La ciencia básica con modelos animales permite demostrar las consecuencias que tiene para el cerebro consumir cannabinoides en la adolescencia. Esquizofrenia y deterioro cognitivo son algunas de ellas. El riesgo es proporcional a la concentración de THC —que no ha hecho más que crecer en los últimos años en las plantaciones de Cannabis sativa— y se dispara en el caso de los cannabinoides sintéticos.
El estado de Sinaloa, en México, es el escenario donde suceden las sangrientas historias de narcos que protagonizan el género musical de los corridos mexicanos. También es donde un avispado narcotraficante, Rafael Caro, inventó a finales de la década de 1970 una técnica de cultivo de cannabis que le hizo millonario. Desde entonces y cada vez más, las plantaciones de ‘sinsemilla’ resultan ser muy eficaces para aumentar la cantidad de THC de la marihuana y sacarle, así, mucha más rentabilidad.
Nos referimos a su compuesto psicoactivo, el tetrahidrocannabinol, responsable de la sensación de ‘colocón’, pero también de efectos secundarios indeseables en el cerebro, sobre todo, cuando se empieza a consumir en la adolescencia: adicción, trastornos psicóticos y deterioro cognitivo, entre otros.
“Toda la energía que la planta dedicaría a la producción de semillas se dedica a generar más resina y, por tanto, tienen más contenido de THC”, explica a SINC Fernando Berrendero, investigador en la Facultad de Ciencias Experimentales de la Universidad Francisco Vitoria y director del Grupo de Investigación de Neurobiología de los Trastornos Adictivos y de la Ansiedad.
En concreto, la cantidad de THC en las variedades de Cannabis sativa que se consumen hoy se ha triplicado en la última década. “Esto significa, claramente, que su consumo es más peligroso que hace veinte o treinta años. Si entonces la proporción promedio de THC en la marihuana que se consumía en las calles era del 4 %, hoy está en un 17 % o más”, advierte.
Este cambio, que ha tenido lugar en un puñado de años, es culpable de que la percepción social del riesgo del cannabis sea baja. Los padres y abuelos de los chavales que consumen esta droga hoy se equivocan cuando creen que son los mismos porros que se fumaban en sus tiempos. Al contrario: no tienen nada que ver.
Para hacernos una idea, antes de la década de 1990, la concentración de THC en los cogollos de marihuana era menor de un 2 % —de un 1 % en la movida hippie de los años 1970—. En los 1990, creció a un 4 % y, desde entonces, ha aumentado un 212 %, según un estudio de la Universidad de Colorado existen variedades que pueden llegar a tener hasta un 35 %.
“El THC se une directamente a los receptores de cannabinoides CB1, que están muy distribuidos por todo el cerebro, en estructuras neuronales que median funciones importantes. Por eso produce muchos efectos diferentes”, nos comenta Berrendero, que se especializa precisamente en estudiar esto en el laboratorio.
“Los riesgos aumentan en función de la edad, la dosis —o cantidad de THC— y el tiempo de abuso —continuado o no—”, puntualiza a SINC Marina Díaz Marsá, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental.
Los riesgos aumentan en función de la edad, la dosis —o cantidad de THC— y el tiempo de abuso, continuado o no
Uno de los más estudiados en los últimos años es que “multiplica por 9 las posibilidades de aparición de cualquier trastorno psiquiátrico, ya sea trastorno bipolar, esquizofrenia, depresión, ansiedad o conducta suicida, en función de la edad —cuanto más joven, peor impacto tiene el cerebro— y de la cantidad de THC que se consume.
En el caso de la esquizofrenia, el riesgo se triplica”, advierte a SINC el psiquiatra Celso Arango, expresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental y director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón.
La cantidad de THC en las variedades de Cannabis sativa se ha triplicado en la última década. / Wikimedia Commons
Dicho de otra manera, “si no existiera el cannabis, el número de casos de esquizofrenia se reduciría drásticamente”, recalca. Es algo que se ha visto en estudios epidemiológicos longitudinales, en los que se han controlado otras variables, como los genes o las situaciones traumáticas, para fijarse solo en el efecto del THC.
Uno de ellos, dirigido por investigadores del Hospital Universitario de Copenhague (Dinamarca) y los Institutos Nacionales de la Salud estadounidenses y publicado en Psychological Medicine en 2023, analizó los historiales médicos de 6 millones de personas en Dinamarca a lo largo de 50 años. Su conclusión: hasta un 30 % de los casos de esquizofrenia entre varones jóvenes (de 21 a 30 años) se habrían evitado si no hubieran fumado cannabis.
