El océano, el suelo, las rocas y los árboles actúan como sumideros de carbono, pero están lejos de los focos de contaminación donde hay mayores emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo CO2. Para absorber este gas, un investigador español propone utilizar residuos humanos, agrícolas y ganaderos, como la orina.
Surfistas, buceadores, navegantes y cualquier persona que quiera ir a la playa en el País Vasco cuentan desde este verano con más información del mar y del clima costero en Itsasbegi, una nueva aplicación móvil gratuita desarrollada por AZTI-Tecnalia. La aplicación se encuentra ya disponible para la plataforma Android y lo estará próximamente para Iphone. La herramienta puede consultarse en cuatro idiomas: euskera, castellano, inglés y francés.
El trabajo abre nuevas perspectivas para determinar la capacidad de autodescontaminación de un suelo afectado por vertidos como el petróleo o ciertos hidrocarburos aromáticos. Imagen: Eva the Weaver
Una de las fotografías del noroeste de Groenlandia tomadas por los investigadores. Imagen: J. Korsgaard / Museo de Historia Natural de Dinamarca.
Las imágenes ofrecidas la semana pasada por la NASA mostraban un acusado derretimiento de la capa superficial de Groenlandia, y ponían en evidencia su delicada situación. Sin embargo, un equipo internacional de científicos demuestra a través de datos de satélites y fotografías aéreas de los últimos 30 años, que la capa de hielo de Groenlandia, a pesar de su retroceso, es capaz de recuperarse y volver a estabilizarse.
El polen fosilizado de palmeras del Eoceno inferior (hace entre 55 y 48 millones de años), recuperado en los fondos marinos de la Antártida, confirma la presencia de bosques tropicales muy diversos, y revela unas temperaturas invernales cálidas, así como concentraciones de CO2 que duplican a las actuales. Según un equipo internacional de científicos con colaboración española, estas condiciones podrían volver a alcanzarse a finales de este siglo.
Un equipo internacional del Laboratorio Internacional en Cambio Global (LINCGlobal) ha analizado por primera vez la magnitud de los impactos causados por el aumento de la radiación ultravioleta B (UVB) y ha determinado el grado de sensibilidad relativa entre organismos y procesos marinos. Corales, crustáceos, larvas y huevos de peces son los más sensibles.