En 1951, una mujer afroamericana llamada Henrietta Lacks acudió al Hospital Johns Hopkins (Baltimore, EE UU) para ser tratada de un cáncer de cuello de útero. Sin saberlo, las células de su biopsia se extrajeron y se pusieron a disposición de los investigadores biológicos. Lacks murió ese mismo año, pero su línea celular, conocida como HeLa, sigue viva.
Las células del tumor de esta paciente fueron dadas al investigador George Otto Gey, quien descubrió que hacían algo que nunca había visto: se mantenían vivas y crecían en cultivo celular.
Gey nombró a la muestra HeLa —por las iniciales del nombre de Henrietta Lacks—. Estas fueron las primeras células humanas en desarrollarse en un laboratorio y eran ‘inmortales’ (no morían después de algunas divisiones celulares). Por ello, podían emplearse para desarrollar muchos experimentos, lo cual representó un enorme avance para la investigación médica y biológica.
Poco después de la muerte de Lacksm hacia 1954, las células HeLa fueron usadas por Jonas Salk para desarrollar una vacuna contra la poliomielitis. Para probar la nueva vacuna de Salk, las células fueron reproducidas masivamente en la primera producción industrial. La demanda de células HeLa creció rápidamente.
Las células inmortales de Lacks se han usado para desarrollar medicamentos para el sida, la hemofilia, la leucemia, el cáncer úterino y el párkinson. También han contribuido a avances en salud reproductiva, incluida la fecundación in vitro, entre muchos otros.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 50 millones de toneladas métricas de células HeLa se han distribuido en todo el mundo y han sido esenciales en más de 70.000 estudios médicos.
El uso de estas células está detrás de miles de patentes y de un negocio de millones de dólares, pero ni ella ni su familia recibieron nunca ninguna compensación.
El año pasado cuando se cumplieron 70 años de su muerte el director general de la OMS señalo: “Henrietta Lacks fue explotada. Es una de las muchas mujeres negras cuyos cuerpos han sido mal utilizados por la ciencia. Depositó su confianza en el sistema de salud para poder recibir tratamiento, pero el sistema le quitó algo sin su conocimiento y consentimiento”.