Los recónditos glaciares del sur de Chile y Argentina constituyen el hogar de un pequeño insecto que desarrolla toda su vida en el hielo. Para estudiar al resistente Andiperla en un hábitat tan extremo y aislado, un investigador ha entrenado a guías de montaña en la observación científica. Esta colaboración ha permitido descubrir nuevas especies y ha desatado el interés de los habitantes locales por la ciencia.
Aún no ha amanecido en Puerto Río Tranquilo, un pequeño pueblecito junto al lago más grande de Chile, pero tenemos un largo camino por delante. A pesar de que solo nos separan 50 km del glaciar Exploradores, en el Parque Nacional Laguna San Rafael, tardaremos más de hora y media en atravesar los tortuosos caminos de tierra y puentes de madera que salvan un paisaje abrupto.
Nos encontramos en el Campo de Hielo Norte que —junto con su vecino del sur— posicionan la Patagonia como la tercera mayor extensión de hielos continentales tras la Antártida y Groenlandia. Esta inhóspita región es una frontera del conocimiento. Fue uno de los últimos territorios de Chile en albergar asentamientos modernos y su conexión con los núcleos urbanos requiere de varias horas de viaje por el camino de ripio llamado Carretera Austral.
Pablo Cárdenas (Coyhaique, Chile - 1992), veterano guía de montaña, lidera nuestra expedición y conduce un todoterreno a través del valle Exploradores, que no podría tener un nombre más adecuado. Durante el trayecto contemplamos una naturaleza anónima, ya que el paisaje escapa aquí al sometimiento del lenguaje: “arroyo sin nombre”, advierte un cartel junto al camino. Del mismo modo, la desconocida fauna de la región aguarda también ser estudiada y denominada.
El glaciar Exploradores es el hogar de un insecto que se ha adaptado a sus condiciones extremas. El dragón de la Patagonia o Andiperla es un plecóptero de cerca de 1,5 cm.
A diferencia de lo que sucede en el hemisferio norte, se trata del único insecto conocido que desarrolla todo su ciclo vital en las matrices de hielo del cono sur de Sudamérica. Encontrarlo es uno de los objetivos de hoy, aunque Pablo nos avisa de que no es tarea fácil.
Como tampoco lo es atravesar el glaciar. Equipados con crampones, avanzamos sorteando agujeros en el hielo en los que podría desaparecer una persona. Pablo nos dirige a unas cavernas de reciente formación en las que cree que podremos hallar al misterioso insecto. Llegamos tras casi dos horas de marcha sobre el glaciar.
La guarida del dragón es un espectáculo magnífico. Conforme accedemos al interior de la cueva, la capa de hielo se espesa sobre nosotros y la luz propicia bellas tonalidades. El intenso azul celeste da paso a un tenue turquesa. Un metro cúbico del compactadísimo hielo que nos rodea puede llegar a pesar unos 800 kg.
Como Pablo esperaba, en las paredes más interiores encontramos ejemplares de dragón aletargados, porque todo indica que son seres nocturnos. Fascinados por el insecto que vive en el hielo, no paramos de hacernos preguntas. Y para encontrar respuestas, Pablo Cárdenas nos presentará esa tarde a su colaborador científico.
Cuando el explorador National Geographic Isaí Madriz (Guadalajara, México - 1981) se asentó en Puerto Río Tranquilo, una localidad de 500 habitantes, se convirtió en la referencia en la zona. El investigador independiente llegó a la región en 2017 para continuar sus estudios sobre insectos endémicos y desconocidos de la Patagonia en sus hábitats naturales, amenazados severamente por factores como el cambio climático.
Motivados por su curiosidad, los guías del glaciar Exploradores preguntaban a Isaí sobre el dragón. Para ser riguroso y ayudar a los vecinos de su pequeña comunidad, el doctor en Entomología también comenzó a estudiar al Andiperla.
“Quería darles herramientas para que respondieran a sus preguntas, pero la información disponible era muy limitada. Yo no estaba especializado en ese grupo y tuve que aprender. Por eso empecé a recabar datos de este glaciar y acabamos publicando un libro de divulgación sobre el dragón, enfocado a guías de turismo. Gran parte de la economía del pueblo se basa en el turismo al glaciar”, explica Isaí Madriz a SINC.
