Los ratones espinosos africanos del género Acomys son capaces de perder su piel y regenerar rápidamente los tejidos. Imagen: Ashley W. Seifert
Investigadores de la Universidad de Barcelona han utilizado trazadores biogeoquímicos para analizar la ecología trófica y espacial de los grandes depredadores marinos que se desplazan miles de kilómetros cada año. Su trabajo es portada en el último número de la revista Frontiers in Ecology and the Environment.
Una de las razones para pensar que los dinosaurios fueron de sangre fría es que sus huesos poseen líneas de paro de crecimiento propias de este tipo de animales. Este argumento se ha venido abajo con un trabajo del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont. Los investigadores han encontrado estas líneas en mamíferos, de sangre caliente, al estudiar los huesos de 41 especies de rumiantes actuales.
Un millar de piezas conforman la nueva exposición permanente ‘Biodiversidad’, que reúne ejemplares únicos como el lobo marsupial o el alca gigante. El objetivo es dar a conocer este concepto desde un punto de vista científico y de la conservación.
Los mamíferos terrestres tardaron 10 millones de generaciones en alcanzar su tamaño máximo, mientras que los acuáticos lo hicieron en la mitad del tiempo. Un grupo de investigadores internacionales ha medido, por primera vez, la velocidad de la evolución del tamaño en los mamíferos y han visto que se tarda diez veces más en aumentar que en disminuir el tamaño.
La pequeña musaraña Juramaia proporciona la primera evidencia fósil conocida de los euterios. Imagen: Mark A. Klingler
La pequeña musaraña Juramaia proporciona la primera evidencia fósil conocida de los euterios. Imagen: Mark A. Klingler
Los saurópodos, los mayores dinosaurios terrestres, tenían una temperatura corporal de entre 36 ºC y 38 ºC, cifras semejantes a las que registran los mamíferos modernos. El análisis de isótopos de los dientes fósiles de estos animales plantea si los saurópodos podrían haber sido de sangre caliente.
El encinar es uno de los bosques más representativos de la Península Ibérica y da refugio a especies amenazadas, como el águila imperial ibérica y el lince ibérico. A pesar de su importancia, este ecosistema se está convirtiendo cada vez más en un hábitat modificado por el ser humano, hasta el punto de que en ocasiones ya no se considera a los encinares ‘bosques’ como tal.
Reconstrucción de un ejemplar de Hadrocodium.