La irrupción de la covid-19 obligó a la lengua a adaptarse y buscar metáforas para explicar una situación global de extrema gravedad. Frente al abuso perjudicial de las imágenes bélicas, una iniciativa de varias lingüistas se propuso recopilar ejemplos que sirvieran como alternativas. Porque las palabras no son neutras: influyen en el pensamiento y en la movilización social.
Que las palabras iban en serio, hay quien lo empieza a comprender más tarde. No es el caso de algunas lingüistas, que son muy conscientes de cómo el lenguaje puede modelar la forma de pensar y el comportamiento social.
Al poco de iniciarse la pandemia, empezaron a proliferar mensajes en que se comparaba permanentemente la situación con una guerra, al virus con un enemigo al que derrotar. Pero más allá de los problemas de esa imagen en concreto, “el abuso de una metáfora, sea la que sea, es contraproducente. Oscurece otros puntos de vista”, explica Paula Pérez Sobrino, lingüista cognitiva en la Universidad de La Rioja.
Ella fue una de las responsables de #ReframeCovid, una iniciativa surgida como una conversación colectiva en Twitter en la que se recopilaron cientos de metáforas alternativas. Un intento de ampliar el paisaje, de iluminar otras zonas, y que ha culminado recientemente con un artículo en el que analizan la creatividad y el valor de varias de ellas.
Porque lo peor ha pasado, pero como se esperaba, el virus aún sigue aquí. Como el lenguaje sigue y seguirá aquí.
Lenguaje bélico en exceso
El inicio de la pandemia supuso un cambio abrupto, una nueva y desconocida realidad que traía sucesivas medidas a adoptar. La clase política sabía de la importancia del lenguaje para influir en los comportamientos, y muchos optaron desde el principio por la comparación bélica. Lo hizo Pedro Sánchez en España, pero también Giuseppe Conte en Italia, Boris Johnson en Reino Unido o el mismo director de la Organización Mundial de la Salud.
También lo hizo Emmanuel Macron en Francia cuando dijo: “Estamos en guerra, una guerra sanitaria. No luchamos contra un ejército ni contra otra nación. Pero el enemigo está ahí, invisible, imparable, extendiéndose. Y esto requiere nuestra movilización general”.
“Las metáforas bélicas pueden ser útiles al comienzo, porque son una forma muy directa de hacer entender la situación y las medidas que se toman”, comenta Inés Olza, investigadora en lingüística en la Universidad de Navarra. Pero “cuando se abusa de una metáfora, sea la que sea, a los lingüistas nos molesta”.
En el caso concreto de las referencias a la guerra aparecen diversos problemas. Por un lado, “alude a un marco de acción extrema que va en contra de lo que se nos pedía, que era quedarnos en casa, un no-hacer”, explica Olza.
Además, “su lógica remite a un fin abrupto —cuando sabíamos que la pandemia iba a prolongarse en el medio-largo plazo—, no favorece especialmente la cohesión y genera ansiedad”.
“Las alusiones bélicas son una historia vieja”, reconoce Pérez-Sobrino. Se usan frecuentemente en relación al cambio climático o al cáncer, en los que la ‘lucha’ es un término omnipresente. En este último caso, aunque a algunas personas les pueda servir, y aunque Pérez-Sobrino subraya que el problema “no es el uso, sino el abuso”, algunos estudios han observado que la metáfora tiende a aumentar la sensación de culpabilidad. De ahí que ya se hayan propuesto “menús de metáforas” para personas con cáncer, que les permitan huir si lo desean de la comparación unívoca.
Una idea similar estaba detrás de la iniciativa #ReframeCovid (‘repensar la covid’). Nació casi por casualidad, a partir de un tuit de la propia Inés Olza pidiendo buscar nuevas metáforas que ayudarían a la población. La conversación fue creciendo y Paula Pérez Sobrino propuso esta etiqueta para ordenar las aportaciones.
