Mar Albà es una bióloga que pasó del laboratorio al ordenador y al análisis del genoma. Después de cinco años en Inglaterra, se incorporó a la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y desde 2005 es catedrática de investigación ICREA. Actualmente coordina el grupo de Genómica Evolutiva del GRIB (IMIM-UPF) y es profesora en el máster de Bioinformática en la institución catalana.
¿Qué recuerdos tienes de tu doctorado en biología molecular de plantas?
Fue una buena experiencia, pero me hizo ver que no estaba hecha para el laboratorio, sino que me gustaba la investigación en un plano más teórico. Nunca pensé en dejar la investigación, pero no me imaginaba pasando más años en el laboratorio.
¿Cómo te decidiste por la bioinformática?
Fue un poco por casualidad. Había llegado al University College London en 1997, pero estaba inquieta porque no tenía claro hacia dónde dirigir mi carrera. Así que me apunté a un máster de bioinformática y modelado molecular, que era lo que había en aquellos momentos, ya que el análisis de genomas aún estaba empezando. Este máster fue determinante.
¿Qué aspecto es el que más te apasiona de tu ámbito?
Intentar averiguar cómo los organismos evolucionan utilizando las huellas que hay en la secuencia del ADN. Entender cómo se han originado nuestros genes y cómo, durante la evolución, determinadas secuencias pasan a tener una función importante que la selección natural se encarga de preservar. Esto lo hacemos de forma indirecta comparando los genomas de diferentes especies e intentando deducir qué puede haber pasado por el camino.
¿Qué investigación destacarías de tu carrera?
Los estudios que realicé en Londres a finales de los '90 sobre la evolución de secuencias repetitivas, en el laboratorio de John Hancock, que fueron los primeros en utilizar datos del genoma completo de la levadura. Más recientemente, las investigaciones sobre el origen y evolución de genes de reciente aparición en colaboración con José Castresana y Macarena Toll-Riera, que indican que este tipo de genes tienen una plasticidad evolutiva que se irá perdiendo con el tiempo.
¿Encontraste muchas diferencias en Londres sobre la manera de hacer investigación?
Era un sistema más abierto, más americano, donde interesaban los méritos de la persona y no su procedencia o a quien se conocía. De hecho, muchos extranjeros eran jefes de grupos. Esto me sorprendía mucho porque cuando hacía el doctorado en Barcelona, ni siquiera se veían investigadores extranjeros. Las cosas aquí están cambiando con centros como el PRBB, el Parque Científico o el CNIO que intentan adoptar otra filosofía en la contratación y que al ser relativamente nuevos no sufren ciertas inercias.
¿La informática es un campo de hombres?
Sí, pero también otras ciencias. De hecho, el mundo laboral está pensado para personas con pocas responsabilidades familiares, que tradicionalmente han sido los hombres. También hay que tener en cuenta la inestabilidad de la carrera investigadora y la continuidad que necesitas en un sistema donde la evaluación se realiza a través de la productividad de publicaciones y de la asistencia a congresos. Difícil de asumir si quieres tener hijos.
¿Cómo se puede cambiar?
Quizá cuando haya más mujeres en posiciones de decisión se podrá cambiar, porque tendrán una visión más amplia. Y no es sólo una cuestión de los hijos, sino también de otros aspectos de la vida de una persona, como cuidar a personas mayores.
¿Qué consejo darías a los investigadores que empiezan?
Que no se desanimen. En momentos en que tengan dudas sobre su investigación que recuerden que es un privilegio poder vivir de lo que a uno le gusta hacer.
¿A qué te habrías dedicado si no fueras científica?
Nunca pensé que haría otra cosa que no fuera investigar. Nunca tuve un plan B.