Llevamos una semana conviviendo con nieve y hielo en todo el centro de la península ibérica. Aunque la situación es insólita en nuestro país, en algunas zonas del planeta este es el paisaje habitual todo el año. Científicos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales se han adentrado en el mundo helado para contar qué pasaría si desapareciera.
Los precios de los apartamentos de algunas regiones nórdicas están bajando en picado. ¿El motivo? Se habían construido sobre suelo helado que parecía que sería sólido para siempre y ahora se está deshaciendo. A nivel climático, los efectos de este deshielo van mucho más allá y podrían hacer fracasar la lucha contra la crisis climática.
Tres intrépidos investigadores del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y la Universidad Autónoma de Barcelona se han embarcado en dos expediciones por el mundo helado para conocer mejor las consecuencias devastadoras del deshielo y encontrar cómo mitigarlas: una primera en Suecia, en 2018, y una segunda en Alaska el año pasado.
Son Olga Margalef, Oriol Grau y Sergi Pla. “El suelo helado de los países árticos se está degradando debido al incremento de temperaturas de todo el planeta y las fronteras han retrocedido unos 30-80 km”, comenta Margalef. “Estudiar este deshielo es muy necesario para entender qué cambios podrían darse a escala mundial cuando la descongelación avance, como por ejemplo unas emisiones enormes de CO2 y la liberación del fósforo y nitrógeno que contienen”, añade.
Toolik (Alaska), 2019. Para realizar el muestreo de suelo congelado hay que utilizar un perforador potente. El equipo de investigación utilizaó un motor acoplado al perforador diseñado ad hoc. En esta zona el suelo helado era totalmente continuo. / CREAF
Cuando cogemos un cubito, rápidamente reacciona a la temperatura caliente de nuestras manos: se deshace y se vuelve agua. Lo mismo le pasa al hielo de nuestro planeta, que se va fundiendo entre la atmósfera que lo rodea y que es cada vez más cálida. Por suerte, todavía se conserva una parte que siempre está helada, incluso en verano, y que se conoce con el nombre de permafrost.
El permafrost es una capa gruesa, que puede llegar a un kilómetro de profundidad y donde la vida es casi nula. Esto hace que la materia orgánica que se encuentra y las concentraciones de carbono, nitrógeno o fósforo se mantengan intactos, como si fuera una nevera que las conserva. Por encima del permafrost existe una capa activa, que sí tiene actividad biológica, que se hiela en invierno y se deshiela en verano. Esta combinación de las dos capas, permafrost más capa activa, la encontramos en aproximadamente 23 millones de km2 del hemisferio norte. ¡Más de dos veces la superficie de EE UU!
El problema actual es que el calentamiento global está empezando a afectar al permafrost y puede provocar que deje de funcionar como una nevera. En este caso, la materia orgánica y el gran reservorio de carbono y de nutrientes que hay dentro se descompondría y se liberaría a través de gases (entre ellos el dióxido de carbono), diluidos en los cursos de agua o formando parte de los seres vivos que los absorben.
Aún no se pueden predecir cómo serán las consecuencias exactas del deshielo del permafrost, pero podéis imaginaros qué amenaza supone… Incluso, algunas expertas y expertos advierten que podría llevar a un punto de no retorno en la lucha contra el cambio climático.
Por suerte, hay una conciencia global creciente sobre la importancia ecológica del permafrost que queda patente en el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) “Fronteras 2019″ sobre temas emergentes y preocupantes a nivel ambiental. Tanto en este informe, como en el mismo Acuerdo de París, se hace un llamamiento para establecer políticas de protección del permafrost y en general de las zonas que más carbono concentran en el suelo frío: las turberas.
¿Dónde encontramos turberas? Desde Asia y Europa, hasta hábitats tropicales, pero son más frecuentes en las regiones frías. En Cataluña, por ejemplo, se localizan en la alta montaña del Pirineo.
Bajo el nombre turbera se engloban los humedales –en general, ácidos– que tienen poco oxígeno y mucha materia orgánica (más de un 30 %), conocida como ‘turba’ y proveniente de las plantas vasculares, musgos y líquenes típicos de los climas fríos.
Como son sistemas saturados de agua y con una falta importante de oxígeno, esta materia se preserva o se descompone muy lentamente. Gracias a ello, las turberas acumulan más de 220 gigatoneladas de carbono (cerca de la mitad del carbono almacenado en los suelos de todo el mundo) a pesar de cubrir solo un 3 % del total de la superficie terrestre.
La mayor acumulación de estos humedales tan peculiares se da en las zonas totalmente heladas, como el Ártico y Subártico, donde coinciden con el permafrost. Se calcula que la combinación de turberas “capturadas” en el permafrost aparece en un total de 1,4 millones de km2 del planeta con una capa de más de 40 cm de espesor.
Si estos suelos perdieran el agua, por culpa del deshielo o para utilizarlos en la actividad agrícola, la turba preservada se secaría, entraría dentro oxígeno y la materia orgánica empezaría a descomponerse emitiendo CO2 a la atmósfera en grandes volúmenes, como miles de fábricas en funcionamiento.
Por este motivo, es importante entender el funcionamiento de estos ecosistemas árticos y subárticos y enviar a nuestros equipos de investigación a descubrirlo en vivo. ¡A pesar del miedo de pasar ellos a formar parte del cubito!
Verónica Couto es técnica de comunicación del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).