Así comenzó una provechosa colaboración. Los guías garantizaban la seguridad de las expediciones de Isaí a las zonas más arriesgadas, como paredes de hielo, y el investigador les proporcionaba nuevo conocimiento sobre el glaciar que visitaban a diario. Los datos de Isaí mejoraban el servicio de los guías y aumentaban el interés de los turistas.
Sin darse cuenta, los montañeros se fueron iniciando en el método científico. Isaí les enseñó a distinguir especímenes y a interpretar comportamientos, como que los inmaduros solían quedarse cerca de las pozas porque, al tener branquias, respiraban en el agua. En definitiva, los animó a ser más analíticos y ver más allá.
“La idea era enseñarles a hacer ciencia sin que lo vieran como ciencia. Una vez que les demostré cómo articular pedazos de información, empezaron a hacer hipótesis. A veces no son acertadas, pero es como la ciencia. El objetivo es que no tengan miedo a empezar a articular lo que ellos observan”, indica Madriz.
Las enseñanzas de Isaí despertaron una verdadera vocación científica en uno de los guías del glaciar. El fisioterapeuta Jarol Sepúlveda (Santiago, Chile - 1991) llegó a la región hace seis años y se certificó como guía de montaña. Coincidió con Isaí y comenzaron a colaborar intensamente. Por varios años, Jarol se convirtió en su estudiante y llegó a plantearse realizar un máster en ciencias biológicas para perseguir su nueva pasión por la investigación.
Como guía, Jarol iba todos los días al glaciar y comenzó a observar un nuevo habitante del hielo. “Había una mosquita que no había visto antes y lo comenté con Isaí. Más tarde hicimos una expedición juntos y la identificamos. De manera experimental, le mostramos una larva de mosca a un dragón adulto y no dudó en devorarla. Comprendimos que el dragón no era el único elemento en la cadena trófica del glaciar. Había otros eslabones no conocidos”, señala Sepúlveda.
El entomólogo Isaí Madriz observa un ejemplar de dragón de la Patagonia, único insecto conocido que vive en los glaciares australes. / Francisco Croxatto
El descubrimiento de la ‘mosca de Jarol’ causó todo un revuelo en el pueblo y redobló el interés de los guías por la ciencia y sus procedimientos. Ahora, Isaí Madriz está describiendo este insecto, que supone la primera especie —más allá de Andiperla— que vive en el glaciar. Además, vendría a ampliar información sobre el propio dragón. Hasta el momento, la única publicación sobre su contenido estomacal afirma que se alimenta de crioconita, un fino polvillo con microorganismos que se acumula en las pozas glaciares.
“Hace falta más investigación, no lo hemos visto en terreno. Ya es sumamente difícil encontrar a ambos insectos como para que, además, coincida con el momento en que uno se come a otro. Tiene sentido por el tamaño relativamente grande del dragón. En algún momento, esta especie debió ingerir una mayor cantidad de nutrientes”, sostiene el colaborador del entomólogo.
Sobre Andiperla hay todavía numerosas incógnitas. La principal es su capacidad para resistir el frío. “Hubo una publicación donde se sugiere que tiene un anticongelante natural en la sangre basado en glicerol, pero no se ha comprobado. Esa hipótesis se basa en otros organismos que tienen dicho mecanismo”, comenta Isaí.
Lo que si comprobó el científico, por accidente, fue la increíble resistencia térmica del extremófilo. Madriz quería preservar algunos especímenes para hacer estudios morfológicos y los sumergió en un pequeño recipiente con agua hirviendo. Los dejó unos segundos y se distrajo con otras tareas. “Cuando me di la vuelta, un dragón estaba saliendo del recipiente. Los organismos que se adaptan a los extremos, en este caso al frío, no deberían poder soportar el extremo opuesto. Esta anécdota hizo al dragón todavía más interesante”, reconoce.
El origen del nombre del dragón de la Patagonia también es un misterio. El primer registro científico del Andiperla willinki fue realizado por Jacques Aubert en 1956. A finales de 2019, Pablo Pessacq y Rolando Rivera describieron una segunda especie, el Andiperla morenensis, en el glaciar Perito Moreno, en Argentina. Y podría haber muchas más.
