La biotecnológica estadounidense Moderna ha anunciado que su vacuna experimental contra la COVID-19 ha mostrado su seguridad y tolerancia en una primera fase de ensayos con 45 voluntarios sanos y ahora la probará con otros 600. Si todo va bien, la empresa tiene previsto empezar en julio los ensayos de fase 3 con miles de personas.
Es pionero en el estudio de la relación entre dieta y envejecimiento. Al inicio de la pandemia, él y otros investigadores se ofrecieron a asesorar al Gobierno “para salir lo mejor posible de esta situación dando pasos basados en la ciencia”. Le preocupa en extremo que la población relaje demasiado las precauciones y vivamos una segunda ola durante el verano, “algo terrible para las personas mayores”.
La pandemia ha multiplicado las consultas médicas telefónicas, especialmente, las relacionadas con la COVID-19. En un sistema de salud público descentralizado como el español, la expansión de estas tecnologías sigue siendo un reto pendiente.
Tras anunciarse que a finales de 2019 pudo haber un primer positivo de SARS-CoV-2 en Francia, la OMS aconseja buscar sospechosos desde noviembre. En España, los ‘detectives’ que trazan la evolución de la pandemia no creen que el virus campara a sus anchas, silente, mucho antes de los primeros casos conocidos.
El logro de una vacuna contra el virus del SARS-CoV-2 podría acelerarse mediante estudios de infección controlada en personas, cuyo uso es controvertido debido al riesgo al que se exponen los voluntarios. Un equipo internacional reclama ahora en Science un consenso que tenga en cuenta el valor social de estos ensayos y el equilibrio entre los riesgos y los beneficios.
Infectarse con el virus que causa la COVID-19 a través de las aguas de baño es muy poco probable, aunque su supervivencia en los ríos es mayor que en las piscinas y el mar. Las principales vías de contagio siguen siendo las secreciones por tos o estornudos y el contacto entre personas, por lo que es muy importante mantener el distanciamiento social.
Sanidad ha advertido que los estudios difundidos sobre posibles efectos beneficiosos del tabaco en la COVID-19 son muy preliminares y no tienen en cuenta los daños de la nicotina y el humo en las vías respiratorias de las personas fumadoras y en su sistema inmunitario. Por el contrario, sí existen investigaciones que demuestran cómo fumar conlleva un riesgo 133 veces mayor de desarrollar una forma grave de sus síntomas.
Los profesionales de atención primaria y los pacientes deberíamos sospechar de un posible caso de COVID-19 ante la aparición de síntomas ─no solo respiratorios─ y actuar en consecuencia. La clave no está en evitar repuntes, sino en poder atajarlos de forma precoz desde el sistema sanitario.
Varios tratamientos y vacunas contra la COVID-19 en fases más avanzadas podrían tener licencias exclusivas, lo que pondría en riesgo el correcto suministro y unos precios asequibles. La pandemia vuelve a poner sobre la mesa las críticas al actual sistema de patentes.
La ciudadanía dedicaría el 22,5 % de los presupuestos al sistema sanitario, tal y como recoge el primer estudio que analiza las demandas sociales de los servicios públicos durante la pandemia por COVID-19 en España.