En la Unidad de Psiquiatría del Adolescente del Hospital Universitario Gregorio Marañón, donde Arango es jefe de servicio, “casi un 50 % de los pacientes que llegan con brotes psicóticos dan positivo en cannabis cuando les hacemos un análisis en el ingreso”.
De hecho, hay estudios que apuntan que, cuanto más accesible es esta droga, mayor es el problema. Es el caso de Canadá, por ejemplo, donde “desde que se ha legalizado se han multiplicado por tres los ingresos por brotes psicóticos”, señala por su parte la doctora Marina Díaz.
No significa que la marihuana nos lleve inevitablemente a padecer esquizofrenia, “igual que hay mucha gente que fuma tabaco y no tiene cáncer de pulmón”, observa Arango. Pero sí implica que se compra una buena cantidad de papeletas para tan funesta lotería.
Es algo que, quizá, deberían plantearse el 21,8 % de los estudiantes españoles que, en el último año, ha consumido cannabis. Además, esta sustancia estuvo presente en un 57,3 % de las Urgencias relacionadas con consumo de drogas ilegales, según un estudio publicado en 2025 en la Revista Española de Salud Pública.
En España, su venta ha aumentado en los últimos años, hasta situarnos en uno de los países europeos con mayor consumo entre los 15 y 34 años, a la par que Francia y solo por detrás de Italia, República Checa y Croacia, según el Informe Europeo sobre Drogas 2024.
¿La razón de que esté tan extendido? “Se minimizan sus riesgos. El problema es que la población desconoce que hay los trastornos mentales graves asociados”, indica Marina Díaz.
Incautación de 25 kilogramos de cogollos en Barcelona por la Policía Nacional en 2023. / Wikimedia Commons
El peligro se multiplica de forma exponencial, en una especie de cóctel molotov, cuando la persona tiene una predisposición genética o convive en un contexto de estrés crónico. Aunque tampoco hace falta vivir maltrato o una guerra para que un chaval se estrese, una situación difícil en los estudios o una ruptura amorosa podrían considerarse factores concomitantes.
En cuanto a los factores genéticos, no quiere decir que quien no tenga antecedentes familiares de esquizofrenia esté a salvo. “No hay absolutamente nadie que tenga un 0 % de riesgo de trastornos mentales”, advierte Celso Arango. Pero, “si, encima, tienes una predisposición genética a la esquizofrenia —algo que ocurre en el 1 % de la población—, el cannabis es veneno”, resalta.
En personas muy vulnerables, fumar un solo porro puede disparar una psicosis. Lo que hace el consumo es despertar la enfermedad mental que uno tiene dormida en sus genes
“En personas muy vulnerables, fumar un solo porro puede disparar una psicosis. Lo que hace el consumo es despertar la enfermedad mental que uno tiene dormida en sus genes. Y nadie sabemos quién tiene vulnerabilidad. Es una ruleta rusa”, confirma Marina Díaz.
En este sentido, un equipo del grupo de Neuropsicofarmacología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) ha detectado “potenciales biomarcadores en sangre que podrían ayudar a predecir qué riesgo tienen algunas personas de desarrollar una enfermedad psiquiátrica como la esquizofrenia si consumen cannabis”, explica la investigadora Leyre Urigüen, coordinadora del estudio, publicado en Scientific Reports el pasado mes de abril. La correlación es estrecha: el 42 % de las personas con esquizofrenia tienen trastorno de adicción a la marihuana.
Aunque suene a chiste, el ‘síndrome del empanao’ no tiene gracia para los seres queridos de quien lo padece. “Es así como lo describen los familiares cuando vienen a consulta. Nos dicen que el chaval no se entera de nada, no siente, no padece, está tumbado todo el día. Sufren una anestesia emocional”, nos cuenta Arango.
El 21,8 % de los estudiantes españoles ha consumido cannabis en el último año. / Wikimedia Commons
Su nombre técnico es síndrome amotivacional. Dejan de estudiar y de relacionarse. “Sufren un empobrecimiento progresivo a edades en que se produce gran parte del desarrollo neurológico del individuo. Hasta los 21 años, el riesgo es mayor, porque el sistema nervioso central es más vulnerable”, añade Marina Díaz.
Por otro lado, “en el hipocampo, zona relacionada con el aprendizaje y formación de nuevos recuerdos, hay muchos receptores CB1, lo que explicaría que uno de sus efectos sea la amnesia y la pérdida de memoria”, advierte Berrendero.
