El consumo de psicofármacos ha aumentado en los últimos años. Eso es un hecho, lo que todavía no queda claro es el motivo. Investigadores de cuatro centros de salud madrileños han comprobado que los conflictos familiares no muestran una relación significativa con su consumo en las mujeres. Pero los resultados publicados en la revista Atención Primaria son impactantes: en España, el 24% de las mujeres toma antidepresivos y más del 30%, tranquilizantes.
“Muchas veces el consumo de psicofármacos se produce por problemas familiares o laborales. Nosotros queríamos comprobar si existía una relación positiva entre el uso de antidepresivos y benzodiazepinas con algún tipo de disfunción familiar”, explica a SINC Sonsoles Pérez, primera autora del estudio que ha publicado la reconocida revista Atención Primaria, y médico del Centro de Salud Las Águilas (Madrid).
Los autores estudiaron a 121 mujeres de entre 25 y 65 años, a través de encuestas de disfunción familiar (el llamado test de Apgar) y de la escala aditiva de evaluación de reajuste social (AVE). Los psicofármacos analizados fueron los antidepresivos y las benzodiacepinas (ansiolíticos como lorazepam o bromazepam).
“Aunque se podría pensar que los conflictos familiares determinan un mayor consumo de psicofármacos en las mujeres, no hemos encontrado tal relación”, apunta la investigadora, para quien el consumo de estos fármacos depende mucho del tipo de población. “A veces las personas con problemas familiares, laborales o económicos se ven incapaces de afrontar los problemas y recurren a los fármacos”, puntualiza Pérez.
Los resultados muestran que en España el 24% de las mujeres consume antidepresivos y el 30,6%, benzodiacepinas, que en algunos casos también se utilizan para dormir. El origen de la prescripción es la consulta de atención primaria en el 78,6% de las mujeres. En el 64,5% de los casos, el diagnóstico está registrado en la historia clínica, siendo los principales la depresión (11,6%), la ansiedad (9,9%) y el insomnio (3,3%).
Al analizar el consumo de benzodiacepinas respecto a la edad, los científicos también detectaron un mayor consumo con la edad. Sin embargo, no encontraron esas diferencias en el consumo de antidepresivos. “Pensamos que se debería aumentar la formación en cuanto a la búsqueda de AVE y disfunción familiar, y registrarlo en la historia clínica para ayudar a psicólogos, psiquiatras, y especialistas de atención primaria.”, concluye Pérez
¿Cómo se miden los conflictos familiares?
La relación entre el consumo de psicofármacos y disfunción familiar ha sido poco estudiada. Para tener un conocimiento del impacto familiar en el cuidado de la salud y los efectos de la enfermedad en la familia, los expertos utilizan escalas numéricas del funcionamiento familiar, como el test de Apgar familiar y la escala de Acontecimientos Vitales Estresantes (AVE).
El primero, descrito por Gabriel Smilkstein en 1978, permite medir la salud funcional de la familia a través de parámetros como la adaptabilidad (recursos familiares para la resolución de problemas), participación (cooperación de los miembros de la familia), gradiente de crecimiento (maduración física, emocional y social que se lleva a cabo a través del apoyo mutuo), afecto (relaciones de cuidado y cariño que interaccionan entre los integrantes de un grupo familiar) y resolución (tarea de compartir el tiempo, y dedicar recursos para apoyar a todos los miembros de la familia).
Los AVE, sucesos que ha padecido el sujeto durante el último año, actúan como un estímulo que causa un sufrimiento o estrés, y originan malestar en el individuo y en la familia, como la muerte de la pareja, la separación, la encarcelación, el despido laboral o el paro. Cada acontecimiento puntúa según la gravedad entre 100 (el acontecimiento más grave) y 11 (el menos relevante). Los pacientes se clasifican en riesgo alto (puntuación de 4.300), riesgo medio (300–199) y riesgo bajo (menos de 199).
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Referencia bibliográfica: Sonsoles Pérez Cuadrado, Cristina Morán Tiesta, Pilar Carreño Freire, Teresa Suárez Del Villar Acebal, Estefanía Cámara Sola y Yolanda Beatriz Sánchez Fernández. “Consumo de psicofármacos y disfunción familiar”. Atención Primaria; 41(3):153-157 marzo de 2009.
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