¿La guerra es inherente al ser humano?

Hallados los vestigios más antiguos de una masacre prehistórica

Un equipo de científicos ha encontrado en Nataruk (Kenia) los vestigios de una verdadera batalla campal entre dos grupos de humanos que vivieron hace unos 10.000 años. Los huesos presentan signos de golpes, roturas y heridas de flecha. Los investigadores creen que es el caso de violencia organizada más antiguo que se ha registrado científicamente, un precursor de lo que hoy llamamos ‘guerra’.

Hallados los vestigios más antiguos de una masacre prehistórica
Los esqueletos hallados en Nataruk (Kenia) muestran signos de un posible ataque intergrupal en el pasado. En la imagen, uno de los cráneos encontrados, en el que se aprecian las lesiones en las partes frontal y lateral. / Marta Mirazon Lahr

Los orígenes de la guerra son controvertidos: ¿está en las raíces evolutivas de nuestra especie, o es una consecuencia de la noción de propiedad que surgió con el abanono de la vida nómada y el nacimiento de la agricultura? El hallazgo de un equipo internacional con participación española parece indicar que la violencia organizada viene de antiguo.

En Nataruk, a unos 30 kilómetros del lago Turkana (Kenia), han encontrado evidencias de una sangrienta masacre entre grupos de cazadores recolectores, en los inicios del Holoceno, hace entre 9.500 y 10.500 años. Los resultados se han presentado en la revista Nature esta semana.

Diez de los doce esqueletos presentaban signos de haber sufrido traumatismos en la cabeza y otras partes del cuerpo

Los investigadores han hallado numerosos restos humanos que corresponden a un total 27 individuos, de los que se han reunido 12 esqueletos completos. Diez de ellos presentaban signos de haber sufrido traumatismos en la cabeza y otras partes del cuerpo. Los otros dos no mostraban indicios de heridas mortales, pero la posición en que fueron encontradas sus manos indica que murieron con ellas atadas.

“Ninguno de los 27 individuos encontrados fue enterrado, sino que presumiblemente fueron abandonados en el lugar donde cayeron muertos”, explica a Sinc José Manuel Maíllo, profesor en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y uno de los coautores de este estudio, que ha sido liderado por la bióloga argentina Marta Mirazón Lahr, del Centro Leverhulme para el Estudio de la Evolución Humana de la Universidad de Cambridge.

Los restos pertenecen a ocho mujeres y ocho hombres, cinco niños y un adolescente de entre 12 y 15 años. De los cinco individuos restantes no se ha podido identificar el sexo. Los niños yacían junto a huesos pertenecientes a cuatro de las mujeres adultas, pero ninguno estaba cerca de los hombres.

Los autores señalan, además, que una de las mujeres estaba embarazada y a punto de parir, ya que se recuperaron de su cavidad abdominal los restos óseos de un feto de unos 8 o 9 meses de gestación. El bebé se contabilizaría como el individuo número 28.

Algunos esqueletos presentaban roturas en cráneo, manos, rodillas o costillas. / Marta Mirazon Lahr

Los esqueletos encontrados presentaban fuertes golpes en el cráneo o puntas de flecha o lanza clavadas, que también se localizaron en la caja torácica de dos individuos. Además, eran visibles la rotura de manos, rodillas y costillas en algunos de los restos.

Las armas eran de obsidiana, roca nada común en la zona, lo que significa que uno de los grupos en lucha venía de fuera

“Estas muertes en Nataruk dan testimonio de la antigüedad de la violencia entre grupos y los conflictos bélicos”, afirma Mirazón Lahr. Por su parte, Maíllo opina que “más allá de las interpretaciones teóricas sobre la violencia en el ser humano, Nataruk aporta una efímera, pero dramática evidencia de la violencia en nuestra especie”.

El investigador destaca, además, que la obsidiana, materia prima empleada para la elaboración de las armas, no era común en la zona, lo que ha llevado al equipo a plantear la posibilidad de que las víctimas del asalto, seguramente miembros de una gran familia, fueran atacadas por un grupo rival forastero. Los investigadores creen que es el caso de violencia organizada entre humanos más antiguo que se ha registrado científicamente, un precursor de lo que hoy llamamos ‘guerra’.

Hipótesis sobre el ataque

En la época en que se produjo este suceso, los alrededores del lago Turkana tenían campos fértiles y varias poblaciones de cazadores recolectores. La presencia de cerámica en la zona puede indicar que se almacenaban los recursos disponibles y no había demasiados movimientos demográficos.

Los investigadores especulan con la hipótesis de que el motivo del ataque pudiera ser un asalto para robar alimentos o hacerse con el control del territorio. Posiblemente, este tipo de asaltos no eran aislados, sino habituales, según muestran los vestigios de Nataruk, otros yacimientos como Jebel Sahaba (Sudán) y casos de individuos aislados con fracturas por violencia a lo largo del Paleolítico, como en la Sima de los Huesos, en Burgos (España), o Saint-Césaire, en Quebec (Canadá).

“Las teorías que tenemos sobre el origen de los conflictos intergrupales o las guerras están ligadas a sociedades sedentarias y, en muchas ocasiones, asociadas a etapas de carestía o necesidad alimenticia. No obstante, los restos que hemos encontrado pertenecen a grupos de cazadores recolectores [nómadas, no sedentarios], y la zona era rica en recursos. Por tanto, debemos poner en duda el escenario que se ha concebido sobre el origen de los conflictos intergrupales”, reflexiona Maíllo.

Para el coautor del estudio Robert Foley, de la Universidad de Cambridge, los restos de Nataruk hablan de una violencia humana tan antigua como el altruismo que nos ha convertido en la especie más cooperativa del planeta. “No me cabe duda de que ser agresivos y letales está en nuestra biología, del mismo modo que ser profundamente cuidadosos y amorosos. Mucho de lo que ya sabemos sobre la biología evolutiva humana nos lleva a pensar que estas son dos caras de la misma moneda”, concluye.

Referencia bibliográfica:

Marta Mirazón Lahr et al. “Inter-group violence among early Holocene hunter-gatherers of West Turkana, Kenya”. Nature DOI: 10.1038/nature16477 20 de enero de 2016

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
Artículos relacionados