De hecho, otra consecuencia de fumar porros de forma habitual es la pérdida de coeficiente intelectual. Lo demostró un pionero estudio longitudinal publicado en 2012 por la psicóloga Madeline Meier, de la Universidad Estatal de Arizona. Los autores siguieron a 1 037 chavales desde los 13 años hasta que cumplieron los 38. Aquellos que eran fumadores de cannabis habían perdido 8 puntos de su CI en esos 25 años.
Los fumadores de cannabis habituales sufren un empobrecimiento progresivo a edades en que se produce gran parte del desarrollo neurológico del individuo
Algo parecido volvió a comprobar esta investigadora recientemente, esta vez con 1 000 voluntarios desde los 3 a los 45 años. Según recogió The American Journal of Psychiatry en 2022, los fumadores habituales mostraban déficits cognitivos severos y un menor volumen del hipocampo, dos factores de riesgo para padecer demencia.
Otro ‘detalle’ desconocido por la sabiduría popular son las consecuencias a largo plazo que tiene fumar porros en etapas tempranas, cuando el cerebro está en desarrollo y es todavía muy vulnerable.
“Un consumo constante en la adolescencia puede generar secuelas que dan la cara en la edad adulta, ya que produce cambios neurológicos estructurales. Puede aparecer un problema psiquiátrico años después de haber dejado de fumar esta droga”, asegura Berrendero, que ha demostrado esto en modelos animales.
Algunas investigaciones, como las de la neurocientífica y psiquiatra Yasmin Hurd, de la Icahn Escuela de Medicina Monte Sinai (EE UU), señalan, incluso, que fumar marihuana de forma continuada provoca cambios epigenéticos en los padres y madres antes de la concepción, transmisibles a las dos generaciones siguientes.
¿Una advertencia que debería ser obligatoria cuando se va a probar por primera vez? “Fumar cannabis produce esquizofrenia y deteriora gravemente tu proyecto vital. Provoca deterioro cognitivo, sobre todo, si fumas antes de los 21 años”, sentencia Marina Díaz.
¿Y si nos ahorráramos el farragoso paso de cultivar marihuana para obtener THC y fabricáramos este componente psicoactivo de forma artificial directamente en el laboratorio?, se debieron de preguntar las organizaciones de narcotráfico. Suena mucho más fácil de ocultar y rentable. Además, en el laboratorio, es posible amplificar la potencia adictiva de la sustancia con mayor facilidad.
El resultado son los cannabinoides sintéticos que ya se encuentran en la calle con nombres como Spice (en Europa) o K2 (en Estados Unidos). “Se comercializan a través de internet. Los consumidores, la mayoría adolescentes, piensan que es más seguro, porque se vende como ‘incienso herbal’, lo que le da un cierto aspecto inocente.
“No informan de que poseen este ingrediente”, señala Berrendero, que en el último año se ha dedicado a estudiar a fondo esta droga sintética con financiación del Plan Nacional sobre Drogas.
No se trata de una sustancia concreta, los fabricantes se afanan en una continua innovación y búsqueda de moléculas nuevas. “Son combinaciones de distintos compuestos, todos encaminados a activar los receptores CB1 del cerebro, pero con mucha más potencia que el THC”, nos dice este experto.
Los primeros salieron en 2010, con el nombre científico de JWH-018, en un inicio empleados en la investigación y, enseguida, para uso recreativo... y prohibidos. “Según se van ilegalizando, surgen otros nuevos. Hay mucha variedad de mezclas diferentes y, si no es analizándolas, no puedes saber exactamente lo que lleva cada preparación”, apunta.
Por el momento, las investigaciones científicas publicadas son pocas: “se conoce más por los ingresos en urgencias que provoca”, señala Berrendero. Sus efectos no se han hecho esperar y empieza a haber las primeras muertes asociadas a su toxicidad. En su último estudio, publicado en 2025, examina uno de los cannabinoides sintéticos más recientes en el mercado, AB-FUBINACA, y las consecuencias de su consumo para la memoria, las interacciones sociales, la desregulación del miedo y el desarrollo de psicosis.
A través de ciencia básica con modelos animales —ratones—, este científico ha comprobado qué ocurre en la edad adulta cuando se ha estado expuesto a esta sustancia en la adolescencia. “Observamos cambios estructurales en la corteza prefrontal del cerebro, muy relacionados con el desarrollo de psicosis”, nos cuenta. No era necesario que hubiera otros factores para que surgiera la esquizofrenia, ni genéticos, ni estrés ambiental. Su solo consumo por ratones sanos desembocaba en este trastorno.
Cannabinoides sintéticos estudiados por el equipo de Fernando Berrendero. / Fernando Berrendero