La idea era que fueran metáforas alternativas a la idea de lucha y guerra y que estuviesen circulando con mayor o menor éxito por las redes o los medios de comunicación. Al final se recopilaron más de 550 metáforas en más de 30 idiomas diferentes.
Ay, la retórica bélica... Por favor, busquemos otras metáforas: las hay (ej. metáforas espaciales, mucho más neutras y pegadas a la realidad), y creo que ayudarían más y mejor a motivar a la población. #retórica #metáfora #COVID19 @ICS_unav @MultiNegProject (1)
— Inés Olza (@inesolza) March 22, 2020
A finales del año pasado se publicó un artículo con la idea y los resultados principales de la iniciativa. Recientemente ha salido a la luz otro, en el que se escogen y analizan metáforas creativas y originales que encierran una racionalidad imaginativa y que, como dicen en su estudio, “pueden acortar la distancia entre lo que conocemos y lo que queremos conocer, haciendo que lo extraño nos resulte familiar o, a la inversa, aportando un ángulo nuevo a lo que nos resulta próximo. Las metáforas creativas pueden proporcionar nuevas perspectivas sobre nuestras experiencias y, por lo tanto, dar forma a nuevos discursos y prácticas sociales”.
Esa originalidad o creatividad permite ‘estirar la cognición’, según Olza, y puede dividirse en dos tipos: aquellas metáforas que usan campos del lenguaje ya usados asiduamente en otras pero que incluyen una visión o matiz novedoso; y las que usan conceptos generalmente no explotados.
Dentro de las del primer grupo, abundaban las que recurrían a los conceptos ‘viaje’ y ‘deportes’. Estos últimos, aunque pueden aludir a una retórica de lucha o confrontación, “son útiles para destacar el trabajo en equipo, y aunque algunas características pueden remitir a la guerra, suponen una estilización, una canalización de la naturaleza conflictiva”, subraya Olza.
Dos son los ejemplos que estas lingüistas destacan dentro de este grupo. El primero es la metáfora que usó un presentador de televisión en Al Arabiya TV para explicar el elevado número de contagios en EE UU: “El tren Corona cruzó el mundo entero, pero en la estación de Estados Unidos hizo una larga parada”. El concepto de viaje en tren es convencional, pero no el de su detención prolongada, que en este caso supone un problema no tanto para los viajeros como para los habitantes de la ciudad en la que se detiene.
El segundo ejemplo es el preferido de las autoras, y lo escribió el comentarista italiano Paolo Costa en un blog del portal Settimana al titular: “Emergencia coronavirus: no soldados sino bomberos”. Aunque el fuego es también una referencia convencional, aquí es novedosa porque se describe como ‘una enorme empresa cooperativa’. Para Olza es una gran metáfora “porque combina lo impredecible con una cierta capacidad de control”. Ante un aumento de contagios, “alude a la colaboración e incluye, al contrario que la guerra, el medio y largo plazo, porque los incendios se pueden reavivar”.
Por otro lado, las metáforas del segundo grupo suponen un grado mayor de creatividad y evitan la pérdida de fuerza que supone el uso continuado de otras más convencionales. Una de las destacadas es esta que apareció en un periódico noruego: “Si uno va a ser un héroe en estos tiempos, debe actuar como un erizo. No rugir como un león ni luchar como un gigante, sino hacerse un ovillo y esperar tiempos mejores”. Ese contraste, explican, “provoca una tensión creativa que nos invita a reconsiderar el valor de permanecer pacientes y tranquilos como un acto de heroísmo y resistencia en tiempos de pandemia”.
La metáfora del héroe activo, que tiene también ciertas connotaciones bélicas, se aplicó extensamente a los sanitarios pero “incluso la mayoría la rechazaba”, afirma Olza. “Distorsiona las expectativas, es perniciosa y hasta cierto punto deshumanizadora. Puede servir como refuerzo puntual, pero pasas a esperar actos extraordinarios o inmolaciones. Lo que los sanitarios reclamaban eran medios y que la gente se quedara en casa. No querían ser héroes, sino colaboración y refuerzos”.
