Un nuevo cálculo de las emisiones de dióxido de carbono de China por la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento reduce en 2,49 gigatoneladas la cantidad anteriormente estimada para el año 2013. Este método utiliza fuentes independientes más fiables y tiene en cuenta factores como la calidad del carbón consumido.
El dióxido de carbono del que tanto se habla por el cambio climático no es el único gas de efecto invernadero que afecta al clima. El metano (CH4) es, después del CO2, el más abundante de la Tierra; sin embargo, es casi 30 veces más potente que este a la hora de atrapar calor en la atmósfera en un periodo de 100 años. El aumento de sus concentraciones en los últimos años y el hallazgo de nuevas fuentes de metano en el océano Ártico vuelven a ponerlo en el punto de mira.
Han analizado en Doñana cómo el decaimiento de los bosques, provocado por las sequías asociadas al cambio climático, afecta a la composición microbiana de los suelos y modifica el ciclo del carbono aumentando las emisiones de CO2. Una de las mayores aportaciones de dióxido de carbono que recibe la atmósfera proviene de las comunidades microbianas del suelo.
El levantamiento de la cordillera del Himalaya hace 40 millones de años aceleró la erosión continental, aumentó el aporte de ácido silícico a las aguas superficiales de los océanos y facilitó, como consecuencia, la expansión de las diatomeas marinas (algas microscópicas responsables de la mitad de la producción primaria marina). Así lo demuestra un estudio del CSIC que permitirá entender mejor los mecanismos que regular los niveles de CO2 atmosférico.
Los bosques del Amazonas absorben menos carbono que hace algunas décadas. Un estudio publicado en la revista Nature indica que ante el aumento de CO2 en la atmósfera, los árboles crecen más rápido pero la consecuencia de este hecho es que acortan su vida y, por lo tanto, la selva amazónica en su conjunto disminuye su capacidad para retener gases de efecto invernadero. Si este fenómeno se confirma en otras partes del mundo, los científicos creen que habría que revisar los modelos de cambio climático y reducir aún más las emisiones.
Investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales y Real Jardín Botánico (ambos del CSIC) explican en la revista Wetlands el funcionamiento de la primera instalación del mundo de emisión de CO2 que simula el impacto del aumento del dióxido de carbono en los humedales. La emisión de CO2 es controlada por un programa que se basa en la toma de más de 400 registros del ambiente por minuto. En la actualidad, la instalación, situada en el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, está parada por falta de financiación.
Una investigación conjunta de la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad de Southampton (Reino Unido) y la Universidad Nacional de Australia muestra que el final del último período glacial (hace unos 15.000 años) coincidió con la liberación de grandes cantidades de CO2 almacenado en los océanos del hemisferio sur provocando un incremento global de las temperaturas.
Investigadores de la Universidad de Alicante y de la Universidad de San Diego (EE UU), acaban de publicar un artículo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS) que saca conclusiones sobre el ritmo circadiano. Con este nombre se conoce al reloj interno que existe en los animales y las plantas y que les permite adaptarse a las condiciones, que en algunas zonas geográficas son extremadamente diversas y cambiantes.
Por primera vez se han cuantificado las emisiones de carbono generadas por la producción de acero en Brasil entre los años 2000 y 2008, al sustituir el carbón mineral por carbón procedente de plantaciones forestales. La producción de acero con carbón procedente de bosques nativos genera hasta nueve veces más emisiones de CO2.
Un equipo internacional de científicos, con participación española, ha evaluado la eficacia de la replantación de praderas submarinas de posidonia en la laguna costera de Oyster Harbour, al sur de Australia occidental. Según el estudio, que se publica en Journal of Ecology, al recuperar la posidonia se evita que se erosionen estos depósitos de carbono orgánico y que se reduzcan las zonas de captura de CO2.