La vida con un tumor se complica cuando el paciente sufre un trastorno psiquiátrico grave. En personas con esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión mayor, la detección precoz suele fallar. Y aunque el cáncer se detecte, en algunos casos, los enfermos mentales se niegan a recibir tratamiento. Los psiquiatras piden programas específicos de diagnóstico y coordinación para trabajar con los oncólogos.
Las imágenes del escáner revelaban un tumor fuera de lo normal. Su tamaño era tan grande que se le había desdibujado la mama e incluso parte de la pared torácica. A la oncóloga le parecía increíble que una mujer pudiera vivir con esa neoplasia tan extendida, cuyas proporciones indicaban un crecimiento sin control a lo largo de muchos meses. Cuando la conoció lo comprendió: sufría un trastorno bipolar y no seguía ningún tipo de tratamiento.
“A mis pacientes que nunca han estado enfermos les suelo decir: ‘Esto será lo más duro que has hecho en tu vida’. Imagina lo que supone para alguien que ya está enfermo”, relata a Sinc la oncóloga Jennifer Lycette, que trabaja en el Instituto del Cáncer OHSU Knight y en el Hospital Columbia Memorial (EEUU).
En un artículo publicado en la revista The New England Journal of Medicine, Lycette describe el desafío que fue tratar a esta mujer, de 50 años. Sus hijos notaron que su comportamiento empezaba a cambiar hacía algunos años y le realizaron un examen psiquiátrico. Ella se sintió traicionada y, al ver su reacción, la familia decidió no obligarla a seguir ningún tratamiento para el trastorno bipolar que le habían diagnosticado. De su cáncer de mama se enteraron muy tarde, cuando bajo su camiseta notaron un bulto.
En el hospital, la paciente siguió el primer ciclo de tratamiento pero cuando regresó a su casa no permitió que entrara ningún personal de enfermería ni tomó ningún medicamento. Tampoco quiso volver al centro hospitalario. Cuando la situación se hizo insostenible, su familia la ingresó en el hospital, donde aceptó fármacos para paliar el dolor. Falleció dos días después.
“Cualquier enfermedad coexistente, física o mental, puede aumentar los riesgos de que surjan complicaciones y hace más difícil que el paciente complete los tratamientos contra el cáncer”, subraya la oncóloga, impotente.
El entorno familiar es clave
La situación es muy diferente si el enfermo está siendo tratado de su enfermedad mental. Hace treinta años que a Juan –nombre ficticio– le diagnosticaron esquizofrenia. Desde entonces sigue un tratamiento. El año pasado le detectaron un cáncer de vejiga, del que le han intervenido dos veces. Ahora está siguiendo los ciclos de quimioterapia.
“Me di cuenta al orinar porque vi un poco de sangre e inmediatamente fui al médico de cabecera, me hicieron las pruebas y me lo diagnosticaron”, cuenta a Sinc. Su oncólogo le ha explicado cómo es la quimioterapia y le preocupa el dolor, puesto que le tendrán que sondar. Juan cuenta con su familia para hacer frente a la enfermedad. También forma parte de la asociación AMAFE, la Asociación Madrileña de Amigos y Familiares de Personas con Esquizofrenia.
“La familia tiene que estar atenta para suplir la falta de conciencia del paciente hacia la enfermedad”, explica a Sinc Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo.
Lagunas en la detección precoz
La esperanza de vida de las personas con una enfermedad mental grave –como trastorno bipolar, esquizofrenia o depresión mayor– es entre diez y veinte años más baja que la del resto de la población. En los casos de cáncer, quienes sufren trastornos mentales son un 30% más propensos a morir a causa del tumor respecto a enfermos sin estas dolencias. El diagnóstico tardío disminuye las opciones de curación.
“El nivel de autobservación típico de cualquier persona en estos pacientes está limitado y no se dan cuenta hasta que la masa del tumor es muy importante o se ven impedidos por alguna razón, como a la hora de tragar o moverse”, describe Bobes.
Diferentes estudios han demostrado que las pruebas habituales de detección precoz no son tan eficaces para este colectivo. Es el caso del cáncer de mama y el de cuello de útero. Una investigación realizada en el barrio londinense de Lambeth concluyó que a las mujeres con trastornos mentales graves les hacían menos pruebas para diagnosticar de forma temprana estos dos tipos de tumores en atención primaria.
Ruth Cunningham y Elizabeth Barley, coautoras del estudio, achacan este desequilibrio a la falta de conocimiento –existe la creencia de que el cribado agrava los síntomas del trastorno mental– y a dificultades para gestionar los servicios si las personas están ingresadas en hospitales o no pueden viajar.
