cuando se trata de un virus, el inglés recurre al adjetivo viral donde nosotros tradicionalmente decíamos vírico: vacuna triple vírica, por ejemplo, en lugar de *triple viral*.
Para traducir el adjetivo inglés coronaviral y expresar relación con los coronavirus, recomiendo en español coronavírico, que es también la única forma admitida ahora mismo por la RAE. Soy consciente, no obstante, de que la presión del inglés es abrumadora en la medicina actual, y muchos médicos de habla hispana dicen y escriben coronaviral. Se supone que la RAE debería darla también por buena, puesto que desde el año 1992 recoge en su diccionario normativo la variante ‘viral’ ―hoy de uso predominante en español― junto a la forma tradicional ‘vírico’.
Llamamos mortalidad al número de muertes registradas en una población determinada y durante un período determinado; y tasa de mortalidad, a la proporción entre el número de muertes en una población durante un período determinado y el tamaño total de dicha población. Así, mientras escribo estas líneas la mortalidad por covid-19 desde el inicio de la pandemia es ligeramente mayor en Alemania (68.118 fallecidos) que en España (67.101 fallecidos); la tasa de mortalidad, en cambio, es mucho menor en Alemania (≈ 0,82 ‰) que en España (≈ 1,43 ‰).
No debe confundirse tampoco la tasa de mortalidad con la tasa de letalidad, es decir, la proporción entre el número de muertes por causa de una determinada enfermedad en un período determinado y el número de casos diagnosticados de dicha patología en ese mismo período.
Durante la primera ola de la pandemia, muchos medios llegaron a afirmar que la tasa de mortalidad por covid-19 era superior al 10 % en España (lo cual es un disparate mayúsculo si tenemos en cuenta que la tasa de mortalidad anual en España, sumando todas las enfermedades conocidas, no llega al 1 %).
Querían decir, evidentemente, la tasa de letalidad. E incluso así, la noticia ya era suficientemente alarmista: porque la tasa de letalidad, a diferencia de la tasa de mortalidad, depende del número de casos diagnosticados; y, durante la primera ola, en España, la mayor parte de los casos quedaron sin diagnosticar por falta de pruebas analíticas y desbordamiento del sistema sanitario. Varios estudios recientes apuntan más bien a una tasa de letalidad de la covid-19 próxima o ligeramente inferior al 1 %; o, lo que es lo mismo, más o menos del orden de la tasa de letalidad de la gripe estacional.
Si acudo a un diccionario bilingüe de bolsillo, la primera traducción que me da para el inglés herd suele ser ‘rebaño’. No es ningún disparate, desde luego: al hato de ovejas o cabras lo llamamos en español con el mismo nombre. Pero herd puede ser también cualquier grupo grande de animales que viven juntos, como una piara de cerdos o una manada de ñus; y puede aplicarse también en inglés a un gran número de personas, en cuyo caso en español diríamos más bien ‘multitud’, ‘muchedumbre’, ‘gentío’ o ‘grupo’.
Si yo fuera un veterinario que debe hacer frente a alguna epizootia ovina o caprina, pues sí, tal vez hablaría de ‘inmunidad de rebaño’. Pero si lo que quiero es referirme a la protección que ofrece a toda una colectividad humana la inmunización de una parte significativa de ella, suficiente para quebrar la cadena de contagios, parece más lógico hablar de inmunidad colectiva o inmunidad de grupo, ¿no creen?
Fernando A. Navarro es médico especialista en farmacología clínica, pero muy pronto colgó el fonendo y la bata blanca para ganarse la vida como médico de palabras. Traductor médico con más de treinta años de experiencia a sus espaldas, desde 2006 está al frente del «Laboratorio del lenguaje» en Diario Médico.