“Me parecía raro que solamente hubiera una especie de un insecto que no vuela y tiene distribución en los campos de hielo de la Patagonia y en la cordillera de Darwin. Ya se descubrió una segunda especie y, con el trabajo que estamos haciendo, van a aparecer más”, confía el experto.
Los insectos representan el 50 % de las especies animales conocidas en la actualidad. Se calcula que tan solo se conoce una pequeña fracción del total de especies de insectos. Por este motivo, los despoblados territorios de la Patagonia son un prometedor entorno para nuevos descubrimientos.
Madriz se ha especializado en la taxonomía y lleva más de 80 especies descubiertas. El entomólogo admite que necesita más apoyo académico para las labores de redacción y difusión de los hallazgos, aunque asegura que no le preocupa reducir el ritmo de publicaciones.
“Qué impacto va a tener que encuentre una nueva especie en el glaciar Exploradores si no ayuda a nadie. A mí no me pagan por publicar, al contrario, me cuesta dinero. Lo importante es lo que haga con esa información”, afirma.
Lo que él quiere conseguir con la información es mejorar la vida de sus vecinos. Es consciente de que los guías necesitarán otra salida profesional cuando no puedan ir al hielo. Y para eso, ha pedido que los grupos de investigación que solicitan poder enviarle estudiantes admitan, a cambio, que alguien del pueblo pueda continuar su formación. “Muchas personas de aquí jamás podrán irse a Europa o a EE UU a estudiar, no tienen los recursos, aunque eso no significa que no son buenos en lo que hacen”, observa.
“Hay miles de especies que yo no voy a encontrar en mi vida, pero si alguien como Pablo va a estar en el glaciar, él puede hacer las observaciones. Porque es a lo que se dedica. La idea es que los guías de hielo puedan llegar a ser científicos, que se conviertan en los expertos mundiales de sus especies y que si yo no voy a trabajar en ese grupo y ellos encuentran algo interesante, puedan ponerse en contacto con un científico de referencia que les guíe”, recomienda el investigador.
“Si conseguimos tener un experto mundial en Tranquilo, de Tranquilo, un pueblo de cuatro cuadras (manzanas) por cuatro cuadras, la gente verá que es posible hacerlo en otra parte”, concluye.
El hielo es todavía el protagonista en este extremo austral de Sudamérica. Según datos oficiales, las regiones chilenas de Aysén y Magallanes junto con las provincias argentinas de Santa Cruz y Tierra de Fuego albergan más de 18 700 glaciares que suponen un área total de más de 24 800 km2. Esto representa una extensión glacial superior al territorio de la provincia de Badajoz, la más extensa de España.
Sin embargo, con el Inventario de Glaciares 2022, el Gobierno de Chile constató que se había perdido cerca del 8 % de hielo glaciar respecto al anterior informe de 2014. Esta reducción equivaldría al territorio de la provincia española de Guipúzcoa. Tan solo en el glaciar Exploradores, entre 2002 y 2015, se perdió 1,3 km2 de hielo, unos 180 campos de fútbol.
Las alarmantes cifras dimensionan la gravedad de la amenaza que se ciñe sobre los ecosistemas glaciares y sus pequeños habitantes. El dragón está en peligro, puesto que su hábitat está desapareciendo. Isaí Madriz confía en que los esfuerzos de rewilding (renaturalización) también protejan en el futuro a estos insectos, cuyos antepasados cercanos se habrían originado con la separación de los continentes.
Mañana será una nueva jornada para los guías del glaciar Exploradores. En cuestión de semanas, las cavernas que visitamos habrán desaparecido y no mucho después será imposible el acceso por la ruta que tomamos. Pablo y sus colegas están acostumbrados a los cambios del glaciar. La rutina no es tediosa. Para estos nuevos colaboradores científicos podría ser el día del descubrimiento de su propio dragón.
Entre 2002 y 2015, el glaciar Exploradores perdió 1,3 km2 de hielo, unos 180 campos de fútbol/ Alejandro Muñoz