Otra investigación llevada a cabo en más de 30.000 mujeres de California (EE UU) con enfermedades mentales graves mostró que la mayoría de ellas no fueron examinadas regularmente para detectar el cáncer de cuello de útero por el sistema de salud público. Sin embargo, se sabe que tienen un mayor riesgo de sufrirlo, por el tabaquismo, alerta Christina Mangurian, investigadora de la Universidad de California en San Francisco (EE UU) y una de las autoras del trabajo.
Descoordinación entre oncólogos y psiquiatras
Además de la detección temprana, para que una persona con un trastorno mental tenga las mismas oportunidades de supervivencia ante el cáncer es fundamental la coordinación entre oncólogo y psiquiatra.
“Nuestro hospital, el Clínic de Barcelona, tiene una Unidad de Psicooncología liderada por psicólogos clínicos que trabaja de forma coordinada con oncólogos, hematólogos y psiquiatras para favorecer el tratamiento integral de estas dolencias”, comenta a Sinc Eduard Vieta, jefe de Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic y director científico del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM).
Pero no ocurre lo mismo en todos los centros hospitalarios. Los expertos coinciden en la falta de coordinación entre oncólogos y psiquiatras, lo que deteriora la salud de los pacientes.
En varios estudios que analizaban la mortalidad de este colectivo en Reino Unido, los científicos comprobaron que los oncólogos “no estaban realmente capacitados para la atención específica que necesitan las personas con enfermedades mentales graves”, apunta Chin-Kuo Chang, investigador del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres. Según el especialista, tampoco existen guías clínicas específicas que les ayuden.
Su posición la comparte Frank Huang-Chih Chou, asesor médico del hospital psiquiátrico Kaohsiung Municipal Kai-Syuan (Taiwán). “Los psiquiatras deben cooperar con los oncólogos para mejorar sus conocimientos, lo que aumentará la tasa de tratamiento de los pacientes”, sostiene. Este experto ha estudiado cómo deben abordar el cáncer los pacientes con esquizofrenia, teniendo en cuenta que su actitud a veces es pasiva y pueden tener un estilo de vida deficiente, lo que agrava la enfermedad.
Cuando solo queda la vía legal
El paciente con una enfermedad mental grave se puede mostrar reacio a que le traten el cáncer. “Si están bien de su trastorno bipolar, su opinión debe prevalecer por encima de la de su familia, como en cualquier otro”, dice Vieta. Sin embargo, “cuando están en una fase aguda, hay que valorar cada caso individual y todos los condicionantes para tomar las decisiones más adecuadas”, añade el psiquiatra.
Si la familia no consigue convencer al enfermo, como ocurrió con la estadounidense con trastorno bipolar no tratado, puede emprender acciones legales para conseguir una incapacitación judicial o un internamiento no voluntario.
El artículo 200 del Código Civil recoge que "son causas de incapacitación las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o psíquico que impidan a la persona gobernarse por sí misma".
“La sintomatología de la enfermedad debe impedir el autogobierno, es decir, la capacidad de la persona para tomar decisiones sobre los distintos aspectos de la cotidianidad con pleno y cabal conocimiento de sus causas y consecuencias”, explica a Sinc Sergio Toro Pujol, del bufete de abogados de Barcelona Toro Pujol, donde han tratado varios casos de este tipo.
Serán los familiares, su representante legal o un facultativo, por cuestiones de necesidad terapéutica, quienes podrán iniciar estas acciones legales, añade el abogado. El problema de este tipo de procedimientos, según Bobes, es que pueden tardar meses en resolverse, lo que empeora la enfermedad.
“La vía más usual es tratar de convencer al enfermo, orientarlo”, recalca el catedrático de Psiquiatría. “Y para eso la familia, una vez más, es importantísima”, añade. Está en juego la vida de los pacientes, porque contra el cáncer no hay tiempo que perder.
A raíz de publicar el artículo en el que Jennifer Lycette denunciaba el caso de su paciente, la oncóloga recibió propuestas de otros médicos. “He recibido algunas buenas ideas de colegas, como un servicio de telemedicina psiquiátrica para ayudar ampliar la atención a regiones que carecen de servicios de salud mental”, señala.
Para Lycette, trabajar en coordinación con los psiquiatras de sus pacientes ha resultado muy satisfactorio, pues entre los dos ajustaban los fármacos para compensar los efectos secundarios del tratamiento oncológico y los enfermos pudieron completar toda la terapia. “El médico debe prestar atención a posibles interacciones farmacológicas entre el tratamiento del cáncer y el del trastorno bipolar”, mantiene el jefe de Psiquiatría del Clínic. La interacción puede ocurrir también con los medicamentos prescritos para otras enfermedades mentales.