Otra de las metáforas elegidas es la que decía: “El coronavirus es como la purpurina: Incluso cuando crees que te has librado de él, vuelve a aparecer en lugares insospechados”. Es una comparación que “puede parecer un poco frívola”, reconoce Pérez Sobrino, pero ante la poca conveniencia de las imágenes bélicas en los niños “fue muy útil para explicárselo y para concienciarles sobre lavarse las manos. Porque hay metáforas que dejan fuera a varios segmentos de la población”.
Si alguien popularizó la importancia del lenguaje en el pensamiento, ese fue el lingüista George Lakoff. Fue el impulsor de la teoría del marco, las estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo y que dependen en gran medida del lenguaje y las metáforas.
Este es el ejercicio que aplica para explicarlo: “No pienses en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. No he encontrado todavía un estudiante capaz de hacerlo. Toda palabra evoca un marco, que puede ser una imagen o bien otro tipo de conocimiento: los elefantes son grandes, tienen unas orejas que cuelgan, y una trompa; se los asocia con el circo, etc. Cuando negamos un marco, evocamos el marco”.
Es conocido cómo las fuerzas más conservadoras en EE UU invirtieron gran cantidad de tiempo y dinero en crear marcos que les sirvieran a sus ideas. De ahí surgieron términos y eslóganes como ‘alivio fiscal’ (¿alivio para quién?), el Tratado de Libre Comercio (¿libre para quién?,) el ‘impuesto a la muerte’ (en lugar de impuesto de sucesiones) o el mismo ‘cambio climático’, que según sus propios informes sonaba “menos aterrador que calentamiento global”.
“El estudio que se suele usar para ilustrar la importancia de las metáforas en el pensamiento se hizo en la Universidad de Stanford”, explica Pérez Sobrino. En ese trabajo se dieron a leer a cientos de voluntarios dos textos sobre el problema del crimen. En uno de ellos se comparaba con una bestia, en el otro con un virus.
Cuando se les preguntaba por medidas para controlarlo, “los que leyeron el primer texto apostaban por medidas más punitivas y coercitivas. Los que leyeron el segundo pusieron más el foco en la prevención y la pedagogía”, completa la lingüista. “Es como la imagen en la que a alguien se le caen las llaves y las busca solo en la zona que ilumina una farola. Cada metáfora ilumina unas zonas y oscurece otras”.
En el caso de la guerra y la covid-19, Pérez Sobrino cree que la imagen pudo contribuir a la división. “Es difícil saber la importancia que tuvo, pero el abuso de la metáfora pudo alentar los comportamientos de vigilancia, los famosos policías de balcón que estigmatizaron a personas por su conducta o incluso por su trabajo”. Además, ese tipo de mensajes “pudieron acentuar la ansiedad”, dificultando la adaptación de algunas personas a la realidad posterior.
Apenas hay estudios sobre su repercusión, pero una encuesta en EE UU publicada en la revista JAMA Network Open encontró, entre otras cosas, que el imaginario bélico no funcionaba bien y que los ciudadanos preferían conceptos como ‘protocolos’ antes que ‘órdenes’.
Un análisis preliminar sobre este tema del grupo de Pérez Sobrino refleja que “el marco bélico puede ser útil para algunos segmentos de la población, como los hombres de más de 40-45 años. Sin embargo, no lo es en el caso de niños y jóvenes ni de las mujeres”.
La pandemia tensionó el lenguaje para dar cuenta de una realidad que casi por primera vez afectaba a todo el planeta de forma global. Y luego evolucionó con ella, adaptándose con mayor o menor retraso y amplitud a sus circunstancias y gravedad. ¿Somos ahora más conscientes de su importancia?
“Creo que nos hizo más reflexivos en general”, opina Olza. “Más conscientes de nuestra responsabilidad ciudadana, pero también de los límites y de las oportunidades que nos ofrece el lenguaje”, concluye.
Que las palabras pesan, que iban en serio.